Las historias tejidas alrededor del programa “Fuego cruzado” del 27 de abril de 1991, cuando Mariella Balbi y Eduardo Guzmán tuvieron a Augusto Ferrando como invitado, son muchas. No es mi intención, sin embargo, hablar del posible complot o emboscada que le habrían tendido los conductores a Ferrando. Discutir ese tema sería materia de otro texto, tal vez más interesante; lo que pretendo aquí es más simple y, quizás, más banal, pretendo compartir la reflexión que me produjo oír las opiniones de la entonces periodista de la revista Oiga, Magaly Medina. Reflexión que me ayudó a entender el comportamiento de algunos periodistas de nuestro medio.
Recordemos: en dicho programa, Magaly Medina se muestra bastante crítica con don Augusto. No solo afirma que no le gusta su programa, sino que acompaña sus opiniones con gestos exagerados, como si quisiera remarcar el rechazo que le produciría “Trampolín a la fama”. De hecho, Mariela Balbi acusa recibo del especial encono de la señora Medina cuando le dice: “Magaly, tú muestras mucho sentimiento mucha emoción cuando hablas del programa de Ferrando”. “No me gusta su programa ni me gusta él” dice la señora Medina y luego agrega: “porque ha hecho de la necesidad de la gente su espectáculo”. Mariella Balbi apela al raiting que siempre le fue favorable a don Augusto y es entonces cuando Magaly Medina hace afirmaciones que, si le queda algo de vergüenza, en más de una ocasión debe haber querido regresar en el tiempo para no haberlas hecho, para quedarse callada o, en todo caso, buscar otras falacias, otros pretextos para atacar a Ferrando. La señora Medina dice:
En otro momento del programa, casi una hora después, de haberse iniciado , Medina dice:
“No es necesario dar chabacanería ser grosero para ser exitoso y si alguien está en el lugar de Augusto Ferrando qué bueno sería que la gente que está en ese lugar y que tiene el arrastre que él tiene se pusiera la mano al pecho y hiciera un poco lo que hicieron en su tiempo Kiko Ledgard y Pablo de Madelengoitia: dar un poco de cultura de una manera didáctica, alegre, divertida, pero darle cultura a esa masa que lo ve”.
Quienes se hayan tomado el trabajo de ver el programa completo, deben haber compartido la misma perplejidad que yo ante tamañas declaraciones. En especial si tenemos en cuenta quién es y a qué se dedica, hoy, la señora Medina: una mujer que ha instituido toda una forma de hacer tv basura en el Perú, que consiste en ventilar las intimidades más miserables de los famosos con el único fin de obtener el tan ansiado raiting. Su forma de hacer su trabajo ha sido tan popular que incluso dio origen al termino “magalización” (aplicada sobre todo a la política, para hacer referencia a la pérdida de nivel en las discusiones, que en lugar de abordar ideas, se centran en las bajezas de los políticos para atacarse entre ellos).
Antes de continuar con Magaly, quisiera llamar la atención sobre otra de las opiniones vertidas en “Fuego cruzado”. En el programa, la lingüista Martha Hildebrandt interviene y señala que, para ella, Augusto Ferrando es una persona ingenua, que no se da cuenta de que lo que hace “está mal”; por lo tanto, mientras que muchas personas se ofenden por la manera en que Ferrando humilla o se burla de sus concursantes, don Augusto no vería absolutamente nada malo en su forma de ser, al contrario, él está convencido de que lo que él hace es positivo y bueno para las personas; es su forma de llevar alegría al pueblo. Por esta razón, en las noches, don Augusto se iría a la cama con la consciencia tranquila.
Aunque las opiniones de Hildebrandt llegan a ofender a Ferrando, considero que ella lleva algo de razón. Por la manera en que don Augusto se expresó y por los argumentos a los que apeló esa noche en “Fuego cruzado”, me quedo con la impresión de que es una persona, como dice Martha Hildebrant, “bien intencionada”, pero ingenua. Algo que, evidentemente, no podemos decir de Magaly Medina. En aquel programa, la señora Medina se presentó como una persona profesional, una periodista muy consciente de la responsabilidad que tiene cualquier comunicador con su sociedad. Desde esa postura, criticó a Ferrando. Sin embargo, varios años después, Medina justificaba su trabajo apelando exactamente al mismo argumento al que apeló en 1991 don Augusto y que tanto le molestó en ese entonces. La diferencia, claro está, es que mientras que Ferrando era una persona ingenua y bien intencionada, que buscaba ayudar a los pobres; Magaly Medina es una persona capaz de cualquier cosa con tal de conseguir raiting. A la luz de los años, se puede entender mejor, entonces, esa especial rabia contenida con la que criticó a Ferrando, ese “hacer del hígado una profesión” como le señaló Alonso Alegría esa noche de 1991. Las críticas de la señora Medina no habrían sido hechas desde la indignación que le produciría ver un programa denigrante, sino desde la impotencia que le generaba la envidia. Cabría preguntarse cómo hacía –y cómo hace- para dormir en las noches.
Es exactamente en ese comportamiento de la señora Medina sobre el que quisiera detenerme, puesto que considero que es central para comprender el comportamiento de muchos de nuestros comunicadores. Es la conducta de Magaly Medina la que hace que muchas personas le den la razón a otros periodistas que responden a las críticas apelando a la “envidia” al conocido “hablas por la herida”, al famoso “el peor enemigo de un peruano es otro peruano”.
Cuando Rosa María Palacios criticó vía Twitter, por ejemplo, a Beto Ortiz por hacer las preguntas más estúpidas e intrascendentes que jamás alguien pudo imaginar a Kenyi Fujimori en “El valor de la verdad”, inmediatamente, Ortiz respondió haciendo alusión al bajo raiting que tendría Palacios. No fue la primera, ni fue la última vez que Ortiz (y otros periodistas como él) apelaron al viejo tópico de “la envidia” para responder a las críticas. Para ellos, seguramente, todas las personas son como Magaly Medina: personas mezquinas, envidiosas, que instrumentalizan los principios, los valores y la ética con el único fin de obtener alguna ganancia personal, pero que, en realidad, solo están esperando su oportunidad y, cuando les llegue, no solo serán capaces de hacer lo mismo que le critican a otros, sino que irán aun más allá. La ética, la responsabilidad y la inteligencia, entonces, son armas del perdedor, del que “no la hizo”. Por tanto, la labor de los que sí “la hicieron” es desenmascarar a los envidiosos.
Solo así logro explicarme esa terca insistencia en apelar a la envidia para responder a críticas razonables, justas y planteadas con corrección. Detrás de esta manera de pensar, se encuentra una forma de relacionarse que este tipo de periodistas difunde irresponsablemente, una forma de interactuar que se basa en la creencia de que todos somos sujetos viles capaces de vender nuestra alma al diablo, si tenemos la oportunidad, pero que, mientras no nos llegue esa oportunidad, nos vestiremos de corrección política y falsos valores para criticar a quienes sí tuvieron la oportunidad y el “valor” para aprovecharla. Es como si estos periodistas fueran incapaces de comprender que haya personas que no están dispuestas a sacrificarlo todo en nombre de un mal entendido “éxito”. No logran comprender que los principios tienen un valor en sí mismos, porque el medio en el que viven está plagado de magalys.
Vistos desde esta perspectiva, la conducta de periodistas como Aldo Mariátegui y Beto Ortiz en relación con el encuentro entre el escritor Gustavo Faverón y la primera dama Nadine Heredia cobra más sentido. Al insinuar que ese encuentro era una asesoría o que explicaba la cerrada defensa que Faverón hace de la primera dama, ambos periodistas tendrían la intención de decirnos a todos: “miren, este señor que tanto nos critica, también es un vendido, un sujeto sin principios que, en cuanto pudo, se vendió al poder, Faverón es como Magaly, siempre habló por la herida, por envidia, es decir, es como nosotros”. En otras palabras, Mariátegui y Ortíz están convencidos de que Faverón los critica desde la envidia y consideran su deber “desenmascararlo” frente al público.
Lo peor que podría pasarnos como sociedad es aceptar esta premisa como verdadera y asumir que todos somos magalys esperando nuestro momento. Porque no es así. Considero que es deber de los periodistas e intelectuales que sí tienen las cosas claras, mostrarle el camino a estos periodistas que deambulan por la vida sin ninguna brújula moral. No por ellos, sino por todos nosotros.



