
Los fanáticos de los “Simpson” no tendrán problemas en recordar este episodio: el señor Burns desea comprarse un auto nuevo que reemplace a la vieja carcocha con la que se moviliza por las calles de Springfield, y no tiene mejor idea que enviar a toda la familia Simpson hasta Italia, en busca de un Ferrari de última generación. Una vez en Italia y, luego de arruinar el auto en una serie de peripecias, Homero y su familia dan con Bob Patiño (peligroso malhechor obsesionado con asesinar a Bart Simpson).
En medio de una hilarante persecución, los Simpson llegan hasta los camerinos de un teatro en el que se está presentando “I Pagliacci” (“Los payasos”, ópera de Ruggero Leoncavallo), una vez ahí, son socorridos por Krusty, el payaso, que hará el papel de “Canio” en la obra.
Krusty disfraza a los Simpson de extras y los sube al escenario. Pero cuando inicia su interpretación, Krusty lo hace de manera tan lamentable que Bob Patiño abandona la persecución y decide reemplazar a Krusty. Una vez en el escenario Bob canta: “Vesti la giubba…” y al llegar al tan conocido pasaje: “Ridi, Pagliaccio, sul taro amore infranto! Ridi del duol che t'avvelena il cor!” (“¡Ríe, payaso, de tu amor destrozado! ¡Ríe del dolor que envenena tu corazón!”) Homero no resiste más y empieza a llorar de emoción, Marge, sorprendida, le recrimina: “¡Homero, es Bob Patiño!”. Mientras se limpia una lágrima, Homero dice contundente: “Lo sé, pero es hermoso” (Sería oportuno recordar que el aria que hace llorar a Homero, es la misma que hace llorar a Al Capone [Robert de Niro] en la magistral “Los Intocables” de Brian de Palma).
Recuerdo esto porque, no hace mucho, durante la última temporada de ópera en Lima, un amigo mío respondía así a mi invitación: “no me gusta la ópera porque es muy elitista. Prefiero a Pavarotti, el cantante del pueblo”. Me impresionó mucho que una persona, que yo creía inteligente, fuera capaz de reproducir ese prejuicio tan burdo que, no obstante, ha hecho que la música lírica todavía esté peleada con las mayorías.
Tal vez debí decirle que la orquesta sería dirigida por su paisano, el hijo del antiguo organista de la Catedral, el maestro huancaíno Óscar Vadillo, o que Luciano Pavarotti no es considerado uno de los más grandes tenores de los últimos tiempos por haber compartido escenario con Eros Ramazotti o Michael Jackson. Ya que el tenor hacía ese tipo de eventos benéficos (“Pavarotti y sus amigos”) precisamente porque su virtuosismo vocal (no por nada era conocido como “el rey del do de pecho”) estaba más que comprobado, desde su lejano y auspicioso debut en los años sesenta con “La Boheme” del compositor italiano Giacomo Puccini. Fue esa fama bien ganada la que le permitió tener esos “amigos” e iniciar su labor filantrópica.
Un poco de historia
El autor y crítico musical Roger Alier rastrea el origen de la ópera hasta la Grecia antigua, en la que, según él, la música gozaba de tal importancia que no había campo literario en el que no interviniese, acompañando a la poesía e incluso al teatro.
Las obras teatrales de los dramaturgos Esquilo, Sófocles o Eurípides, y las de los cómicos Aristófanes y Menandro llevaban siempre música consigo y los actores no declamaban, sino que solían cantar en el teatro. Lamentablemente, si bien conservamos los textos de los dramas y comedias, no tenemos mayor registro de la parte musical.
Por esta razón, durante el Renacimiento, se hicieron múltiples intentos de establecer cómo habrían sido las representaciones del teatro griego, del que se sabía que se cantaba en su totalidad, aunque no polifónicamente sino por medio de la monodía (melodía acompañada).
Cerca de 1597 el amateur musical Jacopo Corsi, con ayuda de Jacopo Peri y el poeta Rinuccini, presentaron un proyecto que titularon “Dafne” (hoy perdida), en el que presentaban una obra teatral cantada, el éxito que recibió su iniciativa los llevó a preparar otro proyecto, “Eurídice”, que se puso en escena en la corte de los Medici. La llamada “ópera in musica” (literalmente “ópera en música”) daba sus primeros pasos. Hará falta que, diez años después, aparezca el genio de Claudio Monteverdi, con su “Favola d’Orfeo”, estrenada en Mantua el 24 de febrero de 1607, para darle el impuslo final a esta nueva iniciativa. La búsqueda de fidelidad en la representación del teatro griego antiguo había llevado al nacimiento de un nuevo y complejo arte que, con inmensos cambios y evoluciones ha llegado hasta nosotros con toda su espectacular belleza.
Algunos consejos
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la “ópera” es una “obra teatral cuyo texto se canta, total o parcialmente, con acompañamiento de orquesta”. Dado que la ópera se canta en lenguas extranjeras (italiano, francés o alemán generalmente) el tenor peruano Luís Alva (fundador de la Asociación Prolírica del Perú) recomienda que el público vaya al teatro luego de haber leído el libreto de la ópera a la que desea asistir, así le será más fácil poder disfrutar de toda la belleza y la profunda complejidad del espectáculo.
La música lírica no es fácil de escuchar, es un tipo de arte que requiere dedicación, un poco de tiempo, detenerse por un momento y sentarse a oir –y a disfrutar- no sólo de los maravillosos registros vocálicos de los artistas o la belleza de la música, sino también de la poesía en los versos que van cantando, el simbolismo tan hondo de algunos pasajes: Cómo no emocionarse cuando madame Buttefly se niega a aceptar que Mr. Pinkerton la ha abandonado, y empieza ese hermoso canto de esperanza que es “Un bel di vedremo”, o cómo no aplaudir de pie y con un nudo en la garganta al final de “Figlia… Mio padre”, aria en que Rigoletto le cuenta a su hija Gilda la terrible soledad en la que ha transcurrido toda su existencia.
Y esto sólo para mencionar dos de las óperas más conocidas “Madame Butterfly” de Giacomo Puccini, y “Rigoletto” de Giuseppe Verdi. De hecho, esta última es tan popular que una conocida marca de fideos usa de fondo musical, para sus comerciales televisivos, una pieza de su repertorio (¿de qué elitismo hablamos?).
Probablemente, la razón por la que muchas personas mantienen cierto recelo hacia la música lírica, sea el difícil acceso a estos espectáculos o a sus respectivas grabaciones. Si bien en sus orígenes la ópera estuvo dirigida a las minorías más pudientes, esto ha dejado de ser así hace mucho, la ópera se ha extendido tanto que es un despropósito seguir sosteniendo su “elitismo”.
En el Perú, de un tiempo a esta parte, se están haciendo esfuerzos para acabar con estas trabas. En ese sentido, es de aplaudir el que un conocido diario limeño esté sacando una colección titulada “Los clásicos de la ópera”, 15 volúmenes imperdibles: a la ópera completa en dos discos compactos, se agrega una edición impecable del libreto en su idioma original y en español, y artículos críticos sobre la música lírica que enriquecerán nuestro conocimiento de este arte. Recordemos también que hace poco, nuestro tenor Juan Diego Florez (considerado uno de los mejores tenores de toda la historia según una encuesta realizada por la revista BBC Music Magazine) debutó en el papel del “duque de Mantua” en la ópera Rigoletto en el teatro Municipal del Callao (una lástima que tan esperado evento haya sido opacado por la ridícula cobertura que recibió su boda en la Catedral de Lima).
Los seguidores de los “Simpson” han hecho notar que Homero parece volverse más estúpido en cada temporada, y si él, con toda su estupidez a cuestas, logró disfrutar hasta las lágrimas del canto de un tenor que, segundos antes, quería matar a su hijo, no creo que haya forma de que alguien, que no se sienta más estúpido que Homero, sostenga aún el prejuicio del elitismo de la música lírica. No hay pretexto, pues, para no disfrutar de una de las más hermosas y completas manifestaciones culturales que nos ha heredado Europa.
En medio de una hilarante persecución, los Simpson llegan hasta los camerinos de un teatro en el que se está presentando “I Pagliacci” (“Los payasos”, ópera de Ruggero Leoncavallo), una vez ahí, son socorridos por Krusty, el payaso, que hará el papel de “Canio” en la obra.
Krusty disfraza a los Simpson de extras y los sube al escenario. Pero cuando inicia su interpretación, Krusty lo hace de manera tan lamentable que Bob Patiño abandona la persecución y decide reemplazar a Krusty. Una vez en el escenario Bob canta: “Vesti la giubba…” y al llegar al tan conocido pasaje: “Ridi, Pagliaccio, sul taro amore infranto! Ridi del duol che t'avvelena il cor!” (“¡Ríe, payaso, de tu amor destrozado! ¡Ríe del dolor que envenena tu corazón!”) Homero no resiste más y empieza a llorar de emoción, Marge, sorprendida, le recrimina: “¡Homero, es Bob Patiño!”. Mientras se limpia una lágrima, Homero dice contundente: “Lo sé, pero es hermoso” (Sería oportuno recordar que el aria que hace llorar a Homero, es la misma que hace llorar a Al Capone [Robert de Niro] en la magistral “Los Intocables” de Brian de Palma).
Recuerdo esto porque, no hace mucho, durante la última temporada de ópera en Lima, un amigo mío respondía así a mi invitación: “no me gusta la ópera porque es muy elitista. Prefiero a Pavarotti, el cantante del pueblo”. Me impresionó mucho que una persona, que yo creía inteligente, fuera capaz de reproducir ese prejuicio tan burdo que, no obstante, ha hecho que la música lírica todavía esté peleada con las mayorías.
Tal vez debí decirle que la orquesta sería dirigida por su paisano, el hijo del antiguo organista de la Catedral, el maestro huancaíno Óscar Vadillo, o que Luciano Pavarotti no es considerado uno de los más grandes tenores de los últimos tiempos por haber compartido escenario con Eros Ramazotti o Michael Jackson. Ya que el tenor hacía ese tipo de eventos benéficos (“Pavarotti y sus amigos”) precisamente porque su virtuosismo vocal (no por nada era conocido como “el rey del do de pecho”) estaba más que comprobado, desde su lejano y auspicioso debut en los años sesenta con “La Boheme” del compositor italiano Giacomo Puccini. Fue esa fama bien ganada la que le permitió tener esos “amigos” e iniciar su labor filantrópica.
Un poco de historia
El autor y crítico musical Roger Alier rastrea el origen de la ópera hasta la Grecia antigua, en la que, según él, la música gozaba de tal importancia que no había campo literario en el que no interviniese, acompañando a la poesía e incluso al teatro.
Las obras teatrales de los dramaturgos Esquilo, Sófocles o Eurípides, y las de los cómicos Aristófanes y Menandro llevaban siempre música consigo y los actores no declamaban, sino que solían cantar en el teatro. Lamentablemente, si bien conservamos los textos de los dramas y comedias, no tenemos mayor registro de la parte musical.
Por esta razón, durante el Renacimiento, se hicieron múltiples intentos de establecer cómo habrían sido las representaciones del teatro griego, del que se sabía que se cantaba en su totalidad, aunque no polifónicamente sino por medio de la monodía (melodía acompañada).
Cerca de 1597 el amateur musical Jacopo Corsi, con ayuda de Jacopo Peri y el poeta Rinuccini, presentaron un proyecto que titularon “Dafne” (hoy perdida), en el que presentaban una obra teatral cantada, el éxito que recibió su iniciativa los llevó a preparar otro proyecto, “Eurídice”, que se puso en escena en la corte de los Medici. La llamada “ópera in musica” (literalmente “ópera en música”) daba sus primeros pasos. Hará falta que, diez años después, aparezca el genio de Claudio Monteverdi, con su “Favola d’Orfeo”, estrenada en Mantua el 24 de febrero de 1607, para darle el impuslo final a esta nueva iniciativa. La búsqueda de fidelidad en la representación del teatro griego antiguo había llevado al nacimiento de un nuevo y complejo arte que, con inmensos cambios y evoluciones ha llegado hasta nosotros con toda su espectacular belleza.
Algunos consejos
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la “ópera” es una “obra teatral cuyo texto se canta, total o parcialmente, con acompañamiento de orquesta”. Dado que la ópera se canta en lenguas extranjeras (italiano, francés o alemán generalmente) el tenor peruano Luís Alva (fundador de la Asociación Prolírica del Perú) recomienda que el público vaya al teatro luego de haber leído el libreto de la ópera a la que desea asistir, así le será más fácil poder disfrutar de toda la belleza y la profunda complejidad del espectáculo.
La música lírica no es fácil de escuchar, es un tipo de arte que requiere dedicación, un poco de tiempo, detenerse por un momento y sentarse a oir –y a disfrutar- no sólo de los maravillosos registros vocálicos de los artistas o la belleza de la música, sino también de la poesía en los versos que van cantando, el simbolismo tan hondo de algunos pasajes: Cómo no emocionarse cuando madame Buttefly se niega a aceptar que Mr. Pinkerton la ha abandonado, y empieza ese hermoso canto de esperanza que es “Un bel di vedremo”, o cómo no aplaudir de pie y con un nudo en la garganta al final de “Figlia… Mio padre”, aria en que Rigoletto le cuenta a su hija Gilda la terrible soledad en la que ha transcurrido toda su existencia.
Y esto sólo para mencionar dos de las óperas más conocidas “Madame Butterfly” de Giacomo Puccini, y “Rigoletto” de Giuseppe Verdi. De hecho, esta última es tan popular que una conocida marca de fideos usa de fondo musical, para sus comerciales televisivos, una pieza de su repertorio (¿de qué elitismo hablamos?).
Probablemente, la razón por la que muchas personas mantienen cierto recelo hacia la música lírica, sea el difícil acceso a estos espectáculos o a sus respectivas grabaciones. Si bien en sus orígenes la ópera estuvo dirigida a las minorías más pudientes, esto ha dejado de ser así hace mucho, la ópera se ha extendido tanto que es un despropósito seguir sosteniendo su “elitismo”.
En el Perú, de un tiempo a esta parte, se están haciendo esfuerzos para acabar con estas trabas. En ese sentido, es de aplaudir el que un conocido diario limeño esté sacando una colección titulada “Los clásicos de la ópera”, 15 volúmenes imperdibles: a la ópera completa en dos discos compactos, se agrega una edición impecable del libreto en su idioma original y en español, y artículos críticos sobre la música lírica que enriquecerán nuestro conocimiento de este arte. Recordemos también que hace poco, nuestro tenor Juan Diego Florez (considerado uno de los mejores tenores de toda la historia según una encuesta realizada por la revista BBC Music Magazine) debutó en el papel del “duque de Mantua” en la ópera Rigoletto en el teatro Municipal del Callao (una lástima que tan esperado evento haya sido opacado por la ridícula cobertura que recibió su boda en la Catedral de Lima).
Los seguidores de los “Simpson” han hecho notar que Homero parece volverse más estúpido en cada temporada, y si él, con toda su estupidez a cuestas, logró disfrutar hasta las lágrimas del canto de un tenor que, segundos antes, quería matar a su hijo, no creo que haya forma de que alguien, que no se sienta más estúpido que Homero, sostenga aún el prejuicio del elitismo de la música lírica. No hay pretexto, pues, para no disfrutar de una de las más hermosas y completas manifestaciones culturales que nos ha heredado Europa.
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