A la memoria de mi amigo Jerry Christian Vila Ortega
Sin embargo, Alexiévich se encarga, una y otra vez, de quebrar esa ilusión, de recordarnos que estamos leyendo testimonios de personas que no fueron elegidas o predestinadas para la grandeza, sino mujeres ordinarias que actuaron de manera extraordinaria. Surge, entonces, la pregunta ¿si no eran excepcionales, qué las hizo actuar de esa manera?
De entre los muchos fragmentos que podría citar del libro, me quedo con el relato de la enfermera Anna Ivánovna Beliái:
“El bombardeo… Bombardeaban, bombardeaban, bombardeaban. Todos echaron a correr… Yo también. Corría y oía un gimoteo: ‘Ayuda… Ayuda…’. Pero continué corriendo… Al poco empecé a darme cuenta de algo, noté el bolso sanitario colgando de mi hombro. Y la vergüenza. ¡El miedo desapareció! Me di la vuelta y regresé corriendo: había un soldado herido, gimiendo. Le vendé la herida. Luego pasé a otro, y a otro…
Por la noche, el combate se acabó. A la mañana siguiente cayó la nieve. Bajo ella estaban los muertos... Muchos tenían los brazos levantados... hacia el cielo... Pregúnteme: '¿Qué es la felicidad?'. Yo le contestaré... 'Es encontrar entre los caídos a alguien con vida...'”
Este pasaje me resulta especialmente revelador, pues me recuerda el conocido aserto del psicoanalista francés Jacques Lacan: "El loco no es solo el mendigo que cree ser un rey, sino el rey que cree ser un rey". Esta idea debe entenderse como una paradoja que resalta el hecho de que no hay nada en la “esencia” de una persona que la haga ser lo que es. Si alguien es rey, se debe a que ocupa ese lugar dentro de un entramado de convenciones sociales que lo colocaron en esa posición.
No hay, pues, nada esencial en Anna que la haga ser diferente a los demás: siente miedo, huye. “Todos echaron a correr”, dice ella; sin embargo, Anna no es como todos. El resto puede huir, esconderse, dejar a los heridos regados en el campo, pero ella no. Ella es diferente, ¿por qué?, pues porque es enfermera. Ella no puede huir como cualquiera. No obstante, parece haberlo olvidado cuando empiezan el bombardeo: empieza a correr como todos. Hasta que mira su bolso sanitario.
Ese bolso opera como un significante que le recuerda cuál es su lugar en el mundo, qué es lo que se espera de ella. Frente a esa interpelación, ella tenía dos opciones: podía negarlo y seguir corriendo (quizás deshacerse de ese bolso, tirarlo lejos para que nadie lo vea) o podía hace suyo el mandato simbólico que el bolso representaba, dejar de sentir miedo, regresar.
Es impresionante comprobar la fuerza que nos puede dar un significante en el momento preciso. Un objeto, un símbolo, una palabra o la foto de un ser querido muchas veces nos recuerdan cuál es nuestro lugar en el mundo y quiénes nos sentimos llamados a ser. Desde luego, un significante también nos puede llevar a actuar de manera ruin: muchas personas que conocieron a Pablo Escobar afirman que el hombre era un visionario brillante; sin embargo, cada vez que alguien le preguntaba por qué no usaba todo ese talento en alguna actividad legal, Escobar solía responder: “porque soy un bandido”.
Pero un significante no solo puede llevarnos a tomar decisiones respecto a nosotros mismos, sino también, y sobretodo, respecto a los otros. Un ejemplo de este punto se puede ver en una de mis películas favoritas: Shrek.
Cuando Burro se harta de los maltratos de Shrek y le reclama por su actitud, se produce el siguiente diálogo:
Donkey: Uh-uh. You know, with you it's always, "me, me, me!" Well, guess what! Now it's my turn! So you just shut up and pay attention! You are mean to me. You insult me and you don't appreciate anything that I do! You're always pushing me around or pushing me away.
Shrek: Oh, yeah? Well, if I treated you so bad, how come you came back?
Donkey: Because that's what friends do! They forgive each other!
Burro y Shrek eran solo dos personajes cuyas vidas se habían cruzado para cumplir un objetivo en común. Shrek no quiere nada de Burro, pero este, tercamente, lo acompaña, lo sigue y no deja de introducir una y otra vez el significante que debería regir la relación entre ambos: “amistad”. Por eso, cuando Burro responde a Shrek diciéndole “porque eso es lo que hacen los amigos”, la amistad ya es una realidad.
Aunque muchas veces lo damos por sentado, a veces, hace falta actuar como Burro. Hace falta hacer explícito el significante que rige la relación entre una o más personas para recordarnos a todos los involucrados cuál es nuestro lugar en el mundo en relación a esas personas, quiénes somos con respecto a ellos o ellas y qué se espera de nosotros. A veces, podemos olvidar el significante que sostiene nuestras relaciones y huimos cuando la situación se pone difícil como Anna Ivánovna Beliái. Sin embargo, cuando el significante aparece y nos recuerda cuál es el orden de las cosas, es importante detenerse, volver atrás con paso decidido y hacer lo que tenemos que hacer, sin miedo.
En una relación de amistad, como en casi cualquier tipo de relación, las cosas pueden tornarse complicadas. Una amistad que dura muchos años es especialmente difícil: algunas personas maduran más rápido que otras, algunas no quieren madurar nunca, otras cambian radicalmente, conocen nuevos amigos, surgen nuevas inquietudes, nuevas metas. Y entonces, pasar tiempo con los viejos amigos, los amigos de toda la vida, se va haciendo cada vez más complicado, la distancia, las obligaciones adquiridas o los ritmos distintos van generando una brecha que muchas veces termina por transformar una amistad íntima y entrañable en una amistad de encuentros esporádicos en los que solo se habla de generalidades y buenos recuerdos.
Las cosas pueden complicarse más todavía si surge un malentendido, un problema, un desencuentro, un disgusto. Entonces, es fácil sentir la tentación de alejarse, de mandar todo los años de amistad por la borda. Sin embargo, si tenemos suerte, y si la amistad vale la pena, surgirá algún pequeño significante que nos hará comprender la real dimensión de las cosas. Y, entonces, seguramente, pensaremos, como Burro, que hay que hacer un pequeño esfuerzo en nombre de un bien mayor, "porque eso es lo que hacen los amigos, los amigos se perdonan”.
A veces, lamentablemente, el significante que nos interpela no nos llega a tiempo. Y no podemos más que imaginar lo que podría haber pasado, pero no pasó. Por ejemplo, imaginarte, amigo Jabito, leyendo esto y diciéndome que te parece la más grande de las ñoñerías y yo, un rosado por haberlo pergeñado.
Descansa en paz, compañero.
