
Creo que un día la vi, no estoy seguro. Era muy temprano, como las seis de la mañana, y hacía mucho frío. El bus que me traía de regreso a Huancayo salía del puente “Breña” y empezaba a ascender la empinada cumbre del “Caminito de Huancayo” cuando logré distinguir por la ventanilla una figura menuda que corría al lado del bus.
Hacía tanto frío que corría con la cabeza cubierta por una gruesa capucha, por lo que, por más que me esforcé, no pude verle el rostro. Por eso digo que creo, que quiero, haberla visto un día. En todo caso, no importa mucho si era ella. No importa porque así me la imagino, así me la he imaginado siempre: corriendo.
Me la imaginaba corriendo mientras yo escribía, hace algunos años, su breve biografía y la publicaba en un portal de Internet (fue lo primero que publiqué en mi vida), me la imaginaba corriendo con sus zapatillas de tela (que su mamá sacó de su propia tienda) cuando me faltaban las fuerzas o las ganas o las fuerzas y las ganas de seguir viviendo, de seguir escribiendo. Y me la imagino ahora, mientras escribo esto, como aquella madrugada, corriendo sola, cuesta arriba, a pesar del frío, del cansancio, de la falta de apoyo; queriéndose salvar, salvándose, de la mediocridad, del desánimo, la apatía, la adversidad.
Aunque ella no lo sepa, ella corre por mucho más que ella misma. Porque ella es ya un mito, un mito que, a decir de Rollo May, mantiene vivas nuestras almas con el fin de que nos aporten nuevos significados en un mundo difícil y a veces sin sentido.
Mientras ella siga corriendo, yo (y muchos como yo) seguiremos resistiendo, escribiendo, buscando. Porque ella es como ese personaje de Javier Cercas, ese soldado solo que en un desierto interminable y ardiente avanza llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida, joven, desarrapado, polvoriento y anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, caminando hacia delante bajo el sol, sin saber muy bien hacia dónde va ni con quien va ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante…
Hacía tanto frío que corría con la cabeza cubierta por una gruesa capucha, por lo que, por más que me esforcé, no pude verle el rostro. Por eso digo que creo, que quiero, haberla visto un día. En todo caso, no importa mucho si era ella. No importa porque así me la imagino, así me la he imaginado siempre: corriendo.
Me la imaginaba corriendo mientras yo escribía, hace algunos años, su breve biografía y la publicaba en un portal de Internet (fue lo primero que publiqué en mi vida), me la imaginaba corriendo con sus zapatillas de tela (que su mamá sacó de su propia tienda) cuando me faltaban las fuerzas o las ganas o las fuerzas y las ganas de seguir viviendo, de seguir escribiendo. Y me la imagino ahora, mientras escribo esto, como aquella madrugada, corriendo sola, cuesta arriba, a pesar del frío, del cansancio, de la falta de apoyo; queriéndose salvar, salvándose, de la mediocridad, del desánimo, la apatía, la adversidad.
Aunque ella no lo sepa, ella corre por mucho más que ella misma. Porque ella es ya un mito, un mito que, a decir de Rollo May, mantiene vivas nuestras almas con el fin de que nos aporten nuevos significados en un mundo difícil y a veces sin sentido.
Mientras ella siga corriendo, yo (y muchos como yo) seguiremos resistiendo, escribiendo, buscando. Porque ella es como ese personaje de Javier Cercas, ese soldado solo que en un desierto interminable y ardiente avanza llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida, joven, desarrapado, polvoriento y anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, caminando hacia delante bajo el sol, sin saber muy bien hacia dónde va ni con quien va ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante…
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