lunes, 9 de marzo de 2009

EL CANTO DE CISNE DE CLINT EASTWOOD (Lorenzo Alpaca)

“El cisne es blanco, sin ninguna mancha, y canta dulcemente antes de morir” nos dice Leonardo da Vinci. Con su particular estilo, el poeta español don Luis de Góngora y Argote, nos lo dice así: “Como el blanco cisne / que envuelto en dulce armonía / la dulce vida despide”.
La leyenda de que el cisne presiente su muerte y, momentos antes de fallecer, emite un canto hermosísimo con sus últimas fuerzas, es muy antigua, hay quienes rastrean su nacimiento hasta el poeta Virgilio en la antigua Roma. Su origen, en todo caso, se pierde en la antigüedad y a la mayoría de artistas no parece importarles mucho, así como tampoco parece importarles su veracidad (recordemos que los ornitólogos se han cansado de demostrar que un cisne no canta nunca, y mucho menos cuando está a punto de morir).
Dejando de lado el tema de su origen o de su veracidad, lo cierto es que el llamado “canto del cisne” se ha vuelto un tópico artístico bastante fecundo, inspirando a escritores, pintores, músicos y cineastas.
Es, sin duda, el caso de “Gran Torino”, la última película de Clint Eastwood. Y lo es porque con esta cinta Eastwood (de casi 80 años) se despide de la actuación (no de la dirección).
Aunque al inicio "Gran Torino" podría parecer una parodia de anteriores películas de Eastwood -escenas que parecen sacadas de “Dirty Harry” (“Harry ‘El Sucio’”) nos recuerdan la larga carrera de Eastwood, como si se trataran de flashbacks de los buenos momentos que nos regaló- las escenas de la película con las que me quedo son las finales: Wal Kowalski (Eastwood) parece tener una revelación, una epifanía que hace que por primera vez esté seguro de lo que tiene que hacer, y lo está a pesar de saber las consecuencias de su acto.
A muchos, esta epifanía nos recordó la escena final de “Unforgiven” (“Los imperdonables”) en la que William Munny (Eastwood), gigante y hermoso, entra al pueblo de Big Whiskey en medio de una estremecedora tormenta, acompañado de rayos y truenos que anticipan el catastrófico final que se avecina.
Al igual que en “Unforgiven” , en “Gran Torino”, Kowalski quiere vengar a un amigo y, tal como Munny, se dirige sin titubear a aplicar su propia justicia. La diferencia es que Kowalski no es un personaje que súbitamente cobra ribetes épicos, como Munny; Kowalski es un personaje presentado más bien de manera sombría, y pesimista.
Dado que no es mi intención arruinar a nadie el suspenso, no contaré el final de la película, sólo diré que Eastwood no podía haberse despedido de las pantallas de otra manera. Comparando el final de “Unforgiven” con el de “Gran Torino”, entendemos perfectamente que, como los cisnes, Eastwood nos brinda su canto más hermoso, no tanto por la calidad de la película (que no es una gran película, de hecho, es bastante menor que “Unforgiven”) sino por el simbolismo de ese final. Después de tantos años y tantas películas, no podemos sino sobrecogernos al terminar de ver “Gran Torino”.
Hasta siempre Clint Eastwood, y gracias por todo.

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