jueves, 25 de febrero de 2010

MI HERMANO EL SIETE (Nilton Cárdenas Loardo)

"... y que me perdonen mis otros carnales, pero este era mi mero mero carnal..."

German Valdez "Tin Tan"


Hay quienes dicen que las casualidades no existen, que todo es parte de un plan elaborado por una fuerza mayor y que somos, como dice la canción, “juguetes del destino”. Y aunque seguramente nunca lo sabremos con certeza, muchas veces no podemos más que mostrar nuestra perplejidad ante ciertas circunstancias, que para algunos serán coincidencias; y para otros, la prueba irrefutable de que todos tenemos un destino.

Lo que ha despertado mi perplejidad en esta ocasión es un texto que acabo de leer en la red y del que copio este fragmento:

“El siete es el que todo lo comprende y todo lo contiene. Es la figura protectora, el que lleva en sí mismo fuerzas diferentes que nunca llegarán a enfrentarse, para proporcionar protección y seguridad. Jamás, en ninguna circunstancia será posible encontrar el punto débil de este tipo de personalidad. Los 7 no soportan a los débiles, temerosos de enfrentarse a las luchas, valoran mucho la valentía. Podrán ofrecer ayuda a quien lucha y es vencido, pero nunca harán lo mismo con aquel que se entrega sin luchar.

La personalidad 7 es en general bondadosa, llena de nobles sentimientos. Son dueños de una gran capacidad de reflexión, posesión que les permite actuar generalmente con sensatez y sentido común. Posee además un excelente sentido de adaptación, de manera que no es para él muy difícil adaptarse a los imprevistos y nuevas situaciones que se le presenten.

Suele decirse que los 7 son necios; son personas inteligentes, pero muy poco flexibles, ellos suponen que cambiar los propios puntos de vista denota falta de personalidad. Lo terrible es que consideran que ser terco es distintivo de una personalidad fuerte. No importa el grado de cultura que el individuo posea, él siempre creerá que defender un punto de vista a cualquier precio es ser coherente consigo mismo.”

Desconozco por completo todo lo relacionado con la numerología, sus orígenes o sus propósitos. Pero al leer este texto, no pude evitar la sensación de estar leyendo una descripción de mi amigo “Siete”.


Nadie sabe con certeza el origen de su apelativo. Lo más probable es que en el colegio algún profesor le hiciera una pregunta cuya respuesta era “siete”, y él haya respondido con un extraño seseo, algo parecido a: “shete”. Desde ese día, el nombre con el que fue bautizado por sus padres pasó a ser un dato anecdótico, un nombre que escribía en la etiqueta de sus cuadernos porque así figuraba en los registros, pero nada más, porque él era “el Shete”. Así lo conocí en la secundaria y así lo llamé hasta hace poco, cuando me confesó, entre copas, que no le gustaba que lo siguiera llamando “Shete”. Decidí, entonces, bautizarlo por tercera vez, le quité el extraño seseo a su apelativo y le devolví –creo- la dignidad: “Siete”.


El año pasado, en un pequeño reencuentro de amigos del colegio, “el Sucio” intentaba recordar cuánto tiempo hacía que nos conocíamos, la respuesta nos sorprendió a todos: nos conocíamos alrededor de 15 años, es decir, más de la mitad de nuestras vidas.

Creo no haber sido el único en recordar a Carlos Gardel cantando: “Sentir... que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra. Vivir... con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez...”. Y creo, también, que en ese momento nuestra amistad se nos hizo más entrañable y más sólida. Fue como si nos diéramos cuenta de que si habíamos sido amigos tanto tiempo, entonces íbamos a ser amigos toda la vida.

Y, mientras “El Sucio” proponía establecer ese día (que además era cumpleaños del “Herbi”) como el día en que cada año habríamos de volver -de a donde quiera que nos hubieren llevado nuestros respectivos destinos- para reunirnos y tomar unas copas, se me vino a la mente un pasaje de Alfredo Bryce: “En el fondo era como si todos estuviesen presintiendo o hasta descubriendo que, así como el amor es ciego, la amistad es entender hasta lo que uno no entiende de sus amigos y perdonarles absolutamente todo, aunque joda."

Ese mismo día, entre brindis y brindis, recordé al “Siete” –y fue como si lo estuviera viendo- el día en que yo no tenía el material que había pedido el profesor de electricidad y el “Siete” se desprendió de la mitad de lo que tenía para dármelo; lo recordé cogiendo un pequeño pedazo de plástico para cubrirse de la lluvia y correr –junto con “Gaybriel”- a rescatar la pachamanca que se inundaba en el horno de mi casa (“La personalidad 7 es en general bondadosa, llena de nobles sentimientos”); lo recordé interviniendo con denuedo en una golpiza que cuatro o cinco tipos le daban a un sujeto que ya había caído al suelo (“Es la figura protectora, el que lleva en sí mismo fuerzas diferentes que nunca llegarán a enfrentarse, para proporcionar protección y seguridad. Jamás, en ninguna circunstancia será posible encontrar el punto débil de este tipo de personalidad”).

No lo recordé, porque yo no estuve con él, pero me lo contó él mismo y por eso no digo que lo recordé sino que “lo imaginé” –y también fue como si lo estuviera viendo- a medianoche, tirado en una zanja, golpeado y medio inconsciente, con la llovizna y las lágrimas lavándole las heridas que le había dejado haber peleado hasta el límite de sus fuerzas por una mujer (“No importa el grado de cultura que el individuo posea, él siempre creerá que defender un punto de vista a cualquier precio es ser coherente consigo mismo”); lo imaginé tendido en el suelo, en una de sus primeras borracheras, con uno de los dientes delanteros partido en dos, sin sentir dolor por lo borracho que estaba, y lo recordé entrando, varios días después, sonriente y seguro, al salón de clases, iluminándonos con el reflejo de su flamante diente de oro (“Posee además un excelente sentido de adaptación, de manera que no es para él muy difícil adaptarse a los imprevistos y nuevas situaciones que se le presenten”).


Quince años son mucho tiempo para alguien que no ha cumplido todavía treinta, “edad en la que ya es imposible morir joven” (según dice Javier Marías). Y ahora que el “Siete” está a escasos días de ser padre, recuerdo todas las veces en que, por vivir en el mismo barrio y habernos gastado los pasajes en la última cerveza, nos íbamos caminando juntos, yo tambaleante y él con paso firme, y pienso en que es una buena metáfora de nuestra amistad: el camino compartido, las encrucijadas que nos separaban, nuestra desmañada búsqueda de sentido.

Y pienso en que va a ser un excelente padre, en que me siento orgulloso de que seamos amigos y en que ojalá nuestro destino sea seguir siéndolo siempre.

jueves, 11 de febrero de 2010

MURDOCK Y KELLY: SALVADOS -ACCIDENTALMENTE- POR EL AMOR (Huicho Ninamango Pimentel)


Si hay algún rasgo que comparten los cuatro variopintos miembros de “Los Magníficos” (The A-Team) es, sin duda, la impostura. Impostura a la que se ven obligados a recurrir para escapar de la implacable persecución de la que son víctimas. Pero, sobretodo, para terminar con éxito los trabajos en los que son requeridos.
El caso más paradigmático es, sin duda, el del teniente Templeton Peck (“Fas”), al que vemos adoptando en cada capítulo una (a veces varias) identidad distinta que, aunada a su talento natural para la estafa, hacen de él un perfecto timador. “Fas” vive del engaño, de la representación, del fingimiento, es decir, de la impostura. Nunca es él mismo sino cuando está a solas o con los demás miembros del equipo. El resto del tiempo si no está representando un papel para obtener algo de alguien (inspector de sanidad, agente de seguros, vendedor, etc.), está intentando seducir a alguna mujer con sus modales refinados y sus aires de hombre de mundo.
A diferencia del coronel Jhon Smith (“Aníbal”), la impostura de “Fas” es más verbal que física, engaña y persuade con su elocuencia y su seguridad. La impostura de “Aníbal”, en cambio, tiene dos aspectos, el primero es su insuperable talento para el disfraz. Mientras que Peck no necesita ocultar su físico –al contrario, le conviene mostrarlo y explotarlo- “Aníbal” oculta su rostro y su figura tras delirantes disfraces (una anciana, un bodeguero chino, un indigente ebrio, etc.) que lo vuelven indetectable. El objetivo de “Aníbal” no es obtener algo de alguien, sino todo lo contrario, pasar desapercibido, camuflarse camaleónicamente para observar sin ser observado, aquilatar la astucia del oponente, anticipar sus movimientos y así elaborar un plan, que es el segundo aspecto de su impostura. Este otro aspecto es más sofisticado y se manifiesta en sus ingeniosas trampas y estratagemas que desconciertan al enemigo. “Aníbal” engaña, provoca, tiende emboscadas, lleva a sus adversarios hasta donde quiere y, finalmente, los vence.
Por su parte, el sargento Mario Barackus (B. A. Barackus, en la versión original en inglés) es quizás el personaje menos complejo de los cuatro. Su labor y su significado para el grupo se limitan al impresionante físico del moreno. Encarna la fuerza bruta y, por eso, no puede ser sutil ni sofisticado. Su impostura se manifiesta precisamente en eso, en encarnar al tipo rudo, matonesco, peligroso, con el que nadie desearía tener un desaguisado. Cuando la pelea es inminente, vemos aparecer a Mario en escena, su presencia es disuasiva, amenazadora, atemorizante; no dice nada, no tiene que hacerlo, su mirada hosca y su figura hercúlea se imponen en la escena y los chicos malos lo piensan dos veces antes de iniciar el pleito. Pero que esta es una impostura y no el verdadero Mario Barackus lo sabemos por la empatía y generosidad que muestra con los niños. Barackus es él mismo únicamente cuando hay algún niño involucrado en la misión, entonces se deja llevar por la ternura, abandona su papel de ogro y se muestra vulnerable y sensible.
Pero, entre todos, el personaje más entrañable y de imposturas más memorables es, de lejos, el capitán H. M. Murdock. A diferencia de “Aníbal”, los disfraces de Murdock no buscan camuflarlo ni hacerlo pasar desapercibido, tampoco busca obtener algo de alguien como “Fas”, ni mucho menos disuadir o impresionar como Barackus. La impostura de Murdock es solo para él mismo y tal vez por eso sea inexacto llamarla impostura. Porque a diferencia de sus compañeros, Murdock no interpreta ningún papel, no es consciente de estar simulando o actuando para alguien, Murdock vive realmente lo que proyecta: Murdock es el “Llanero Solitario” cuando debe salvar a unos caballos salvajes, es el “Oso Fumarola” cuando le toca ayudar a los bomberos, es “El Caballero del Camino” cuando lo requieren para rescatar una empresa de taxis. Murdock nunca es él mismo, siempre es alguien más.
Aún cuando podría argüirse que la esencia de Murdock es, precisamente, su falta de esencia, esa capacidad para ser alguien más; considero que la única ocasión en que vemos al verdadero Murdock, sin “imposturas”, es cuando conoce –accidentalmente- a la doctora Kelly Stevens y se enamora de ella. Sólo entonces Murdock deja de ser alguien más y es, por fin, él mismo.
Con su amor, Kelly regresa a Murdock a su centro perdido, lo salva de caer en la impostura infinita, de extraviarse a sí mismo, de desaparecer en el fingimiento y el engaño que lo rodean. Pareciera decirle, como el poeta español Pedro Salinas: “Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazado de otro, hijo siempre de algo. Te quiero puro, libre, irreductible: tú”.

"Come on, come on. Turn a little faster. Come on, come on. The world will follow after. Come on, come on. Cause everybody's after love."

JORGE DREXLER CANTA JUNTO A "UNA DE LAS MUJERES MÁS HERMOSAS DEL MUNDO" (DREXLER DIXIT)

Concierto que ofreciera Jorge Drexler en el Coliseo Polideportivo de la Pontificia Universidad Católica del Perú, el 15 de mayo de 2009.

"LA TETA ASUSTADA": ENTRE LA ÉTICA Y LA FICCIÓN (Pancho Vilchez Mariátegui)*

Con su nominación al Oscar, el debate entorno a “La teta asustada” de Claudia Llosa ha vuelto a alborotar el cotarro. Acusada –una vez más- de ridiculizar la idiosincrasia andina (se la acusó de lo mismo luego del estreno de “Madeinusa”), Claudia Llosa se vio obligada a declarar recientemente: "Una vez que tú pones una cámara delante de algo, esa realidad se transforma, se convierte en algo nuevo. No se pretende retratar la realidad, es una ficción". Aunque lleva mucha razón al separar la realidad de la ficción, hay que señalar que eso no es lo que está en discusión.

Recordemos que desde los primeros intentos de Aristóteles por explicar la ficción con sus nociones de “mimesis” y “verosimilitud”, hasta los recientes (ni tanto) “actos de habla” y “actos ilocutivos” del estadounidense Jhon Searle, la filosofía del lenguaje ha avanzado muchísimo en su comprensión de la ficción. Hoy, muchos filósofos del lenguaje -como Searle- consideran que los enunciados de la ficción no remiten a un mundo pre-existente, sino que crean uno en el mismo instante en que lo nombran (Macondo, Lilliput, pero también el Dublín del “Ulises”, etc.). Así, los lugares y entes ficcionales tienen existencia propia, existen en un mundo imaginario cerrado, paralelo al mal llamado mundo “real”. Y si queremos limitarnos al aspecto artístico de tal o cual obra de arte, mal haríamos si intentáramos restarle méritos al hacer una crítica del tipo: “eso no sucedió así” o “tal lugar no es así” porque los mundos ficcionales no recrean un mundo, lo inventan.

Una crítica del tipo “eso no sucedió así”, aunque válida, escapa al ámbito de la obra de arte. Nadie podría argumentar en contra del valor artístico de “Bastardos sin gloria” porque la Segunda Guerra Mundial no terminó como Quentin Tarantino nos la presenta. Pero esto no significa que no se pueda cuestionar el final de la película protagonizada por Brad Pitt, al contrario, resulta interesante e intelectualmente estimulante hacerlo, pero debemos recordar que los cuestionamientos y debates en torno al final de “Bastardos sin gloria” se han limitado al aspecto ético, a responder a la pregunta de si es válido que un director pueda cambiar la historia en sus películas y qué consecuencias podría traer esto.

Lo mismo debiera hacerse con la película protagonizada por Magaly Solier, muchas críticas a la película empantanan la discusión y no llevan a ningún sitio al mezclar distintos tipos de acercamiento. Los buenos críticos de cine no descalificaron a la directora ni le restaron méritos por su visión occidentalizada y liberal (como bien señala el crítico Emilio Bustamante) pues es parte de su libertad creativa.

Aunque está claro que “La teta asutada” es una ficción, está clara también la mirada sardónica con que se presentan la vida y las costumbres de algunos personajes de la película: los planos abiertos con la cámara fija, la mirada distante, fría, ponen al espectador en la posición de un entomólogo que contempla, risueño, una escena estrafalaria. Es innegable y, de hecho, Claudia Llosa no lo niega cuando dice que su película “no pretende retratar la realidad, es una ficción”. Pareciera decir: “sí, lo hice, pero en la ficción”.

La pregunta es obvia: ¿es esto “malo”?: Limitándonos al aspecto artístico de la película y teniendo en cuenta su escritura y su estilo, yo creo que no. Pero hay quien se pregunta si esto es malo para la imagen del país en el extranjero o para el imaginario de una nación que todavía lucha por acabar con la dicotomía costa vs. sierra (sobretodo si tenemos en cuenta que se trata de una película de corte realista [tanto, que la directora ha dedicado su Oso de Oro a las víctimas del terrorismo]).

Este debate –si se da- debe darse en el farragoso ámbito de la ética, sin restarle méritos artísticos a la película y sin escudarse en la impunidad de la ficción.

Quizás convendría terminar recordando a David W. Griffith y su monumental “El nacimiento de una nación”, película tan racista como genial. Su condenable racismo, sin embargo, no le quita ningún mérito artístico y esta película sigue siendo uno de los hitos más importantes en la historia del séptimo arte. Como seguramente lo será “La teta asutada” para el cinenacional.


* Publicado en: Suplemento Cultural "Solo 4". Huancayo, 27 de febrero de 2010.