"... y que me perdonen mis otros carnales, pero este era mi mero mero carnal..."
German Valdez "Tin Tan"
Hay quienes dicen que las casualidades no existen, que todo es parte de un plan elaborado por una fuerza mayor y que somos, como dice la canción, “juguetes del destino”. Y aunque seguramente nunca lo sabremos con certeza, muchas veces no podemos más que mostrar nuestra perplejidad ante ciertas circunstancias, que para algunos serán coincidencias; y para otros, la prueba irrefutable de que todos tenemos un destino.
Lo que ha despertado mi perplejidad en esta ocasión es un texto que acabo de leer en la red y del que copio este fragmento:
“El siete es el que todo lo comprende y todo lo contiene. Es la figura protectora, el que lleva en sí mismo fuerzas diferentes que nunca llegarán a enfrentarse, para proporcionar protección y seguridad. Jamás, en ninguna circunstancia será posible encontrar el punto débil de este tipo de personalidad. Los 7 no soportan a los débiles, temerosos de enfrentarse a las luchas, valoran mucho la valentía. Podrán ofrecer ayuda a quien lucha y es vencido, pero nunca harán lo mismo con aquel que se entrega sin luchar.
La personalidad 7 es en general bondadosa, llena de nobles sentimientos. Son dueños de una gran capacidad de reflexión, posesión que les permite actuar generalmente con sensatez y sentido común. Posee además un excelente sentido de adaptación, de manera que no es para él muy difícil adaptarse a los imprevistos y nuevas situaciones que se le presenten.
Suele decirse que los 7 son necios; son personas inteligentes, pero muy poco flexibles, ellos suponen que cambiar los propios puntos de vista denota falta de personalidad. Lo terrible es que consideran que ser terco es distintivo de una personalidad fuerte. No importa el grado de cultura que el individuo posea, él siempre creerá que defender un punto de vista a cualquier precio es ser coherente consigo mismo.”
Desconozco por completo todo lo relacionado con la numerología, sus orígenes o sus propósitos. Pero al leer este texto, no pude evitar la sensación de estar leyendo una descripción de mi amigo “Siete”.
Nadie sabe con certeza el origen de su apelativo. Lo más probable es que en el colegio algún profesor le hiciera una pregunta cuya respuesta era “siete”, y él haya respondido con un extraño seseo, algo parecido a: “shete”. Desde ese día, el nombre con el que fue bautizado por sus padres pasó a ser un dato anecdótico, un nombre que escribía en la etiqueta de sus cuadernos porque así figuraba en los registros, pero nada más, porque él era “el Shete”. Así lo conocí en la secundaria y así lo llamé hasta hace poco, cuando me confesó, entre copas, que no le gustaba que lo siguiera llamando “Shete”. Decidí, entonces, bautizarlo por tercera vez, le quité el extraño seseo a su apelativo y le devolví –creo- la dignidad: “Siete”.
El año pasado, en un pequeño reencuentro de amigos del colegio, “el Sucio” intentaba recordar cuánto tiempo hacía que nos conocíamos, la respuesta nos sorprendió a todos: nos conocíamos alrededor de 15 años, es decir, más de la mitad de nuestras vidas.
Creo no haber sido el único en recordar a Carlos Gardel cantando: “Sentir... que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra. Vivir... con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez...”. Y creo, también, que en ese momento nuestra amistad se nos hizo más entrañable y más sólida. Fue como si nos diéramos cuenta de que si habíamos sido amigos tanto tiempo, entonces íbamos a ser amigos toda la vida.
Y, mientras “El Sucio” proponía establecer ese día (que además era cumpleaños del “Herbi”) como el día en que cada año habríamos de volver -de a donde quiera que nos hubieren llevado nuestros respectivos destinos- para reunirnos y tomar unas copas, se me vino a la mente un pasaje de Alfredo Bryce: “En el fondo era como si todos estuviesen presintiendo o hasta descubriendo que, así como el amor es ciego, la amistad es entender hasta lo que uno no entiende de sus amigos y perdonarles absolutamente todo, aunque joda."
Ese mismo día, entre brindis y brindis, recordé al “Siete” –y fue como si lo estuviera viendo- el día en que yo no tenía el material que había pedido el profesor de electricidad y el “Siete” se desprendió de la mitad de lo que tenía para dármelo; lo recordé cogiendo un pequeño pedazo de plástico para cubrirse de la lluvia y correr –junto con “Gaybriel”- a rescatar la pachamanca que se inundaba en el horno de mi casa (“La personalidad 7 es en general bondadosa, llena de nobles sentimientos”); lo recordé interviniendo con denuedo en una golpiza que cuatro o cinco tipos le daban a un sujeto que ya había caído al suelo (“Es la figura protectora, el que lleva en sí mismo fuerzas diferentes que nunca llegarán a enfrentarse, para proporcionar protección y seguridad. Jamás, en ninguna circunstancia será posible encontrar el punto débil de este tipo de personalidad”).
No lo recordé, porque yo no estuve con él, pero me lo contó él mismo y por eso no digo que lo recordé sino que “lo imaginé” –y también fue como si lo estuviera viendo- a medianoche, tirado en una zanja, golpeado y medio inconsciente, con la llovizna y las lágrimas lavándole las heridas que le había dejado haber peleado hasta el límite de sus fuerzas por una mujer (“No importa el grado de cultura que el individuo posea, él siempre creerá que defender un punto de vista a cualquier precio es ser coherente consigo mismo”); lo imaginé tendido en el suelo, en una de sus primeras borracheras, con uno de los dientes delanteros partido en dos, sin sentir dolor por lo borracho que estaba, y lo recordé entrando, varios días después, sonriente y seguro, al salón de clases, iluminándonos con el reflejo de su flamante diente de oro (“Posee además un excelente sentido de adaptación, de manera que no es para él muy difícil adaptarse a los imprevistos y nuevas situaciones que se le presenten”).
Quince años son mucho tiempo para alguien que no ha cumplido todavía treinta, “edad en la que ya es imposible morir joven” (según dice Javier Marías). Y ahora que el “Siete” está a escasos días de ser padre, recuerdo todas las veces en que, por vivir en el mismo barrio y habernos gastado los pasajes en la última cerveza, nos íbamos caminando juntos, yo tambaleante y él con paso firme, y pienso en que es una buena metáfora de nuestra amistad: el camino compartido, las encrucijadas que nos separaban, nuestra desmañada búsqueda de sentido.
Y pienso en que va a ser un excelente padre, en que me siento orgulloso de que seamos amigos y en que ojalá nuestro destino sea seguir siéndolo siempre.
