"Ser honesto en este país ya es ser revolucionario"Alfonso Barrantes Lingan
El filósofo esloveno Slavoj Žižek, piensa que la cohesión de una comunidad descansa en algo más que en una lengua, un territorio o una cultura compartidas, desancasa también en una forma específica de goce, en una manera particular de relacionarse con la ley y con los otros: "Una nación existe solo mientras su goce específico se siga materializando en un conjunto de prácticas sociales y se transmita mediante los mitos nacionales que la estructuran. Enfatizar en forma 'deconstructivista' que la Nación no es un hecho biológico o transhistórico sino una construcción contingente discursiva, un resultado hiperdeterminado de prácticas textuales, es, por lo tanto engañoso: tal énfasis pasa por alto el riesgo de algo real, un núcleo no discursivo de goce que debe estar presente para que se logre el efecto de consistencia ontológica de la Nación qua entidad discursiva" (Žižek "El acoso de las fantasías").
En esta línea de pensamiento, Gonzalo Portocarreo y Juan Carlos Ubillúz han planteado que el goce que nos cohesiona como peruanos es una forma específica de transgresión: "la criollada", "la viveza", "la pendejada": "Es claro que, en una sociedad como la peruana, donde la ley pública no tiene prestigio, están dadas las condiciones para que la 'desviación' deje de ser excepciónal para convertirse en un comportamiento institucionalizado, en una regla. Entonces la corrupción y el abuso con los débiles se convierten en hechos 'normales', aceptados como naturales e inevitables. Se desarrolla así una tolerancia con la transgresión que socava el orden moral y dificulta cualquier empresa común, pues fragmenta la sociedad en grupos que le dan la espalda a los valores y normas que supuestamente todos estamos obligados a acatar" (Portocarrero "Rostros criollos del mal").
Esta situación nos ubicaría ante una dicotomía que se nos presenta como inevitable: o somos pendejos o somos lornas, el cómico Miguel Barraza lo resume bien cuando dice: "el vivo vive del tonto; y el tonto, de su trabajo". Sin embargo, tal como lo ha señalado Ubillúz, aceptar el juego de ser lorna o ser pendejo es entrar en el juego de la criollada. Por lo que -basándose en la segunda definición de cura analítica planteada por Jacques Lacan- Ubillúz plantea como salida identificarse con el síntoma, con aquello que está mal y que sin embargo permite que la cosas marchen bien: "para pasar de la transgresión a la subversión, es imprescindible asociar el atravesamiento del fantasma con la identificación política, con el excluido del sistema pendejo, es decir, con el lorna" (Ubillúz "Nuevos Súbditos"). Desde luego, identificarse con el lorna no quiere decir convertirnos en sujetos subalternos frente al pendejo y dejarlo actuar con impunidad, pues "el lorna solo es lorna en tanto se esfuerza por pertenecer al grupo de pendejos. Si no se identificase con los ideales del grupo, el lorna permanecería para sus integrantes como un personaje distinto, extraño, indescifrable quizás" (Ibid). Entonces, la única forma de no caer en el juego de la criollada no es plantear ideales "que sirvan como contrapeso a la transgresión" sino identificarnos con el lorna y a partir de ahí devenir en algo diferente, nuevo, en algo que resulte subversivo para la lógica de la "criollada".

En esta línea de pensamiento, Gonzalo Portocarreo y Juan Carlos Ubillúz han planteado que el goce que nos cohesiona como peruanos es una forma específica de transgresión: "la criollada", "la viveza", "la pendejada": "Es claro que, en una sociedad como la peruana, donde la ley pública no tiene prestigio, están dadas las condiciones para que la 'desviación' deje de ser excepciónal para convertirse en un comportamiento institucionalizado, en una regla. Entonces la corrupción y el abuso con los débiles se convierten en hechos 'normales', aceptados como naturales e inevitables. Se desarrolla así una tolerancia con la transgresión que socava el orden moral y dificulta cualquier empresa común, pues fragmenta la sociedad en grupos que le dan la espalda a los valores y normas que supuestamente todos estamos obligados a acatar" (Portocarrero "Rostros criollos del mal").
Esta situación nos ubicaría ante una dicotomía que se nos presenta como inevitable: o somos pendejos o somos lornas, el cómico Miguel Barraza lo resume bien cuando dice: "el vivo vive del tonto; y el tonto, de su trabajo". Sin embargo, tal como lo ha señalado Ubillúz, aceptar el juego de ser lorna o ser pendejo es entrar en el juego de la criollada. Por lo que -basándose en la segunda definición de cura analítica planteada por Jacques Lacan- Ubillúz plantea como salida identificarse con el síntoma, con aquello que está mal y que sin embargo permite que la cosas marchen bien: "para pasar de la transgresión a la subversión, es imprescindible asociar el atravesamiento del fantasma con la identificación política, con el excluido del sistema pendejo, es decir, con el lorna" (Ubillúz "Nuevos Súbditos"). Desde luego, identificarse con el lorna no quiere decir convertirnos en sujetos subalternos frente al pendejo y dejarlo actuar con impunidad, pues "el lorna solo es lorna en tanto se esfuerza por pertenecer al grupo de pendejos. Si no se identificase con los ideales del grupo, el lorna permanecería para sus integrantes como un personaje distinto, extraño, indescifrable quizás" (Ibid). Entonces, la única forma de no caer en el juego de la criollada no es plantear ideales "que sirvan como contrapeso a la transgresión" sino identificarnos con el lorna y a partir de ahí devenir en algo diferente, nuevo, en algo que resulte subversivo para la lógica de la "criollada".

Es en este contexto en el que hay que ubicar la decisión de Franco Navarro de no incluir a Gustavo Rodas en el partido en que se disputaba el título nacional entre los equipos de "León de Huánuco" y la "Universidad San Martín".
Navarro sabía que no tenía ningún jugador que pudiera reemplazar a Rodas (de hecho, tenía una de las bancas de suplentes más pobres del campeonato), sabía que era su cuarta oportunidad de salir campeón luego de haber perdido las tres definiciones anteriores, sabía que estaban en juego las ilusiones de miles de hinchas que abarrotaron el estadio para ver a su equipo jugar una final por primera vez en sus más de 60 años de fundación, pero sobretodo, Navarro sabía que estaba habilitado para alinear al jugador que -según algunos comentaristas deportivos y el propio Franco Navarro- es el mejor del campeonato. Pero Navarro sabía también que algo se podría en el fútbol peruano, y que la resolución que permitía a Gustavo Rodas jugar la final era, por lo menos, cuestionable. Decidió no incluirlo.
Navarro sabía que no tenía ningún jugador que pudiera reemplazar a Rodas (de hecho, tenía una de las bancas de suplentes más pobres del campeonato), sabía que era su cuarta oportunidad de salir campeón luego de haber perdido las tres definiciones anteriores, sabía que estaban en juego las ilusiones de miles de hinchas que abarrotaron el estadio para ver a su equipo jugar una final por primera vez en sus más de 60 años de fundación, pero sobretodo, Navarro sabía que estaba habilitado para alinear al jugador que -según algunos comentaristas deportivos y el propio Franco Navarro- es el mejor del campeonato. Pero Navarro sabía también que algo se podría en el fútbol peruano, y que la resolución que permitía a Gustavo Rodas jugar la final era, por lo menos, cuestionable. Decidió no incluirlo.
Ahí radica lo subversivo del acto de Franco Navarro, en no aceptar la lógica de la pendejada que gobierna el fútbol peruano y rechazar la oportunidad de beneficiarse de una controversial resolución. Asumió sobre sí todo el peso de su decisión y optó por no ser pendejo, y es evidente que tampoco es lorna, es algo nuevo, distinto, que nos interpela como hinchas del "León de Huánuco", como peruanos.
Es alentador que, en los últimos días, hayamos sido testigos de actos similares de desprendimiento por parte de dos taxistas: Kevin Arango y Juan Carlos Pardades. Ambos actos son tan o más valiosos que el de Navarro, en tanto que a ellos nadie los ha nominado para el premio fair play de la FIFA, o los ha nombrado "campeones morales", al contrario, Kevin Arango recibió apenas el 0.1% del dinero que devolvío, como recompensa por su acto, y no deja de ser una tremenda ironía de la vida que Juan Carlos Pardades haya rechazado la lógica del pendejo y el lorna frente a, nada menos, que un personaje como Adolfo Chuiman, quien alcanzó la fama encarnando al típico ciollo pendejo: "¿Quién soy yo? ¿Con quién estás?".
No faltarán quienes muestren escepticismo y aduzcan decenas de razones para minimizar los gestos de estas personas; a ellas, habría que recordarles que "identificarse con el síntoma implica desafiar a dos coordenadas subjetivas de la época: primero, a un cinismo que no puedo creer un mensaje que se encuentra más allá de los ojos (o los de la ciencia), y segundo, a una ética perversa que normaliza y legimita el goce que asegura la sujeción del sujeto al mercado" (Ubillúz "Nuevos súbditos").
Es alentador que, en los últimos días, hayamos sido testigos de actos similares de desprendimiento por parte de dos taxistas: Kevin Arango y Juan Carlos Pardades. Ambos actos son tan o más valiosos que el de Navarro, en tanto que a ellos nadie los ha nominado para el premio fair play de la FIFA, o los ha nombrado "campeones morales", al contrario, Kevin Arango recibió apenas el 0.1% del dinero que devolvío, como recompensa por su acto, y no deja de ser una tremenda ironía de la vida que Juan Carlos Pardades haya rechazado la lógica del pendejo y el lorna frente a, nada menos, que un personaje como Adolfo Chuiman, quien alcanzó la fama encarnando al típico ciollo pendejo: "¿Quién soy yo? ¿Con quién estás?".
No faltarán quienes muestren escepticismo y aduzcan decenas de razones para minimizar los gestos de estas personas; a ellas, habría que recordarles que "identificarse con el síntoma implica desafiar a dos coordenadas subjetivas de la época: primero, a un cinismo que no puedo creer un mensaje que se encuentra más allá de los ojos (o los de la ciencia), y segundo, a una ética perversa que normaliza y legimita el goce que asegura la sujeción del sujeto al mercado" (Ubillúz "Nuevos súbditos").
No hay comentarios:
Publicar un comentario