jueves, 15 de mayo de 2014

DOCE MONOS: EL DÍA EN QUE BRUCE WILLIS APRENDIÓ A OLER LAS FLORES (Raúl Rabuffetti Chávarri)

La película “Doce monos” (“Twelve monkeys”) del director estadounidense Terry Gilliam, estrenada en el año 1995, narra la historia de Jhon Cole (Bruce Willis), un convicto que viaja a través del tiempo en busca del origen de un virus mortal que ha acabado con la vida de millones de personas y ha obligado a los sobrevivientes a vivir en refugios subterráneos. El protagonista es un sujeto descentrado y perdido, que viaja en el tiempo sin esperanzas ni convicciones firmes. Esto lo hará especialmente vulnerable a las promesas de plenitud que le ofrece la psiquiatra Kathryn Railly (Madeleine Stowe), a quien conoce en uno de sus viajes. Esta psiquiatra lo llevará a renunciar a su realidad post apocalíptica y a asumir como verdadero lo que le dice ella: que él no es un viajero en el tiempo sino un sujeto con alteraciones mentales que, para evadir sus verdaderos problemas, se ha creado una fantasía alterna en la que él es el héroe que salvará al mundo.

Propongo leer la película a partir de las ideas del crítico Jesús González Requena, quien plantea que “contra lo que imaginaba, ingenua, la Modernidad, la muerte de Dios no ha conducido al reinado de la racionalidad, sino a la entronización de diosas mucho más antiguas. Y, hay que añadir, diosas de la locura” (2005: 41-42). En este sentido, Jhon Cole, que viene de un mundo en extinción, es el típico sujeto contemporáneo que, sin ideales a los qué aferrase, decide entregarse al poder de esta “diosa” que le da un sentido y le promete “curarlo” para que pueda vivir en un mundo en el que el apocalipsis es una posibilidad muy remota. Sin embargo, una voz decadente, que oye en los momentos precisos, lo salva de la disolución, pero no de la muerte. Así, la película termina con una visión pesimista y desesperanzada, pues el protagonista está atrapado en el tiempo, condenado a repetir una y otra vez sus viajes temporales, su renuncia a la realidad, su entrega a la diosa y su muerte final.

Los sueños de la razón
El apocalipsis al que apunta la película no es producido por algún elemento extraño que venga a romper el equilibrio del planeta  (un meteorito, por ejemplo) sino que es la consecuencia de un devastador virus que se propagó por toda la faz de la tierra desde fines de 1996 y que, para el año 2035, ha acabado con la mayoría de habitantes del planeta. Sin embargo, este virus no es natural, sino el resultado de experimentos científicos. La película, entonces, pretende hacer una crítica a la modernidad  y a la sobrevaloración de la razón. En este sentido, el apocalipsis que adviene en 1996 es como un castigo a una humanidad que ha perdido el rumbo. De hecho, el mismo protagonista lo dice cuando, en su primer viaje al pasado, en 1990, observa en la televisión una serie de experimentos científicos con animales y le dice a Jeffrey Goines (Brad Pitt): “Míralos, se lo están buscando, quizás la raza humana merece ser eliminada”.

Jeffrey Goines es el hijo de un famoso virólogo, ganador del premio Nobel, el responsable de crear el virus que luego asolará la tierra. Cole lo conocerá en el primero de sus viajes al pasado, en el manicomio en el que lo encierren luego de que la psiquiatra Railly lo escuche decir que viene del futuro. Es muy significativo que el hombre que representa la cúspide de la ciencia de su época (premio Nobel) tenga un hijo que esté loco y que se oponga a los experimentos que él realiza. Es decir, estamos frente a una humanidad que se ha dado cuenta de los errores de sus antepasados y no quiere repetirlos. Pero Goines dará un paso más allá y se dedicará al activismo para  intentar cambiar las cosas. No obstante, su activismo es presentado como iluso y consecuencia de su locura, pues ya es muy tarde para poder cambiar las cosas. El monstruo que ha creado la razón terminará destruyéndolo todo.

La modernidad y su obsesión por la razón, tal como lo ha hecho notar González Requena, es, también, el abandono de todo lo sagrado y cualquier referencia a un mito fundador: “la misma Enciclopedia, en tanto sistematización de los saberes científicos, pasó entonces a ocupar el lugar del Mito, a la vez que pretendía recusarlo definitivamente” (2002:10). De esta manera, se pretendía eliminar todo aquello que no se ajustara a los patrones de la razón, es decir, lo irracional, pero como dice González Requena: “Sucede que, a pesar de todo, lo irracional, es decir, lo real, sigue ahí, en forma de ese cosmos sin sentido que nos rodea. Pero no sólo ahí. También sigue aquí, dentro de nosotros mismos, en forma de pulsión” (2005:39).

 La modernidad, entonces, quiso construir su proyecto ignorando lo real:
“Hubo de nacer así una realidad que, en tanto se configuraba de espaldas a lo real, se veía abocada a vaciarse de goce.
De manera que los sujetos no podrían encontrar en ella, en los textos que la configuraban, los puntos de ignición que hicieran posible su inscripción en ellos” (2002:10)

Jhon Cole es, en este sentido, hijo de una modernidad exacerbada hasta el delirio, pues vive en una sociedad autoritaria en la que son los científicos los que tienen el poder, los que lo obligan a ofrecerse de “voluntario” para viajar en el tiempo y buscar el origen del virus que asola la tierra. El mundo de Cole es un mundo de desolación, no solo porque, en el 2035, la humanidad vive en refugios subterráneos en los que siempre es de noche, sino porque es un convicto hacinado en una prisión de pesadilla, de donde es extraído, a pedido de los científicos, con una especie de grúa. Este es el mundo con el que debe lidiar y en el que no encuentra nada a qué aferrarse, por lo que se ha convertido en un sujeto estancado en una existencia sin sentido ni esperanzas.

Madre y diosa
No es de extrañar, entonces, los seductores que le resultan a Cole los últimos años del siglo XX: aire fresco, luz solar, etc. Pero lo que más lo seducirá de esta época será la psiquiatra Kathryn Railly. El primer contacto que tenga con ella se dará en la cárcel: es 1990, Cole se ha enfrentado a un grupo de policías que quiso detenerlo por su extraña apariencia, y está detenido y sedado debido a su violenta reacción. Entonces aparece Railly y, poniéndose en cuclillas para acercarse más a él, que está tendido en el piso, le dice de manera protectora: “Soy psiquiatra, trabajo para el Estado,  no para la policía. Así que lo que me importa es su bienestar”. En este momento se iniciará una relación entre ellos que pasará por dos etapas.

La primera corresponde a su primer viaje en el tiempo, cuando viaja por error a 1990. En ese viaje, Cole permanecerá obsesionado con cumplir con el mandato que se le ha impuesto, es decir, reunir suficiente información acerca del origen del virus para que, en el presente (2035), los científicos puedan elaborar una cura. La voz de esta madre protectora que insiste en que Cole vive una fantasía y que es mentalmente divergente será ignorada.

La segunda etapa se inicia hacia el final de su tercer viaje, cuando, en 1996 y tras una breve pelea con Railly, ella le dice enfadada: “Has creado algo en tu mente… un sustituto de la realidad porque eres incapaz de enfrentarte a nada… puedes superarlo, pero solo si tú quieres, puedo ayudarte”.  Cole responde que sería genial que él estuviera loco, pues así él podría vivir en 1996, pero en cuanto termina de decir esto, Cole es devuelto al año 2035. Una vez ahí, este se niega a aceptar la realidad y se enfrenta a los científicos diciéndoles que ellos no son reales, que solo están en su imaginación.

Tiempo después, cuando Cole realice su cuarto viaje y regrese a los años noventa, la doctora Railly, guiada por la perplejidad que le produce la coherencia del discurso de Cole, reúne indicios suficientes para cuestionar su diagnóstico y su propia práctica psiquiátrica. Empezará a creer, entonces, que Cole no está loco y acepta la posibilidad de que es un viajero en el tiempo. Pero, entonces, Cole reaparece pidiéndole ayuda, dándole la razón sobre su enfermedad mental. Railly no sabrá qué pensar y será Cole quien racionalice las cosas e intente encontrar una explicación lógica a lo que sucede, incluso le recriminará diciéndole: “dijiste que podías explicarlo todo”.  Al final de su discusión, él le dirá: “No quiero conocer el futuro, quiero volver a ser una persona normal, quiero que esto sea el presente, quiero quedarme aquí, en este tiempo, contigo”. Entonces ella lo abrazará maternalmente contra su pecho.


  En este momento, la relación entre Cole y Railly no puede ser de mayor sometimiento: “No existe relación más desigual, es decir, también, forma más absoluta de poder, que la que se establece entre la madre y su bebé” (Gonzalez Requena 2005: 48). Cole decide entregarse a esta diosa maternal en busca de protección, para esto debe renunciar a su propia realidad, a su identidad y disolverse en el discurso de ella. Pero una vez que se ha sometido, se da cuenta de que la plenitud prometida era una ilusión, ella también duda y no puede “curarlo”. Hay una falta en ese Otro materno, frente a esto, la película plantea una salida que salva al sujeto de la locura.

En el nombre del padre
Según González Requena:
Esa relación [entre madre e hijo] tan acentuadamente desigual no cesa de incrementarse en la misma medida en que se desmorona el prestigio y el vigor de la única institución social que puede introducir en ella freno y contención: la función paterna (2005: 48).

¿Qué o quién cumple la función paterna en la película? A lo largo del film, aparecerá cuatro veces una voz misteriosa que, tanto para Cole como para los espectadores, permanecerá inexplicable. La primera vez que aparezca será tras el regreso de Cole de su primer viaje en el tiempo. Este despertará en su celda, en el año 2035, y oirá una voz que lo llama “Bob”. Cuando Cole intente averiguar de dónde viene esa voz, esta le dirá:
Quizás estoy en la celda del al lado, soy otro “voluntario” como tú; o quizás estoy en la Oficina Central, espiándote para todos esos científicos idiotas; o quizás tampoco estoy aquí, quizás solo estoy en tu cabeza. No hay modo de comprobar nada.

Tras esta extraña presentación, la voz volverá a aparecer en su tercer viaje, en 1996, pero esta vez no será solamente una voz, sino que será la voz de un anciano mendigo, que se les acercará a Cole y a Railly, y les dirá que no hay forma de escapar de ellos (los científicos) pues estos lo oyen todo y pueden saber dónde están por medio de un transmisor que les implantan en los dientes. Acto seguido, el mendigo le dirá que él encontró la manera de escapar de ese control: sonreirá y mostrará que no tiene dientes. Cole quedará un momento sorprendido y luego se dirá que no hay razón para que lo espíen, pues él está cumpliendo con lo que se le ha encomendado.

En la tercera ocasión, la voz se oirá tras el regreso de Cole de su tercer viaje en el tiempo. Nuevamente en 2035, Cole será despertado por esta voz que empezará a hacerle preguntas y le dirá lo que el propio Cole piensa: “Ya sé lo que piensas Bob, que solo existo en tu cabeza”. La voz tratará de confundirlo, de burlarse de él y le dirá que debe ser inteligente para conseguir lo que quiere “¿Qué es lo que quiero?” le dice Cole. La voz le dice: “Ver el cielo, el océano, vivir en la superficie, respirar el aire, estar con ella”.
Finalmente, la voz volverá a oírse en el último viaje de Cole, cuando este y Railly estén a punto de  huir, en el aeropuerto. Cole entrará al baño y la voz lo sorprenderá diciéndole: “Tú no perteneces aquí Bob. No te está permitido quedarte”. Cole intentará encontrar el origen de esa voz pero será en vano.

Mi hipótesis es que es esta voz misteriosa la que cumple la función paterna en la película, en la medida en que esta voz le recuerda a Cole el deber, la ley que impide que este pierda su identidad en el discurso de la diosa madre. Tras su primera aparición, no queda claro qué es lo quiere esta voz o de quién viene, pero en su segunda intervención aparece para recordarle a Cole que debe cumplir con su deber, que lo están vigilando. En su tercera aparición, aparece justamente en el momento en que Cole se ha entregado al discurso de Railly y rechaza su realidad gritándoles a los científicos que no son reales. Cuando es sedado para que pueda ser controlado, la voz lo despierta y le sugiere que sea astuto para conseguir lo que quiere, y no solo le dice eso, sino que le dice lo que desea: estar con ella, con Railly. Es decir, la voz le dice que no debe renunciar a su identidad para disolverse en el discurso materno, sino que debe canalizar su deseo de manera distinta: para obtener lo que quiere no debe encerrarse en sí mismo y negar la existencia de los científicos, sino que debe pasar por lo simbólico, aceptar su realidad, ser astuto y engañarlos.

Finalmente, en su cuarta aparición, cuando parece que Cole podrá huir con la psiquiatra, la voz vuelve a aparecer y le recuerda su deber, deber que tendrá que cumplir en cuanto salga del baño, en donde lo espera otro viajero en el tiempo que le asigna una nueva misión. Como dice Ubillúz “Lo que llamamos libertad solo existe a condición de que se inscriba un significante (el Nombre-del-Padre) que designe al Otro (materno) como incompleto, inconsistente” (2009:153). Así pues, frente a la plenitud aparente que le esperaría si huye con Rally, la voz le recuerda que dicha plenitud es siempre ilusoria, que no debe dejarse arrastrar por esta diosa, sino actuar.

Es esta voz, pues, la que impide que Cole se pierda en el discurso materno y lo salva de la locura o la disolución de su personalidad, asignándole una misión y una manera de canalizar su deseo. Es significativo que esta voz que hace las veces de función paterna no tenga un cuerpo en el qué encarnarse, es pura voz. Y la prueba de esto es que cuando Railly está buscando a Cole, ella vuelve a encontrarse con el anciano mendigo que había encarnado la voz misteriosa. La psiquiatra le pregunta por Cole, pero el mendigo se muestra sorprendido y se marcha perplejo ante las alusiones de Railly a viajes en el tiempo.

La película pareciera subrayar la importancia de la función paterna, aunque no tenga una encarnación concreta o precisa y aunque esta voz sea confusa, misteriosa, contradictoria. Pero aquí se trata de elegir entre el padre o lo peor, la locura. Sin embargo, este padre no logra salvarle la vida al protagonista, Cole morirá abaleado en el aeropuerto, tal y como lo había venido soñando el protagonista desde el inicio de la película. Es decir, todos los esfuerzos que hace el protagonista por huir de su destino no hacen más que llevarlo hacia él, en este sentido, la función paterna pareciera plantearle la disyuntiva entre elegir la locura con Railly o la muerte cumpliendo su deber. Esto es debido a que el vínculo que el protagonista podría establecer con Railly, como una forma de evitar su descentramiento, está siempre amenazado por la sombra edípica bajo la cual los protagonistas se conocieron; por otro lado, si el deber de Cole es cumplir su misión sin importar las consecuencias, pues entonces debe entregarse a él aun a costa de perder su propia vida.
La pregunta, entonces, es ¿qué salida le queda al sujeto?

Oler las flores
La película se inicia mostrando un remolino hecho por pequeños círculos de monos dibujados con color rojo, que se repiten hasta perderse en el fondo negro. Estos círculos giran en sentido horario hasta que, desde el fondo del remolino, surge un último círculo de monos con un “12” escrito en el medio y un mono más grande que el resto, en actitud aparentemente beligerante, que ha conseguido salir del círculo. Este círculo irá aumentando de tamaño hasta ocupar toda la pantalla, junto con el nombre de la película: “Doce monos”.



Aunque la imagen pareciera sugerir que sí hay, o hubo, alguien que rompió con el eterno retorno de lo mismo y logró salir del remolino de monos, la película nos plantea lo contrario, pues esta se inicia y termina con la imagen de un niño de ocho años que observa un asesinato en un aeropuerto, dicha imagen es un sueño recurrente de Cole, y, conforme avanza la película, comprendemos, junto con Cole, que no se trataba solamente de un sueño, sino de un recuerdo traumático suyo. Hacia el final de la película, estará claro que el asesinato que presenció Cole es el suyo, es decir, en 1996, el Cole niño vio morir al Cole adulto que, desde el año 2035, había viajado al pasado para cumplir con su misión. Sin embargo, la clave para entender por qué hay un mono que sale del círculo en actitud beligerante es el diálogo que mantiene Cole con Kathrin Railly en el cine. Mientras observan la película “Vértigo” de Alfred Hitchock, Cole le dice a ella: “Es como lo que nos pasa a nosotros, como el pasado. La película nunca cambia –no puede cambiar- pero, cada vez que tú la ves, parece diferente porque tú eres diferente, notas cosas distintas”. Railly le responde: “Si no puedes cambiar nada porque ya ha ocurrido, al menos huele las flores”.

Este diálogo resume bastante bien el cambio que se produce en Cole cuando se da cuenta de que si bien no puede hacer nada para cambiar las cosas pues todo parece estar escrito, sí puede cambiar su actitud con respecto a ello. Para ponerlo en términos psicoanalíticos recordemos lo que nos dice el crítico Juan Carlos Ubillúz: “Lejos de sostener que el discurso del Otro determina la conducta individual, el psicoanálisis presume que es finalmente el sujeto del inconsciente quien, desde lo real, decide alienarse en o separarse del Otro que lo habla” (144).

En este sentido, podemos observar el cambio de actitud de Cole si comparamos el primer encuentro del protagonista y la doctora Railly con su actitud hacia el final de la película. En su primer viaje en el tiempo, por error es enviado al año 1990 y Cole termina encadenado en una celda por haberse resistido a la policía, entonces llega Railly a entrevistarlo y él lucha por liberarse repitiendo con impotencia: “Tengo que irme, tengo que irme”, luego agrega “Tengo que irme, tendría que estar recogiendo información”. En este primer encuentro, Cole está obsesionado con el mandato que ha recibido de parte del Otro (representado por los científicos que lo envían al pasado) de recoger información para salvar a su mundo y conseguir un indulto. Aquí, Cole es un sujeto completamente alienado en el Otro.

Hacia el final de la película, cuando comprenda que no puede cambiar nada pero que puede “oler las flores”, Cole se separará de ese Otro e iniciará una relación con Railly, aunque esta separación no será total, pues en el último momento, cuando está por abordar un avión con ella, decide llamar por teléfono y dejar un mensaje con los últimos datos que ha conseguido sobre el virus, para los científicos que lo enviaron al pasado. Esta llamada será la que lo lleve a la muerte, pues los científicos enviarán a otro viajero en el tiempo que obligue a Cole a matar al hombre que liberará el virus mortal, pero, en su intento por matarlo, Cole terminará abaleado por la policía. Todo esto sucederá en 1996, cuando Cole niño tiene 8 años y está, por casualidad, en el mismo lugar, observando todo.

Esta es, entonces, la salida que plantea la película y es la razón por la que puede verse a un mono que sale del círculo. Quizás pueda comprenderse mejor esta salida a la luz de otra cita de Ubillúz: “Es más fácil imaginar (por lo menos para un director de Hollywood) una hecatombe natural o  una invasión extraterrestre que acabe con la humanidad, y de paso con el capitalismo, que imaginar una civilización distinta. Así, tanto en la política como en el psicoanálisis, el declive del Nombre-del-Padre produce el estancamiento de la subjetividad en un cinismo impotente en el que nada nuevo puede existir” (2006:31-32). Entonces, la salida que plantea la película no es la de un cambio radical o el advenimiento de un héroe que salve al mundo del apocalipsis, sino la de separarse de este destino que nos espera y, en medio de este cinismo impotente en que nada nuevo puede existir, “oler las flores”, como única manera de evitar la alienación en el Otro. Un Otro completo, sin fisuras, contra el que es imposible luchar.

Bibliografía
Gilliam, Terry Doce monos [United States] : Universal Pictures, 1995
González Requena “Dios”. En: Trama y fondo. Lectura y teoría del texto. #19, Madrid: 2005.
---------------- “El horror y la Psicosis en la Teoría del Texto”. En: Trama y fondo. Lectura y toería del texto. #13, Madrid: 2002.
Ubillúz, Juan Carlos Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea. Lima: IEP, 2006.
---------------- “En el Nombre-del-Padre: Los cuentos morales de Luis Nieto Degregori”. En: Contra el sueño de los justos. Lima: IEP, 2009.