sábado, 14 de enero de 2023

LOS OTROS: LAS VÍCTIMAS DEL DR. TANGALANGA (Catón Nino Garabato)

 

Como todo tangalanista sabe, el inicio mismo de la aventura del Dr. Tangalanga es un buen ejemplo de esa intrincada relación que el doctor mantuvo a lo largo de toda su carrera con lo que vamos a llamar “los otros”.

Para identificar al primer “otro” debemos volver hasta los años sesenta. A inicios de esa década, Julio Victorio de Rissio tomó un teléfono y empezó a hacer las primeras llamadas que, muchos años después, lo hicieron mundialmente conocido como el Dr. Tangalanga. Esos primeros llamados (como treinta, según calcula el propio Dr.) los hizo con el objeto de divertir a su amigo Sixto, internado en un hospital con una enfermedad que lo terminaría matando poco tiempo después. Ese es el primer “otro”, Sixto. Pero no solo el Sixto “verdadero”, sino los miles de “Sixtos” que viven agradecidos con el Dr. porque él y sus bromas fueron trascendentales para recuperar, por lo menos, las risas, las carcajadas, la alegría de vivir en momentos tan duros en que lo último en que uno pensaba que podía hacer era reír. Prueba de ellos son las decenas de comentarios de usuarios que deciden dejar sus testimonios en las distintas plataformas a través de las cuales se difunden los vídeos del doctor.

Historias de estos primeros “otros”, los que fueron salvados por Tangalanga, las podemos encontrar, también, en el documental de Diego Recalde “Víctimas de Tangalanga”. Sin embargo, el documental también nos permite acercarnos al segundo “otro”: Diego Recalde busca ponerles rostros a las voces de las decenas de personas que tuvieron que soportar las ocurrencias de Tangalanga. Pero ese ejercicio resulta bastante más complejo de lo que uno podría pensar. 

A pesar de que han pasado más de 30 años, hay víctimas que no quieren recordar el día en que el doctor las llamó; hay quienes lo recuerdan, pero no lo perdonan; o lo perdonaron solo cuando falleció. Estos también son “los otros”, los que no fueron salvados por Tangalanga, sino perjudicados, sus víctimas.

En más de una ocasión, el doctor manifestó que a él le gustaba embromar a tipos “que sean jodidos” y hacerlos sufrir un poco. En ese sentido, podríamos decir que el Dr. Tangalanga se percibía a sí mismo casi como un justiciero: las innumerables llamadas a “chantas” (estafadores), comerciantes abusivos o vecinos desconsiderados así lo atestiguan. Esas fueron todas sus víctimas o al menos esas son las que al Dr. Tangalanga le hubieran gustado que fueran todas sus víctimas. Gracias al documental de Diego Recalde sabemos que no fue así.

Pensemos, por ejemplo, en Antonio Catalano.


Seguramente, Tangalanga asumió que se trataba de un charlatán que se presentaba como un “caza fantasmas” para poder engañar y aprovecharse de la gente. Por esta razón, el Dr. lo llamó para burlarse y provocarlo hasta sacarlo de sus casillas. Sin embargo, cuando oímos el testimonio de la hija de Catalano, entrevistada por Recalde, nos enteramos de que el hombre estaba lejos de ser un estafador. Era un sujeto  que participó activamente en la vida de su comunidad y que sinceramente creía —o quería creer— en la parasicología. Es más, nos enteramos de que su interés en el “más allá” era resultado del terrible dolor que le causó la muerte de sus dos hijas. Luego de esta trágica pérdida, Catalano se dedicó a la parasicología en un intento desesperado de volver a estar en contacto con ellas.

 Luego de saber esto, la broma a Catalano ya no se oye de la misma manera. Algo cambia. La voz ahora tiene rostro y una historia trágica detrás. 

En este sentido, el documental de Recalde nos ayuda a comprender a estos otros. Pero comprender en el sentido preciso que le otorga el filósofo Pablo Quintanilla: “Comprender a alguien requiere tener la habilidad para compartir algún aspecto de su perspectiva, aunque sin perder la propia; precisa de participar de su punto de vista subjetivo o de imaginar cómo sería ser él en determinadas circunstancias de su historia personal”.

Contrariamente a lo que podría esperarse, el documental de Recalde deja al tangalanista con cierto desasosiego. Ponerle rostro y conocer las historias de las víctimas nos hace más difícil poder seguir riendo sin culpa con las ocurrencias del doctor y la furia impotente de sus víctimas. Saber que muchas de sus víctimas la pasaron mal y que tardaron décadas en superar el incidente y sus consecuencias, nos hace poner las cosas en perspectiva. Pero, sobre todo, nos recuerda la importancia de intentar comprender al otro —en lugar de juzgarlo por las apariencias o guiados por prejuicios— si queremos vivir en una sociedad más justa y fraterna.


domingo, 14 de noviembre de 2021

"NO TENGO DINERO, NI NADA QUE DAR" . UN COMENTARIO A "NARCOS: MÉXICO" (Churcampino Gutarra Guevara)

 

En un artículo publicado el 10 de agosto de 2013, en el diario El Comercio, el sociólogo Gonzalo Portocarrero esboza un “Balance del neoliberalismo”. En este balance, contrapone el aspecto económico y el cultural, siendo este último el menos favorecido. Dice Portocarrero: “El hecho decisivo es que el proyecto neoliberal con su culto al éxito individual, y al consumo, ha debilitado los vínculos sociales, erosionando los valores colectivos que fundamentan la moralidad pública y la vigencia de la ley”.

Tres años después, en el mismo diario, en un artículo titulado “El neoliberalismo en el Perú”, volvía sobre el tema del culto al éxito y decía: “En la época liberal, no había tanta compulsividad y cada uno tenía más autonomía para fijarse sus metas. Pero ahora nos vemos como agentes de un prestigio que tenemos que aumentar”.

Estas reflexiones de Portocarrero se me vienen a la mente luego de terminar de ver la última temporada de “Narcos: México”. Definitivamente, esa entrega cínica de los protagonistas (los narcotraficantes) al goce, la necesidad por acumular riquezas y placeres, la vida como un éxtasis permanente, el lujo, el derroche, etc. ilustran bastante bien las aspiraciones de una sociedad entregada al sentido común neoliberal, que valora como máximas aspiraciones el consumo y el éxito a cualquier precio.

Sin embargo, en la demencial carrera por el éxito, no todos podrán conseguirlo. Por eso, es tan significativa y hermosa la escena en la que Víctor Tapia (Luis Gerardo Méndez) canta el estribillo de la canción de los años 70’s “No tengo dinero” de Juan Gabriel:

Víctor acaba de entregarle a su mujer, Hortencia (Damayanti Quintanar), el dinero que logró robarle a un grupo de delincuentes (luego de un violento enfrentamiento en el que perdió a uno de sus amigos). Mientras su esposa, antes de guardarlos, hace la señal de la cruz con los billetes, Víctor pone la canción y oímos la voz del divo juarense.

Cuando llega el estribillo, la cámara se acerca a Víctor y lo oímos cantar: “No tengo dinero ni nada que dar / lo único que tengo es amor para amar / si así tú me quieres, te puedo querer / pero si no puedes ni modo, qué hacer”. Luego, la toma se abre, vemos a Hortencia aproximarse y bailar con él unos segundos, hasta que Juan Gabriel repite el coro.

En ese momento, Víctor se aparta y la deja bailando sola, la cámara vuelve a acercarse a él y vemos que su rostro cambia, se vuelve torvo, más que cantar, esta vez parece declarar con rabia: “No tengo dinero ni nada que dar…”. Hortencia le habla, pero Víctor ya no la oye, tiene la mirada fija en otro lado y el gesto ausente.

En general, la serie es bastante pesimista: no importa cuántos narcotraficantes sean detenidos o muertos, siempre aparece alguien peor. Mientras tanto, la violencia en México va cobrando ribetes de espanto, como se puede apreciar en las imágenes de los cuerpos que empiezan a aparecer colgados de los puentes o los casos de feminicidios en Ciudad Juárez, que nadie puede explicar ni detener. La lucha de quienes pretenden acabar con el imperio de la droga parece perdida de antemano, porque es una lucha contra el sistema mismo.

La política, tan desprestigiada en tiempos neoliberales, no escapa del pesimismo de la serie. Los políticos, presentados como administradores de lo existente, de las desigualdades, de las injusticias, viven de corrupción y se alimentan de ella. 

La política como creación de lo nuevo, como actividad transformadora de la sociedad, es la gran ausente en toda la serie. El discurso, entonces, se siente monocorde, como si estuviéramos viendo una elegía a una sociedad que ya cumplió su ciclo o una épica de canallas convertidos en nuevos héroes de un mundo que ha perdido toda esperanza.

viernes, 19 de febrero de 2021

ACERCA DE "LOS INDESTRUCTIBLES" (Herbert Gutarra)

Herbert William Gutarra Serpa comparte con nuestros lectores su opinión de este film.

sábado, 30 de mayo de 2020

LA REVOLUCIÓN DE PASCUALILLO (Willy Gutarrita Pasguato)




La historia, al menos al inicio, no parece muy original: un hombre despechado quisiera gritar “a los cuatro vientos” que no logra olvidar a una mujer, lo que lo lleva a emborracharse continuamente. Centenares, probablemente miles o centenares de miles de canciones han agotado ese tópico hasta el hartazgo. Sin embargo, la canción de Pascualillo introduce un giro que la hace especial.

Luego de los lamentos de rigor, se menciona en la canción un nuevo personaje: la gitana. Ella no está ahí para hacer de contraparte ni para darle consejos amorosos. Es decir, no está ahí para pedirle que luche por su amada como en “Cosas del amor” de Ana Gabriel ni tampoco para animarlo a olvidarla como en “Olvídala” del Binomio de Oro. La gitana aparece, más bien, como un recuerdo del desconsolado hombre que, en medio de sus quejas, rememora el enigmático y contradictorio dictamen de la adivina: “No sufras más”, le habría dicho primero y, luego, habría agregado: “tu vida está marcada para sufrir”.

Esta aparente contradicción es lo que le da cierto interés a la letra de la canción. ¿Qué quiso decir la gitana? ¿es posible no sufrir si mi vida está marcada para ello? Durante mucho tiempo estas preguntas me han generado mucha intriga y, a la vez, atracción. Hoy, propongo una lectura de este estribillo desde la teoría política.

Para poder resolver la paradoja, hace falta entender un concepto: la posición subjetiva. Esta noción hace referencia a la percepción que de mí mismo tengo. Por ejemplo, para el marxismo ortodoxo, la clase social llamada a materializar la revolución era la clase obrera. Sin embargo, pertenecer a la clase obrera era una condición necesaria, pero no suficiente, hacía falta, además, tener conciencia de clase. En otras palabras, un obrero con conciencia de clase, adopta una posición subjetiva que lo lleva a cuestionar el orden de cosas existente; por lo tanto, está listo para iniciar el cambio. Algo que no sucede con un obrero sin conciencia de clase, pues la posición subjetiva del sujeto, en este caso, lo lleva a aceptar y justificar la situación de explotación en la que se encuentra.

Entonces, tenemos dos personas pertenecientes a la misma clase social, pero uno de ellos pertenece al proletariado y el otro no, ¿por qué razón?, dice Žižek: “Marx distinguía entre la clase obrera y el proletariado; la clase obrera es, efectivamente, un grupo social particular, mientras que el proletariado designa una posición subjetiva” (En defensa de causas perdidas, 2008).

Podríamos afirmar, entonces, que la clase obrera es el lugar desde el cual podría surgir, o no, el proletariado. ¿De qué dependerá que lo haga? De la conciencia de clase, de percibir la explotación como algo injusto e inaceptable que, por lo tanto, debe ser abolido. En este punto, es importante recordar la definición de “política” que plantea el filósofo francés Jacques Ranciere: “La política es la colisión entre un mundo que quiere ser y otro que quiere persistir”(El desacuerdo. Política y Filosofía2007). Es en este preciso sentido que, la opción verdaderamente política frente a una situación injusta, legitimada por un sistema inmoral y un orden de cosas insostenible es una revolución.

Es decir, el sujeto se rebela frente a la explotación y entiende que las cosas no van a poder cambiar siguiendo las reglas de juego que el propio sistema ha establecido para legitimar el abuso. El mundo que quiere ser debe imponerse por sobre el que quiere persistir. En ese sentido, podemos decir que el sujeto debe rebelarse frente al papel que el mismo sistema capitalista le ha asignado en la sociedad como si de un destino ineludible se tratara. Solo de esta manera se conseguirá transformar aquello que aparece como necesario y eterno en algo contingente y temporal. "Si sangra, podemos matarlo", diría el mayor Alan Dutch.

Espero que ahora sí esté claro de qué manera podemos entender la admonición de la gitana al protagonista de la canción. Lo que ella le está diciendo es que está atrapado en un orden simbólico que lo condena a sufrir, y mientras él no cambie su posición subjetiva, ese papel de ser sufriente lo arrastrará toda la vida. Entonces, al decirle "no sufras más", lo que le está dando a entender es que debe reinventarse por completo, cuestionar el mismo orden simbólico en el que está atrapado, abolirlo, inventar uno nuevo y, en ese proceso, reinventarse él mismo. En pocas palabras: hacer la maldita revolución.

lunes, 11 de mayo de 2020

¿ÉRAMOS FELICES? (Rosmelio Gutarra Cartolín)

Escribo esta “Carta para Melanín” (aunque ya no es una carta y tampoco va dirigida a Melanín) por los mismos motivos por los que Martín Valverde manifestaba haber compuesto su canción “Sigue”: “a modo de automedicamento”. Es decir, escribo esta “Carta a Melanín” para mí, para convencerme a mí mismo de lo que aquí digo, para no dejarme ganar por la nostalgia o la angustia.

Se suponía que esta carta debía empezar comentado una frase que había leído bastante, sobretodo al inicio de la pandemia, en redes sociales, aquella que dice: “éramos felices, pero no lo sabíamos”. Una expresión que me recordaba a mi película favorita “12 monkeys” (Terry Gilliam, 1995).

Luego, había pensado contarle a Melanín algunas de mis impresiones sobre la película, decirle, por ejemplo, que todavía recuerdo la impresión que me causó, desde la primera vez que la vi, la escena de James Cole (Bruce Willis) -ese viajero del tiempo, vuelto de un futuro distópico- sacando la cabeza por la ventanilla del auto en el que ha secuestrado a la doctora Kathryn Railly (Madeleine Stowe). La imagen me semejaba la de un perro disfrutando el aire fresco desde el carro de su amo; mientras, del otro lado, la doctora Railly lo mira sorprendida, considerando, quizás, la posibilidad de escapar de su secuestrador en ese instante, en que parece poseído por un éxtasis demente.

Hoy, cuando recuerdo esa escena, no puedo más que comprender al personaje, identificarme absolutamente con él. Ese paseo en auto, al aire libre, estaba tan lejano de la realidad de James Cole, casi como lo está ahora de nosotros. ¿Éramos felices y no lo sabíamos?

Pienso que la frase es insidiosa.

Quizás es otra forma de repetir aquél verso de Jorge Manrique: “todo tiempo pasado fue mejor”. Y no olvidemos que lo que en realidad dice Manrique es que la gente piensa que es así, pero no necesariamente lo es: “como, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”.
En ese sentido (y dado que esta carta tenía por objeto recomendar la lectura un libro) pienso que un producto cultural del que podemos sacar una mejor enseñanza sobre cómo llevar esta cuarentena es “La autopista del sur” de Julio Cortázar (que aparece en el libro “Todos los fuegos el fuego” de 1966). En ese cuento, vemos cómo, cuando algo nos saca de la inercia zombi en la que solemos vivir, no hacemos más que esperar que ese evento pase, se resuelva, desaparezca, se convierta en “un mal recuerdo”, para así poder volver a la “normalidad”. John Lennon habría dicho: “Life is what happens to you while you're busy making other plans” .

¿Éramos felices y no lo sabíamos? Pienso que quizás sí, pero lo insidioso de esa frase reside en que es cierto que esta pandemia y las restricciones que implica representan un momento durísimo para muchas personas; no obstante, aquellas que la reproducen en sus redes sociales, son las afortunadas que, cuando todo esto pase, podrán volver a preguntarse lo mismo sobre estos días.

lunes, 3 de diciembre de 2018

LO QUE HACEN LOS AMIGOS (William Arrunátegui Toscano)

A la memoria de mi amigo Jerry Christian Vila Ortega

“La guerra no tiene rostro de mujer” de Svetlana Alexiévich es un libro lleno de pasajes impresionantes e inolvidables. Mientras uno va pasando las páginas del libro conocemos la historia de decenas de mujeres que pelearon durante la Segunda Guerra Mundial. Nos vamos enterando de proezas físicas inverosímiles, actos de generosidad o de valentía que, muy fácilmente, podrían conducirnos a aquello que el filósofo Slavoj Žižek llamaría “ilusión fetichista”, es decir, podríamos sentirnos tentados a pensar que las mujeres, cuyas voces recoge el libro, son mujeres excepcionales, elegidas, mujeres que habían sido tocadas por el destino para convertirse en heroínas, pues aquello que hicieron no lo habríamos podido hacer nosotros.

Sin embargo, Alexiévich se encarga, una y otra vez, de quebrar esa ilusión, de recordarnos que estamos leyendo testimonios de personas que no fueron elegidas o predestinadas para la grandeza, sino mujeres ordinarias que actuaron de manera extraordinaria. Surge, entonces, la pregunta ¿si no eran excepcionales, qué las hizo actuar de esa manera?

De entre los muchos fragmentos que podría citar del libro, me quedo con el relato de la enfermera Anna Ivánovna Beliái:

 “El bombardeo… Bombardeaban, bombardeaban, bombardeaban. Todos echaron a correr… Yo también. Corría y oía un gimoteo: ‘Ayuda… Ayuda…’. Pero continué corriendo… Al poco empecé a darme cuenta de algo, noté el bolso sanitario colgando de mi hombro. Y la vergüenza. ¡El miedo desapareció! Me di la vuelta y regresé corriendo: había un soldado herido, gimiendo. Le vendé la herida. Luego pasé a otro, y a otro…

Por la noche, el combate se acabó. A la mañana siguiente cayó la nieve. Bajo ella estaban los muertos... Muchos tenían los brazos levantados... hacia el cielo... Pregúnteme: '¿Qué es la felicidad?'. Yo le contestaré... 'Es encontrar entre los caídos a alguien con vida...'

Este pasaje me resulta especialmente revelador, pues me recuerda el conocido aserto del psicoanalista francés Jacques Lacan: "El loco no es solo el mendigo que cree ser un rey, sino el rey que cree ser un rey". Esta idea debe entenderse como una paradoja que resalta el hecho de que no hay nada en la “esencia” de una persona que la haga ser lo que es. Si alguien es rey, se debe a que ocupa ese lugar dentro de un entramado de convenciones sociales que lo colocaron en esa posición.

No hay, pues, nada esencial en Anna que la haga ser diferente a los demás: siente miedo, huye. “Todos echaron a correr”, dice ella; sin embargo, Anna no es como todos. El resto puede huir, esconderse, dejar a los heridos regados en el campo, pero ella no. Ella es diferente, ¿por qué?, pues porque es enfermera. Ella no puede huir como cualquiera. No obstante, parece haberlo olvidado cuando empiezan el bombardeo: empieza a correr como todos. Hasta que mira su bolso sanitario.

Ese bolso opera como un significante que le recuerda cuál es su lugar en el mundo, qué es lo que se espera de ella. Frente a esa interpelación, ella tenía dos opciones: podía negarlo y seguir corriendo (quizás deshacerse de ese bolso, tirarlo lejos para que nadie lo vea) o podía hace suyo el mandato simbólico que el bolso representaba, dejar de sentir miedo, regresar.

Es impresionante comprobar la fuerza que nos puede dar un significante en el momento preciso. Un objeto, un símbolo, una palabra o la foto de un ser querido muchas veces nos recuerdan cuál es nuestro lugar en el mundo y quiénes nos sentimos llamados a ser. Desde luego, un significante también nos puede llevar a actuar de manera ruin: muchas personas que conocieron a Pablo Escobar afirman que el hombre era un visionario brillante; sin embargo, cada vez que alguien le preguntaba por qué no usaba todo ese talento en alguna actividad legal, Escobar solía responder: “porque soy un bandido”.

Pero un significante no solo puede llevarnos a tomar decisiones respecto a nosotros mismos, sino también, y sobretodo, respecto a los otros. Un ejemplo de este punto se puede ver en una de mis películas favoritas: Shrek.

Cuando Burro se harta de los maltratos de Shrek y le reclama por su actitud, se produce el siguiente diálogo:

Donkey: Uh-uh. You know, with you it's always, "me, me, me!" Well, guess what! Now it's my turn! So you just shut up and pay attention! You are mean to me. You insult me and you don't appreciate anything that I do! You're always pushing me around or pushing me away.
Shrek: Oh, yeah? Well, if I treated you so bad, how come you came back?
Donkey: Because that's what friends do! They forgive each other!



Burro y Shrek eran solo dos personajes cuyas vidas se habían cruzado para cumplir un objetivo en común. Shrek no quiere nada de Burro, pero este, tercamente, lo acompaña, lo sigue y no deja de introducir una y otra vez el significante que debería regir la relación entre ambos: “amistad”. Por eso, cuando Burro responde a Shrek diciéndole “porque eso es lo que hacen los amigos”, la amistad ya es una realidad.

Aunque muchas veces lo damos por sentado, a veces, hace falta actuar como Burro. Hace falta hacer explícito el significante que rige la relación entre una o más personas para recordarnos a todos los involucrados cuál es nuestro lugar en el mundo en relación a esas personas, quiénes somos con respecto a ellos o ellas y qué se espera de nosotros. A veces, podemos olvidar el significante que sostiene nuestras relaciones y huimos cuando la situación se pone difícil como Anna Ivánovna Beliái. Sin embargo, cuando el significante aparece y nos recuerda cuál es el orden de las cosas, es importante detenerse, volver atrás con paso decidido y hacer lo que tenemos que hacer, sin miedo.

En una relación de amistad, como en casi cualquier tipo de relación, las cosas pueden tornarse complicadas. Una amistad que dura muchos años es especialmente difícil: algunas personas maduran más rápido que otras, algunas no quieren madurar nunca, otras cambian radicalmente, conocen nuevos amigos, surgen nuevas inquietudes, nuevas metas. Y entonces, pasar tiempo con los viejos amigos, los amigos de toda la vida, se va haciendo cada vez más complicado, la distancia, las obligaciones adquiridas o los ritmos distintos van generando una brecha que muchas veces termina por transformar una amistad íntima y entrañable en una amistad de encuentros esporádicos en los que solo se habla de generalidades y buenos recuerdos.

Las cosas pueden complicarse más todavía si surge un malentendido, un problema, un desencuentro, un disgusto. Entonces, es fácil sentir la tentación de alejarse, de mandar todo los años de amistad por la borda. Sin embargo, si tenemos suerte, y si la amistad vale la pena, surgirá algún pequeño significante que nos hará comprender la real dimensión de las cosas. Y, entonces, seguramente, pensaremos, como Burro, que hay que hacer un pequeño esfuerzo en nombre de un bien mayor, "porque eso es lo que hacen los amigos, los amigos se perdonan”.

A veces, lamentablemente, el significante que nos interpela no nos llega a tiempo. Y no podemos más que imaginar lo que podría haber pasado, pero no pasó. Por ejemplo, imaginarte, amigo Jabito, leyendo esto y diciéndome que te parece la más grande de las ñoñerías y yo, un rosado por haberlo pergeñado.

Descansa en paz, compañero.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

DON DIABLO Y LOS CHURIN CHURIN FUN FLAYS (Frank Carhuancho Pérez)

En su texto “La otredad Lingüística y su impacto en la conquista de las Indias” Beatriz Vitar sostiene que el origen de la expresión “hablar en cristiano” podría tener su origen en el temor a lo desconocido de los primeros misioneros que llegaron a estas tierras: “La incomprensión e inaceptación de los Otros tiñen el primer impacto de los europeos en su encuentro con otras culturas, recurriéndose a la «diabolización» para explicar las diferencias”.  Influidos por las ideas de Eusebio de Cesarea (263-339 EC), los misioneros jesuitas, que oían por vez primera el idioma incomprensible de los naturales de estas tierras, habrían demonizado las lenguas indígenas bajo el supuesto de que Satanás se comunicaba con los hombres mediante sonidos extraños e incomprensibles, que, seguramente, se parecían a los sonidos que escuchaban de los indígenas.

Vitar agrega “En este contexto,  la empresa de vencer las dificultades idiomáticas, asumida con extraordinario celo por los misioneros jesuitas, parece adquirir el carácter de un combate más contra el demonio, causante de la confusión y el desentendimiento entre los hombres al «hablar» por boca de los indígenas mediante un lenguaje ininteligible” (las cursivas son mías).  Por ello, hablar en cristiano significaría, por oposición, hablar con sonidos inteligibles y civilizados que permiten la comunicación y el entendimiento, es decir, hablar en cristiano es hablar en español, la lengua de la evangelización y de la civilización europea. 
Es en este preciso sentido que considero la canción “Churin churin fun flays” como una expresión demoníaca. En tanto es una expresión de sonido extraño e incomprensible. Más aun, es una palabra que significa (según se expresa en la canción que la detalla y explica) “quién sabe”, lo que podría interpretarse de dos maneras.

La primera interpretación supone una identificación entre las dos expresiones, es decir, “Churin churin fun flays” sería otra forma de decir “¡quién sabe!”, lo que implicaría que la persona que responde a una pregunta con la expresión “churin churin fun flays” desconoce la respuesta a la pregunta que le ha sido hecha, pero no desconoce el significado de la expresión que está empleando.

En el capítulo “Blanca Nieves y los siete Churin churin fun flays”, por ejemplo, Blanca Nieves (Florinda Meza) le pregunta al enano Feliz (Edgar Vivar) “¿por qué razón siempre estás contento?” la respuesta es fácil de adivinar: “churin churin fun flays”. Podría interpretarse, en este caso, que Feliz no sabe cuál es la razón de su alegría, de esa sensación placentera de continua satisfacción que lo hace sonreír y hasta soltar carcajadas la mayor parte del tiempo. Por ello, su respuesta podría traducirse por “ni siquiera yo mismo sé cuál es el motivo de mi felicidad”, en otras palabras: “¡quién sabe!”.

Sin embargo, la expresión “churin churin fun flays” tiene otra interpretación que podría calificarse como demoníaca (en el sentido específico que se planteó al inicio: causante de la confusión y el desentendimiento entre los hombres).  Esta interpretación se basa en el hecho de que la canción no estaría estableciendo una equivalencia entre dos expresiones, sino que estaría manifestando su perplejidad frente al significado de “churin churin fun flays”: “Hay unas palabras clave que significan quién sabe”. Es decir, aquella persona que responde a una pregunta con la expresión “churin churin fun flays” no sabe lo que esta expresión significa, pero sabe lo que esta expresión genera: un error en la comunicación.

En el capítulo mencionado, Blanca Nieves pregunta al enano Toth (Rubén Aguirre) “¿dónde guardan los diamantes que sacan de la mina?”, la respuesta de Toth es la misma que la de Feliz. Sin embargo, a diferencia de este último, Toth no quiere decir que no sabe cuál es la respuesta (¿cómo podría no saber dónde guardan los diamantes que ellos mismos sacan de las minas?), su objetivo es evadir la pregunta, provocar un error en la comunicación que impida que la información que se le solicita sea conocida. Su objetivo es, para decirlo en dos palabras, generar confusión.
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Podría cuestionarse esta última interpretación arguyendo que existe la posibilidad - remota, pero real- de que Toth realmente no sepa dónde guardan los diamantes. Sería posible que alguien, que no es él, sea el encargado de esconder los diamantes en un lugar que nadie más conoce. Sin embargo, aun si aceptamos esta posibilidad, la canción que se encuentra en el disco de 1979 “Así cantamos y vacilamos en la vecindad del Chavo” no deja dudas acerca de cuál es el sentido de la expresión “churin churin fun flays”. Veamos solo dos ejemplos de los muchos que se encuentran en el disco: El Chavo pregunta: “Oiga, doña Clotilde, ¿qué se siente tener cara de bruja?”. Por su parte, doña Clotilde pregunta: “Señor Barriga, ¿cuándo va a arreglar la vecindad que se está cayendo de vieja?”.

Desde mi punto de vista, dada la gran variedad de ejemplos presentes en el disco, es evidente que el sentido de la expresión que prima es el segundo. Es decir, no se sabe qué significa “churin churin fun flays”, lo que se sabe es que se usa esta expresión cuando se quiere generar confusión. O, para decirlo en los términos con que empezamos este divertimento: podríamos usar esta expresión cuando querramos ponernos demoníacos.