sábado, 31 de mayo de 2008

PARA QUE NO ME OLVIDES (Rodrigo Arauco Segoviano)


Para entender mejor la historia de Antígona, deberíamos comenzar por recordar a Layo, desgraciado rey de Tebas que, temeroso de los negros vaticinios que pesaban sobre su hijo recién nacido decide deshacerse de él, sin saber que lo único que conseguirá con esto es que, muchos años después, el joven arrogante con el que discute en un cruce de caminos, no sepa que el anciano que acaba de matar es su padre. Visto en perspectiva el terrible sino de los Labdácidas, estirpe de Layo, tal vez sea él quien llevó la mejor parte en esta trágica historia.
El joven asesino de su propio padre llegará a Tebas y, tras resolver el enigma de la Esfinge, obtendrá como recompensa el trono y contraerá matrimonio con la viuda del rey, Yocasta, cumpliendo así los oráculos que vaticinaban que Layo sería muerto a manos de su hijo y que éste luego se casaría con su propia madre. Fruto de esta aciaga unión, nacerán cuatro hijos: Eteocles, Polinice, Ismene y Antígona; con los que Edipo y Yocasta vivirán algunos años de felicidad en la ignorancia.
Será el vidente Tiresias el que llevará a Edipo a descubrir la verdad y este, en medio de su desesperación, se arrancará los ojos. Con Edipo ciego y Yocasta muerta (se suicida al enterarse de que se ha casado con su hijo), sus hijos varones deben ocupar el trono de Tebas. Sin saberlo, repetirán la misma historia de su padre y su abuelo que, pretendiendo huir de sus respectivos destinos, no hicieron más que dirigirse desesperadamente hacia él: alertados sobre las terribles consecuencias de ocupar el trono de Tebas y temerosos de la maldición que su padre les echara encima, deciden alternarse en el poder cada año. Pero hace falta ser muy fuerte para resistir las tentaciones del poder. Así el primero en ocupar el trono, Eteocles, le negará a su hermano el derecho al trono al cabo de un año.
Polinice, desterrado por su hermano, llegará hasta Argos, en donde contraerá matrimonio con Argiva, hija de Adrasto, rey de los argivos, que lo convencerá de regresar a Tebas a luchar por lo que es suyo, y con su ayuda, Polinice comandará un ejército que intentará invadir la ciudad de Tebas y quitarle el trono a su hermano.
Eteocles, enterado de la situación, ubicará en cada una de las siete puertas de la ciudad a sus mejeros generales, eligiéndolos de acuerdo a las cualidades de los generales enemigos. En la séptima puerta se pondrá él mismo, pues sabe que por esa puerta vendrá Polinice: “Yo iré contra él, príncipe contra príncipe, hermano contra hermano, enemigo contra enemigo”. Tal como lo había anunciado Edipo, los dos hermanos se darán mutua muerte.
Tras la dura pelea los generales de Eteocles saldrán victoriosos, obligando a los argivos a retirarse dejando el cuerpo de Polinice en el campo de batalla. Muertos los dos hermanos, el trono queda en manos de Creonte, hermano de Yocasta, su primer edicto será anunciar que Eteocles recibirá un rito funerario adecuado para quien murió defendiendo la patria, pero Polinice, no sólo no recibirá ningún rito sino que permanecerá sin enterrar, a merced de los perros y aves de rapiña, dado que ha muerto atentando contra su propia ciudad. Y anuncia que aquel que desobedezca este edicto será condenado a muerte.
Es aquí donde empieza el drama de Antígona, que no soportará la idea de dejar el cuerpo de su hermano a merced de su propia descomposición y decidirá desobedecer a Creonte y dará humildísima sepultura a su hermano, enterrándolo con sus propias manos. Cuando es descubierta por los soldados de Creonte, ella afrontará las consecuencias de su acto con valentía, al ser confrontada con su rey, lo enfrentará y no dará señas de arrepentimiento, al contrario, reinvindicará su acto ante el tirano. Creonte la condenará a ser sepultada viva en una caverna.
Cuando, advertido por Tiresias, Creonte de marcha atrás y, tras enterrar a Polinice, busque a Antígona para liberarla personalmente, será ya muy tarde, la maldición de los Labdácidas habrá caído también sobre él: en la caverna en la que había mandado encerrar a Antígona, la encuentra a ésta colgada con su propio lazo y a los pies del cadáver de la muchacha, Hemón, hijo de Creonte, llora desconsolado por la muerte de su amada. Al ver a su padre, Hemón tomará su espada e intentará matarlo, al fallar en su intento, se suicidará ante los ojos estupefactos de su padre, que lo contempla impotente. Al enterarse del suicidio de su hijo, Eurídice, esposa de Creonte, no soportará el dolor y seguirá sus pasos, suicidándose en palacio. Al final de la tragedia, Sófocles le hace decir a Creonte: “Se ha perdido todo lo que en mis manos tenía y, de otro lado, sobre mi cabeza se ha echado un sino difícil de soportar”.
La historia de Antígona ha inspirado ríos de tinta, según el crítico francés George Steiner, se trata de la pieza más representada y con más versiones de la historia (en el caso peruano contamos con la versión libre que hiciera el desaparecido poeta José Watanabe). Entre las interpretaciones de la obra, estas van de Hegel a Heidegger, Kierkegaard y el Seminario 7 del psicoanalista francés Jacques Lacan, titulado “La ética del psicoanálisis”.
Para el psicoanálisis lacaniano, la historia de Antígona representa el limbo de estar “entre dos muertes”: la física y la simbólica. En este sentido, tendría cierto parecido a “Hamlet” de Shakespeare, en ambas historias, los muertos no pueden descansar en paz por ritos funerarios impropios. En el caso de “Hamlet” el muerto regresa para pedirle a su hijo que salde una cuenta pendiente, sólo así el muerto podrá descansar.
Según el teórico esloveno Slavoj Zizek, a la pregunta de “¿por qué vuelven los muertos?”. La respuesta de Lacan es: “porque no están adecuadamente enterrados, es decir, porque en sus exequias hubo algo erróneo”. Esto se entiende mejor si recordamos la noción de “trabajo de duelo”, que empleara Sigmund Freud para referirse al proceso de transformación del objeto amado que hemos perdido y del que debemos despedirnos para siempre. En ausencia de tal proceso, la sombra del objeto se cierne sobre el “yo”, pudiéndolo arrastrar consigo. Es esto precisamente lo que le sucede a Antígona, ella necesita realizar este “trabajo de duelo”, que le permita darle a su hermano exequias adecuadas, cumpliendo con los ritos funerarios prescritos por los mismos dioses. Según Zizek: “el rito funerario le da al muerto su inscripción en la tradición simbólica, se le asegura que, a pesar de la muerte, ‘seguirá vivo’ en la memoria de la comunidad, implica una reconciliación, una aceptación de la pérdida”
Si los ritos funerarios no se cumplen, el muerto retorna (como en “Hamlet”) y el retorno del muerto significa que no puede encontrar un lugar propio en el texto de la tradición. Zizek considera que los dos grandes acontecimientos traumáticos del Holocausto y el Gulag son casos ejemplares del retorno de los muertos en el siglo XX.
Huelga decir que en el caso peruano, el gran acontecimiento traumático del que todavía no logramos liberarnos fue la terrible guerra interna que padecimos desde los años ochentas y que dejó al país una secuela de muerte y destrucción. En ese sentido, el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación fue un importantísimo paso que dimos como sociedad, dirigido a darles un entierro digno a los innumerables muertos que nos dejó la violencia terrorista. Pero esto no ha sido suficiente aún, todavía tenemos muertos que no descansan en paz, como las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos.
Es importante recordar que la violencia no se produjo únicamente por parte de los movimientos terroristas, si bien estos son los principales responsables, es necesario puntualizar que la violencia también se ejerció de parte del estado, y se hizo de manera institucionalizada, por lo que los responsables deben ser llevados ante la justicia. Por esta razón, debemos estar atentos al juicio del ex presidente, hoy que el procesado Fujimori pretender apelar a la lástima aduciendo enfermedades, no debemos olvidar que las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos, esperan todavía por un adecuado entierro.

No dejemos solos a sus familiares que, cual Antígonas contemporáneas, vienen luchando desde aquél lejano día en que vieron con espanto cómo las llaves encontradas junto a un montón de huesos calcinados abrían las cerraduras que dejaron sus hermanos, hijos, esposos. Vienen luchando desde ese día por justicia para sus muertos (que son nuestros muertos) y nosotros estamos obligados a luchar con ellos. De lo contrario “sus sombras continuarán persiguiéndonos como ‘muertos vivos’ hasta que les demos un entierro decente, hasta que integremos el trauma de su muerte en nuestra memoria histórica”. Sólo así, con los responsables tras las rejas, podremos decir, como la Antígona de Watanabe: “Recuerda mi nombre porque algún día todos dirán que fui la hermana que no le faltó al hermano”.

1 comentario:

Arctvrvs dijo...

Hola genet. En mi blog "El buda de las Tabernas" tengo mis artículos publicados en "Letrandes", no hay objeción para que también los suban aqui. Igual los comics. De hecho los tengo entre mis links. Saludos a todos.