
La historia comienza hace casi 500 años en el virreinato de la Nueva España, la mañana del 9 de diciembre de 1531 en que un indio azteca de 57 años cruzaba la colina del Tepeyac con dirección a Tlatelolco, en donde recibiría su lección de catecismo. Ese día, mientras el indio converso caminaba, habría oído una voz que lo llamaba: “¡Juan! ¡Juan Diego! ¡Juanito!”.
Según se narra en el “Nican Mopohua” (el relato más antiguo de lo que le aconteció a Juan Diego), la voz era de una niña de aproximadamente 14 años, que se presenta como “la siempre Virgen María”, “Madre de Dios” y de todos los hombres. Y, en perfecto nahuatl (lengua de Juan Diego), le pide al indio que vaya a la ciudad de México, y le comunique al obispo su deseo de que se le construya una iglesia en esa colina. El indio obedece sin dilación.
Con ayuda de un intérprete, el obispo franciscano Juan de Zumárrga oye, condescendiente, el mensaje del indio, y sin tomarlo en serio se deshace de él rápidamente. Humillado (y ofendido) el indio vuelve donde la niña y le dice que lo mejor sería que ella elija otro mensajero, algún principal de la ciudad, pues a él nadie lo toma en serio. La niña le responde que ella podría haber elegido a cualquiera, pero lo ha elegido a él, el más pequeño de sus hijos.Juan Diego vuelve donde Zumárraga y este, sorprendido por el pronto regreso del indio, le pide una prueba de lo que dice. Al llevar a la niña la respuesta del obispo, ésta lo cita para el día siguiente. Pero es aquí que el tío del indio cae gravemente enfermo y debe quedarse a cuidarlo. Así, el 12 de diciembre, ante lo que parece una muerte inminente, Juan Diego debe ir a la ciudad a conseguir un sacerdote para su tío. Temeroso por no haber regresado donde la niña, el indio decide dar un rodeo, a pesar de lo cual, ella se le vuelve a aparecer. Juan Diego se apresura a contarle de su tío y la niña le dice: “¿Cuix amo nican nica nimonatzin? ¿Cuiz amo nehuatl in nimopaccayeliz? (¿Qué no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?)”, le anuncia que su tío acaba de recuperar su salud y que él sólo debe cumplir con su misión; la niña le entrega la prueba solicitada por Zumárraga: unas flores que sólo debe ver el obispo.Ese día, mientras el indio Juan Diego pugnaba por llegar hasta Zumárraga, forcejeando con los sirvientes del obispo que no le permitían la entrada, no sabía (no podía saber) las descomunales consecuencias que habría de tener lo que estaba a punto de hacer.
Según se narra en el “Nican Mopohua” (el relato más antiguo de lo que le aconteció a Juan Diego), la voz era de una niña de aproximadamente 14 años, que se presenta como “la siempre Virgen María”, “Madre de Dios” y de todos los hombres. Y, en perfecto nahuatl (lengua de Juan Diego), le pide al indio que vaya a la ciudad de México, y le comunique al obispo su deseo de que se le construya una iglesia en esa colina. El indio obedece sin dilación.
Con ayuda de un intérprete, el obispo franciscano Juan de Zumárrga oye, condescendiente, el mensaje del indio, y sin tomarlo en serio se deshace de él rápidamente. Humillado (y ofendido) el indio vuelve donde la niña y le dice que lo mejor sería que ella elija otro mensajero, algún principal de la ciudad, pues a él nadie lo toma en serio. La niña le responde que ella podría haber elegido a cualquiera, pero lo ha elegido a él, el más pequeño de sus hijos.Juan Diego vuelve donde Zumárraga y este, sorprendido por el pronto regreso del indio, le pide una prueba de lo que dice. Al llevar a la niña la respuesta del obispo, ésta lo cita para el día siguiente. Pero es aquí que el tío del indio cae gravemente enfermo y debe quedarse a cuidarlo. Así, el 12 de diciembre, ante lo que parece una muerte inminente, Juan Diego debe ir a la ciudad a conseguir un sacerdote para su tío. Temeroso por no haber regresado donde la niña, el indio decide dar un rodeo, a pesar de lo cual, ella se le vuelve a aparecer. Juan Diego se apresura a contarle de su tío y la niña le dice: “¿Cuix amo nican nica nimonatzin? ¿Cuiz amo nehuatl in nimopaccayeliz? (¿Qué no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?)”, le anuncia que su tío acaba de recuperar su salud y que él sólo debe cumplir con su misión; la niña le entrega la prueba solicitada por Zumárraga: unas flores que sólo debe ver el obispo.Ese día, mientras el indio Juan Diego pugnaba por llegar hasta Zumárraga, forcejeando con los sirvientes del obispo que no le permitían la entrada, no sabía (no podía saber) las descomunales consecuencias que habría de tener lo que estaba a punto de hacer.
Al principio, la niña de rasgos indígenas que se veía en el ayate del indio, fue identificada con la diosa Tonatzin (que los aztecas adoraban precisamente en el Tepeyac) y el obispo Zumárraga, acusado de fomentar la idolatría. Poco después, la iglesia española se daría cuenta de que miles de indios se convertían al cristianismo gracias al ayate del indio, que se exhibía en la capilla que Zumárraga había mandado construir en el Tepeyac, y cambiaría su actitud hacia ésta, tolerándola primero, aceptándola después y, finalmente, en 1746, declarando a “Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona del Renio de Nueva España”.Por una ironía de la historia, sólo medio siglo más tarde, esa imagen, que había sido usada por los españoles para someter al pueblo mexicano, era enarbolada por el párroco de la ciudad de Dolores el 15 de septiembre de 1810 y, tras convocar a las masas en el centro de la ciudad, los instaba a luchar por su independencia con un emotivo discurso que terminó con el grito de: “¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno!”. Ese párroco es hoy recordado como el “cura Hidalgo” y ese día, como el día que se dio “El grito de Dolores”, inicio de la guerra de independencia mexicana (posteriormente, el dictador Porfirio Díaz, cambiaría la fecha del 15 al 14 de septiembre, para hacer coincidir la celebración del “Grito de Dolores” con su cumpleaños).Sólo tres años después, durante la “Declaración de la Independencia Mexicana”, el caudillo José María Morelos nombraba a “María Santísima de Guadalupe patrona de nuestra libertad” y declaraba su fiesta (el 12 de diciembre), fiesta nacional. A partir de ese momento, la historia de México y la de la Guadalupana serán inseparables: la misma imagen que acompañara a Emiliano Zapata y a su ejército de campesinos en su entrada triunfal a la ciudad de México tras su victoria sobre Victoriano Huerta durante la revolución mexicana, será la misma que, casi cien años después (el 2006), llevarán los cientos de miles de migrantes mexicanos que, junto con migrantes de todo el mundo, sorprenderían al mundo al paralizar las calles de EE.UU. cuando salieron cantando: “Aquí estamos y no nos vamos, y si nos echan, nos regresamos”.Con el tiempo, el culto a la Guadalupana se extendería por todas partes y su influencia se haría sentir desde la Teología de la Liberación hasta el Concilio Vaticano II; desde sor Juana Inés de la Cruz hasta Alfonso Reyes, desde Alex Lora al costarricense Martín Valverde.Más allá de toda duda o escepticismo ante la autenticidad de la imagen, no se puede negar que es, como bien señala el historiador David Brading: “la principal imagen Mariana dentro de la iglesia, por su significado teológico y su alcance geográfico [en 1999 el papa Juan Pablo II la declaró ‘Patrona de las Américas’]”. Habría que agregar a esto, su permanente presencia en la historia. Hoy, que festejamos el día de la madre, recordemos también a la niña que le dijo a Juan Diego ser “la madre de todos los hombres”.
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