lunes, 22 de septiembre de 2008

EL ARTE, LA GLOBALIZACIÓN Y UNA ENCRUCIJADA (José Oregón Tapia)*

Si a la proliferación de pandillas que tomaron las calles al son de la tinya los pasados días le sumamos el hecho de que un canal de señal abierta transmita, en horario estelar, una miniserie cuyos protagonistas son danzqs, podríamos creer que nuestra identidad andina goza de buena salud y que el tan ansiado Perú “de todas las sangres” está a punto de ser una realidad. En mi opinión, para llegar a eso, antes debemos atravesar una encrucijada que nos exige una inmediata decisión.
Si nos ponemos a analizar lo que hay detrás de estos dos hechos que acabo de mencionar, nos encontramos con que, de lo que se trata, es de una reproducción casi mecánica de un rito vaciado de contenido, en un caso, y de una “domesticación” de la danza de las tijeras para un escenario globalizado con el objetivo de que no sea políticamente incorrecto.
¿Domesticación? Según el teórico esloveno Slavoj Žižek, “el multiculturalismo liberal tolera al otro en la medida en que no es el otro ‘real’, sino el otro aséptico de la sabiduría ecológica premoderna, de los ritos fascinantes, pero en la medida en que aparece el otro ‘real’, la tolerancia se detiene”. Es decir, en la era de “la fantasía fundamental del capital”, se tolera todo, menos lo que cuestione el marco general del orden existente: el orden capitalista. Frente a esto ¿qué podemos hacer nosotros? ¿tolerarlo absolutamente todo? ¿incluso lo que atente contra nuestras creencias occidentales básicas como el derecho de las mujeres a ser danzaq? ¿y qué hay del espectáculo de un cóndor comiéndose a un toro vivo?.
Para Žižek, la solución a este problema es adoptar una posición deliberante, pues es la única forma de ser realmente universales. Intentar adoptar una posición tolerante, supuestamente neutral, es aceptar el orden de cosas existente. Recordemos lo que nos dice Víctor Vich en su artículo “Las políticas culturales en debate”, para el crítico del IEP, la interculturalidad en el Perú debe partir del reconocimiento de tres puntos importantes: la dominación histórica de una cultura sobre las otras, la autoproclamación de un lugar de enunciación como epistemológicamente superior y la imposición de una economía de mercado como el único sistema posible. Se deduce pues, que la pretendida ‘neutralidad’ no existe en estas condiciones.
En otras palabras, y volviendo a lo que decía al inicio, los artistas que nos dedicamos a la difusión cultural nos encontramos ante una encrucijada: ¿debemos aplaudir el que los danzaq sean protagonistas de una miniserie en señal abierta, aún si esta miniserie los estereotipa y “domestica” para adecuarlos a un público globalizado (un público, blanco, europeo, diría Žižek), o debemos oponernos a estas reducciones y luchar porque se respete la tradición, la historia y todo lo de particular que tiene nuestro folclor? Y esta cuestión nos lleva a otra aún más importante: nosotros, los difusores de estas artes ¿debemos limitarnos a transmitir el aspecto técnico, coreográfico, “aséptico” de estas danzas, haciéndolas políticamente correctas? ¿es este nuestro futuro en un mundo globalizado o debemos ser fieles a nuestra tradición y mantenernos conservadores, luchando por transmitir todo lo que implican, aún si fuera políticamente incorrecto? ¿se trata de una lucha perdida de antemano?
No faltará quien proponga un punto medio, neutral, tolerante, universal, pero ya lo dijo Žižek: “los verdaderos universalistas no son quienes predican la tolerancia global de las diferencias y una unidad omnímoda, sino quienes participan en una lucha apasionada por la afirmación de la verdad”. No pretendo dar respuestas, sino plantear un debate que nos lleve a ellas.

*Publicado originalmente en: Suplemento Cultural "Solo 4". Huancayo, 9 de agosto de 2008.

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