lunes, 22 de septiembre de 2008

MACHADO, BUEN AMIGO (José Oregón Tapia)*

El 22 de febrero de 1939, nos dejaba el poeta español Antonio Machado, el hombre que hizo del camino el símbolo central de su poesía.
A caballo entre el modernismo y la generación del 98 (lo que se refleja claramente en “Soledades, Galerías, Otros poemas” y “Campos de Castilla”, respectivamente) la poesía de Machado se caracteriza por la marcada influencia del simbolismo. El crítico español Emilio Orozco escribió de él “después de la poesía de san Juan de la Cruz ningún otro lírico ha logrado en nuestra lengua ese encuentro de la expresión clara y cálida con un sentido alegórico y simbólico”.
Recordemos que el simbolismo rechaza el arte por el arte, tiene una posición trascendentalista, considera que la poesía no es sólo emoción, en sus imágenes va implícita una metafísica, un elemento que debe llevar a otra cosa. De ahí que la admiración que Machado sintiera por Rubén Darío, no impidió que discrepara con él en algunos aspectos. Machado, en clara influencia simbolista, nos dice que mirando hacia dentro, el hombre podría “vislumbrar los universales del sentimiento”.
De ahí que en “Soledades” (1903) Machado busque arquetipos, imágenes primordiales que le den unidad a su libro. El camino, será el primer gran símbolo que encuentre el poeta: “Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas / doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas!.../ ¿Adónde el camino irá?”. Otro símbolo importante será el paisaje, que en Machado es un estado de animo: “Fue una clara tarde, triste y soñolienta / tarde de verano. La hiedra asomaba / al muro del parque, negra y polvorienta…” La crítica ha señalado que “Soledades” es un poemario que puede leerse en desorden, basta con encontrar los arquetipos, los símbolos, ya que cada uno de estos símbolos remite a otro, en clara alusión al funcionamiento de nuestra conciencia.
Esta poesía como un reflejo de la conciencia dejará de ser la poética de Machado en su siguiente libro “Campos de Castilla” (1912), más cercano a la estética de la llamada “generación del 98” (especie de ‘indigenismo’ español), en este libro el poeta buscará un modo de operar sobre el mundo, recogerá lo esencial humano para él y para España: “y pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas”. La elaboración de una geografía sentimental de Castilla y, más específicamente, la de Soria, será la tarea que emprenda el poeta en este libro. Como lo ha indicado la crítica, para Machado el centro de España era Castilla, y el de Castilla, Soria. De ahí que reflexionar sorbe Soria, sea reflexionar sobre España. Convendría insistir para leer este poemario: el paisaje en Machado es un estado de ánimo.
Finalmente, debemos mencionar, brevemente, los poetas apócrifos que creó Machado: “Abelardo Martín” y “Juan de Mairena”, a través de los cuales destruye los fundamentos metafísicos de la filosofía y la hace poesía. El discurso filosófico se vuelve discurso retórico: “No sabía / si era un limón amarillo / lo que tu mano tenía, / o el hilo de un claro día”. Nos dice en interesante reflexión acerca la naturaleza del tiempo.
Llegué a la poesía de Antonio Machado gracias a la temprana afición a la música de Joan Manuel Serrat que heredé de mi padre, y no quiero terminar este breve recuento de su obra sin citar los versos más conocidos del poeta (que falleció en Francia, a donde llegó huyendo de la Guerra Civil): “Murió el poeta lejos del hogar. / Le cubre el polvo de un país vecino. / Al alejarse le vieron llorar. / Caminante no hay camino, / se hace camino al andar…”.

*Publicado originalmente en: Suplemento Cultural "Solo 4". Huancayo, 23 de febrero de 2008

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