
Hace ya varias semanas, luego de cumplir con su amenaza de dejar a la ciudad del Cusco fuera de la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico), más de un político huancaíno con mucha ingenuidad (vamos a asumir que fue ingenuidad y no calculado cinismo), pretendía que fuese Huancayo la nueva sede de la cumbre. Imaginamos que sinceras y efusivas debieron haber sido las carcajadas de los organizadores al oír semejante noticia.
Lo único que consiguió tan delirante propuesta fue poner de manifiesto las enormes carencias de nuestra ciudad (no tenemos aeropuerto, ni hoteles o restaurantes de primer orden, etc.). A todas ellas debemos agregar una, quizá la más inverosímil: Huancayo es una ciudad sin cines.
Vivimos sin cines (a excepción de los cines para adultos, que se mantienen gracias a la envidiable fidelidad de sus seguidores) desde hace algunos años. Y esto se debe a muchas razones, que exceden en mucho el breve espacio de este texto, por lo que en esta oportunidad nos ocuparemos de una de ellas, la que hemos dado en llamar “pendejada”.
Según el teórico cultural Juan Carlos Ubillúz “el ejemplo proverbial de la pendejada es el chofer de combi que se introduce abruptamente en el camino de otra combi y luego frena para recoger a un pasajero a la mitad de un cuadra, sin importarle el poner en riesgo la vida de los pasajeros de ambos vehículos” (en su libro “Nuevos súbditos”). Para diferenciarla de la llamada “criollada”, Ubillúz propone algunas discrepancias entre éstas. Una de las características que diferenciarían la criollada de la pendejada es que esta última se hace desde “la posición del amo”, a diferencia de la criollada, que se haría desde “la posición del esclavo astuto”.
Lo único que consiguió tan delirante propuesta fue poner de manifiesto las enormes carencias de nuestra ciudad (no tenemos aeropuerto, ni hoteles o restaurantes de primer orden, etc.). A todas ellas debemos agregar una, quizá la más inverosímil: Huancayo es una ciudad sin cines.
Vivimos sin cines (a excepción de los cines para adultos, que se mantienen gracias a la envidiable fidelidad de sus seguidores) desde hace algunos años. Y esto se debe a muchas razones, que exceden en mucho el breve espacio de este texto, por lo que en esta oportunidad nos ocuparemos de una de ellas, la que hemos dado en llamar “pendejada”.
Según el teórico cultural Juan Carlos Ubillúz “el ejemplo proverbial de la pendejada es el chofer de combi que se introduce abruptamente en el camino de otra combi y luego frena para recoger a un pasajero a la mitad de un cuadra, sin importarle el poner en riesgo la vida de los pasajeros de ambos vehículos” (en su libro “Nuevos súbditos”). Para diferenciarla de la llamada “criollada”, Ubillúz propone algunas discrepancias entre éstas. Una de las características que diferenciarían la criollada de la pendejada es que esta última se hace desde “la posición del amo”, a diferencia de la criollada, que se haría desde “la posición del esclavo astuto”.
Claros Ejemplos
¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra ciudad sin cines? Pues mucho. Para poner un claro ejemplo: de un tiempo a esta parte más de un canal de señal UHF transmite en nuestra ciudad material pirata.
Si bien el mismo Juan Carlos Ubillúz señala que “si se eliminase la piratería y la informalidad en general, el sistema formal no podría acoger a los ex informales y el país se vería atravesado por una gran convulsión social”. Debemos hacer aquí una salvedad conceptual (con el perdón del señor Ubillúz): dividamos en dos a los piratas, de un lado están los piratas que se ven obligados a robar propiedad intelectual para poder sobrevivir en un mundo globalizado y neoliberal que no les deja otra opción (lo que podría encajar en la llamada “criollada”, en la medida en que es una actitud del “esclavo astuto”) y de otro lado están los piratas que han hecho del robo intelectual una forma de vida que va más allá de la simple supervivencia, que tiene que ver más bien con la ambición desmedida de personas inescrupulosas y su deseo de ascender socialmente a costa del trabajo de otros.
Es importante recordar que este tipo de actitud ha estado presente a lo largo de casi toda la historia del Perú, y la respuesta a la pregunta que se hiciera Zavalita en “Conversación en La Catedral”: “¿En qué momento se jodió el Perú?” podría ser más desalentadora de lo que muchos imaginamos. De hecho, esta pregunta hizo que, hace varios años, el editor Carlos Milla Batres (que en paz descanse) entrevistara a un destacado grupo de intelectuales para que la respondieran en un libro compilado por él mismo, que titula: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Resulta interesante recordar la respuesta que diera el arqueólogo Luis Guillermo Lumbreras. Según sostiene él, el Perú se habría jodido durante la colonia, cuando se intenta imponer una razón colonial (su texto se titula precisamente “Esbozo de una crítica de la razón colonial”) al incanato, una razón que partía del rey de España y que estaba en total desconexión con la realidad del mundo andino. Surgió entonces la famosa frase “la ley se acata pero no se cumple”. Las disposiciones reales estaban tan fuera de lugar que las autoridades locales las acataban pero no las ponían en práctica (muchas veces era inviable llevarlas a cabo). Lo que llevaba a las autoridades (y esto repercutía en la población en general) a vivir al margen de la ley o por encima de esta (a semejante conclusión llega el científico político Julio Cotler en su libro “Clases, Estado y nación”). De ahí que Lumbreras concluya que “Podría decirse que en el siglo XVI comenzó a descomponerse el Perú. Pero esta fecha es sólo el inicio de una cadena que llega hasta nuestros días”.
¿Qué actitud tomar frente a esta realidad? Según Juan Carlos Ubillúz, podríamos optar por el cinismo y seguir con las cosas como están o podríamos intentar salir del círculo que divide a la gente entre “pendejos” y “lornas” y tratar de retomar la senda perdida de la justicia y la legalidad.
No permitamos que la piratería televisada sea un eslabón más en la cadena de ilegalidad y corrupción. No sólo porque estamos alentando la “pendejada”, el robo, el atropello de los derechos (que podrían ser los nuestros) sino que, para colmo de males, la piratería que se transmite es de bajísima calidad. Este tipo de piratería no sólo atenta contra la propiedad intelectual, sino también contra el mismo cine y lo que tiene de artístico. Destroza las películas y las vuelve simples productos informativos, de entretenimiento vano, despojándolas de todo atisbo artístico. ¿Cómo vamos a volver a tener cines si se acostumbra a las nuevas generaciones a ver escombros de películas, mutiladas y dobladas a un español peninsular insoportable? ¿Cómo crear una cultura cinematográfica en estas condiciones?
Desde aquí invoco a todos los cinéfilos (¡cinéfilos de Huancayo, uníos!) a rechazar la piratería televisada (para empezar) y a proseguir con esa importante labor iniciada por algunas instituciones, que permanentemente organizan cine forums o talleres de apreciación cinematográfica. Apoyemos este tipo de eventos, son el primer paso de un camino hacia una ciudad con cines, pero también con orden, justicia y legalidad.
¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra ciudad sin cines? Pues mucho. Para poner un claro ejemplo: de un tiempo a esta parte más de un canal de señal UHF transmite en nuestra ciudad material pirata.
Si bien el mismo Juan Carlos Ubillúz señala que “si se eliminase la piratería y la informalidad en general, el sistema formal no podría acoger a los ex informales y el país se vería atravesado por una gran convulsión social”. Debemos hacer aquí una salvedad conceptual (con el perdón del señor Ubillúz): dividamos en dos a los piratas, de un lado están los piratas que se ven obligados a robar propiedad intelectual para poder sobrevivir en un mundo globalizado y neoliberal que no les deja otra opción (lo que podría encajar en la llamada “criollada”, en la medida en que es una actitud del “esclavo astuto”) y de otro lado están los piratas que han hecho del robo intelectual una forma de vida que va más allá de la simple supervivencia, que tiene que ver más bien con la ambición desmedida de personas inescrupulosas y su deseo de ascender socialmente a costa del trabajo de otros.
Es importante recordar que este tipo de actitud ha estado presente a lo largo de casi toda la historia del Perú, y la respuesta a la pregunta que se hiciera Zavalita en “Conversación en La Catedral”: “¿En qué momento se jodió el Perú?” podría ser más desalentadora de lo que muchos imaginamos. De hecho, esta pregunta hizo que, hace varios años, el editor Carlos Milla Batres (que en paz descanse) entrevistara a un destacado grupo de intelectuales para que la respondieran en un libro compilado por él mismo, que titula: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Resulta interesante recordar la respuesta que diera el arqueólogo Luis Guillermo Lumbreras. Según sostiene él, el Perú se habría jodido durante la colonia, cuando se intenta imponer una razón colonial (su texto se titula precisamente “Esbozo de una crítica de la razón colonial”) al incanato, una razón que partía del rey de España y que estaba en total desconexión con la realidad del mundo andino. Surgió entonces la famosa frase “la ley se acata pero no se cumple”. Las disposiciones reales estaban tan fuera de lugar que las autoridades locales las acataban pero no las ponían en práctica (muchas veces era inviable llevarlas a cabo). Lo que llevaba a las autoridades (y esto repercutía en la población en general) a vivir al margen de la ley o por encima de esta (a semejante conclusión llega el científico político Julio Cotler en su libro “Clases, Estado y nación”). De ahí que Lumbreras concluya que “Podría decirse que en el siglo XVI comenzó a descomponerse el Perú. Pero esta fecha es sólo el inicio de una cadena que llega hasta nuestros días”.
¿Qué actitud tomar frente a esta realidad? Según Juan Carlos Ubillúz, podríamos optar por el cinismo y seguir con las cosas como están o podríamos intentar salir del círculo que divide a la gente entre “pendejos” y “lornas” y tratar de retomar la senda perdida de la justicia y la legalidad.
No permitamos que la piratería televisada sea un eslabón más en la cadena de ilegalidad y corrupción. No sólo porque estamos alentando la “pendejada”, el robo, el atropello de los derechos (que podrían ser los nuestros) sino que, para colmo de males, la piratería que se transmite es de bajísima calidad. Este tipo de piratería no sólo atenta contra la propiedad intelectual, sino también contra el mismo cine y lo que tiene de artístico. Destroza las películas y las vuelve simples productos informativos, de entretenimiento vano, despojándolas de todo atisbo artístico. ¿Cómo vamos a volver a tener cines si se acostumbra a las nuevas generaciones a ver escombros de películas, mutiladas y dobladas a un español peninsular insoportable? ¿Cómo crear una cultura cinematográfica en estas condiciones?
Desde aquí invoco a todos los cinéfilos (¡cinéfilos de Huancayo, uníos!) a rechazar la piratería televisada (para empezar) y a proseguir con esa importante labor iniciada por algunas instituciones, que permanentemente organizan cine forums o talleres de apreciación cinematográfica. Apoyemos este tipo de eventos, son el primer paso de un camino hacia una ciudad con cines, pero también con orden, justicia y legalidad.
3 comentarios:
Para empezar habré leído quizá una decena de publicaciones en este blog y de todos estos. El de "Pendejada a la huancaina" es el que más me gustó. Es la que más vuelvo a leer. Gracias
Para empezar habré leído quizá una decena de publicaciones en este blog y de todos estos. El de "Pendejada a la huancaina" es el que más me gustó. Es la que más vuelvo a leer y la cereza al final con su guiño socialista, fue genial. Gracias
Una muy interesante y entretenida lectura. Quisiera saber si la "Pendejada" también podría venir desde el Estado?
Lo preguntó porque en las últimas décadas los gobiernos de turno usaban su poder para sacar provecho al margen de la ley. Alejandro Toledo y el caso Odebrech, Alan García y los narcoindultos, Ollanta y Odebrech, recientemente Castillo y el pago para que asciendan oficiales militares.
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