Hay quienes quieren creer que fue en el preciso instante en que los concurrentes se encontraban coreando la canción más popular de Judy Garland: “somewhere over the rainbow skies are blue, and the dreams that you dare to dream really do come true…” cuando ingresó la policía.Lo que cuenta la historia –que en varios puntos se confunde con la leyenda- es que durante la madrugada del 28 de junio de 1969, un grupo de policías neoyorquinos irrumpió en el concurrido bar “Stonewall Inn” de Nueva York, en el que un numeroso grupo de homosexuales se encontraba reunido recordando a la cantante y actriz Judy Garland, ícono de la comunidad gay estadounidense, fallecida unos días antes.
Este tipo de intervenciones eran comunes en los Estados Unidos de los años sesentas, los homosexuales –y otros grupos minoritarios- eran continuamente hostigados y vejados por las fuerzas del orden; sufrían impotentes las humillaciones y maltratos hasta esa madrugada, en que decidieron cambiar las cosas.
Los periódicos que informaron del hecho, atribuyeron a la reciente muerte de Garland la inspiración y el coraje con el que ese grupo de homosexuales –al que se fueron sumando otros- decidió luchar por sus derechos enfrentándose a la policía durante tres días que pasarían a la historia.
El saldo de ese enfrentamiento: un número indeterminado de heridos y detenidos (hay quienes dicen que hubo muertos, las versiones son contradictorias), el nacimiento de la lucha por los derechos civiles de los homosexuales en Estados Unidos y, algunos años después, en 1985, la institución del 28 de junio como el día del “Gay pride” u “Orgullo gay”.
Hoy, a una semana de haberse recordado los sucesos de “Stonewall Inn” y luego de que la Corte Suprema de California declarara inconstitucional la ley que impedía que dos personas del mismo sexo contrajeran matrimonio, la comunidad gay tiene más de un motivo para festejar. Sin embargo, el tema ha puesto sobre el tapete, una vez más, la intolerancia de ciertos grupos que creen ser dueños de La Verdad en pleno siglo XXI. Sorprende la actitud de estos grupos que parecen vivir de espaldas a la realidad y a los avances del pensamiento occidental en relación a esa supuesta “Verdad”. Hagamos memoria.
Así habló Nietzsche
Según la Dra. Esther Díaz, con el filósofo alemán Frederich Nietzsche cristalizó un proyecto filosófico que había estado presente en la obra de filósofos tan antiguos como Heráclito, los sofistas o los cínicos: la teorización de la diferencia.
Recordemos que, en la antigüedad, la filosofía que terminó imponiéndose en occidente fue la esencialista, es decir, la filosofía que planteaba la existencia de una esencia de las cosas, una esencia que acababa eliminando las diferencias. Para Platón, por ejemplo, las diferencias visibles de los objetos sensibles serían sólo “desviaciones” de un arquetipo original y perfecto que residiría en el “mundo de las ideas”, así, no importarían las diferencias existentes entre, por dar un ejemplo, la enorme variedad de especies que agrupamos bajo la denominación “perro” porque todas serían copias, con algunas variaciones, de un “perro ideal” que residiría en el “mundo de las ideas”, que es la auténtica realidad.
Habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX, para que Nietzsche acabe con la hegemonía esencialista. De ahí que la filósofa Marcela Zerpa considere que la imagen que mejor define la labor de Nietzsche sea la del “filósofo del martillo” ya que, según ella, Nietzsche la emprende “a martillazos” contra la tradición metafísica, contra todo intento de establecer certezas o dogmas y, sobretodo, contra esa quimera que llamamos “La Verdad”.
Para Nietzsche, algo es “verdadero” porque creemos en ello y no al revés, porque “La Verdad” es una invención de los hombres ante el caos y la falta absoluta de sentido que, a no ser por esta invención, nos llevaría a un abismo de angustia. Así, los hombres nos habríamos creado un mundo a nuestra medida, un “mundo verdadero”, armónico, exento de contradicciones, cognoscible y regido por leyes lógicas que podríamos entender usando sólo la razón; todo esto, sin embargo, es una ilusión, pues “La Verdad”, entendida como algo trascendente y anterior al lenguaje, no existe: “La Verdad” es una invención validada socialmente, impuesta desde el poder, producto de ese “ejército de metáforas” que es el lenguaje. Así, no hay nada parecido a un “perro ideal”, sino que somos nosotros los que creamos la esencia de algo llamado “perro” al designar, con esta palabra, un grupo arbitrario de animales; esta idea será llevada al extremo por Jorge Luis Borges en su conocido cuento “Funes el memorioso”: “No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico ‘perro’ abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”.
Tras las huellas de Nietzsche
Con “La Verdad” acribillada a martillazos, Nietzsche abrió el camino por el que circularía buena parte del pensamiento del siglo XX, uno a uno, los dogmas y las certezas irían mostrando su precariedad, su arbitrariedad, su dependencia de ese “ejército de metáforas” que es el lenguaje.
En un mundo intrascendente y sin sentido esencial, pensadores como el francés Michael Foucault mostrarán los mecanismos por los que, lo que nosotros creemos verdades de sentido común, son, en realidad, creencias impuestas por lo que él llama “discursos”: sistemas codificados y normativos de enunciación, creados para que las personas los incorporen, repitan y se anulen a sí mismas como productoras de alternativas. Resulta interesante, por ejemplo, la manera en que Foucault pone en evidencia la manera en la que el “sexo”, tal como lo entendemos ahora, fue creado por “prácticas discursivas” (médicos, moralistas, psicólogos, la iglesia, etc.) durante el siglo XIX. Entre otras cosas, Foucault plantea en su “Historia de la sexualidad” que si bien el homosexualismo había sido estigmatizado mucho antes del siglo XIX, fue recién en ese siglo cuando se dejó de hablar de “prácticas homosexuales” para hablar de “identidades homosexuales”; en otras palabras, los griegos no eran homosexuales, sino que eran hombres –o mujeres- que tenían prácticas homosexuales; pero para el siglo XIX las personas que tenían prácticas homosexuales ya no eran hombres o mujeres, eran homosexuales; en este siglo nace el homosexualismo como una nueva especie. Otorgándole al sexo la esencia de la identidad del individuo.
Siguiendo los pasos de Foucault, la filósofa Judith Butler, en su libro “Cuerpos que importan”, nos dice: “En contra de quienes han sostenido que el sexo es una sencilla cuestión de anatomía, Lacan argumentaba que el sexo es una posición simbólica que uno adopta bajo la amenaza de castigo, es decir, una posición que uno está obligado a asumir, pues se trata de imposiciones que operan en la estructura misma del lenguaje y, por consiguiente, en las relaciones constitutivas de la vida cultural”. Butler desarrollará esta idea y hablará del “sexo” no como algo dado, sino como algo que se construye a través de la “performatividad”: “El ‘sexo’ siempre se produce como una reiteración de normas hegemónicas. La performatividad discursiva parece producir lo que nombra, hacer realidad su propio referente, nombrar y hacer, nombrar y producir”. La “performatividad”, de la que habla Butler se produce ya en el mismo nacimiento: es obvio que los juguetes, la ropa, el color de las paredes y hasta la forma de hablarle al recién nacido dependerán de si es que se trata de un niño o de una niña; este tipo de actos se repetirán a lo largo de la vida del individuo (el cabello corto o largo, falda o pantalón, etc.) “produciendo” la heterosexualidad, de ahí que Butler sostenga: “la heterosexualidad hegemónica misma es un esfuerzo constante y repetido de imitar sus propias idealizaciones. El hecho de que deba repetir esta imitación, que establezca qué prácticas son patológicas y que normalice las ciencias para poder producir y consagrar su propia pretensión de originalidad y propiedad, sugiere que la performatividad heterosexual está acosada por una ansiedad que nunca puede superar plenamente”. Esta ansiedad, se debe a la falta de algo parecido a una “esencia” heterosexual.
Lo mejor de este país
En una sociedad como la nuestra (en mi caso por adopción, soy mexicano), en que la discriminación, la intolerancia, la desigualdad y el racismo son parte de nuestra rutina diaria, debemos no sólo respetar el derecho del “otro”, sino solidarizarnos con su lucha. Sólo con una adecuada integración del “otro” y el respeto de sus derechos tendremos una mejor sociedad, inclusiva y más justa, y ya no sonarán tan urgentes las palabras del subcomandante Marcos: “Las casas de los de arriba serán nuestras, tendremos trabajo digno y salario justo; hospitales con medicinas y contarán con doctores. Habrá educación para todos, laica y gratuita… trabajadores y trabajadoras sexuales, homosexuales, lesbianas, transgéneros, niños de la calle, comerciantes informales y de mercado, pueblos indios, campesinos sin tierra o en proceso de perderla, obreros, estudiantes, maestros y ancianos. Los feos, los apestosos. Estamos lo mejor de este país y esto es lo que vamos a hacer, compañeros”.
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