EMBRIÁGUENSE
Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca
Nunca será suficientemente reconocido el genio de Charles Baudelaire, padre de la lírica moderna y uno de los pilares sobre los que se sostiene la poesía tal como la entendemos hoy. “El mejor ejemplo de poesía moderna en cualquier idioma” dijo de él el poeta inglés T. S. Eliot.
Ante el avance imparable de la modernidad burguesa, con su espíritu consumista, su tecnología, su falsa seguridad y fe en el futuro, Baudelaire se convertirá en el poeta maldito, en el renegado antisocial que no temerá manifestar su asco ante esa realidad.
Así deambulará por las calles parisinas el más conspicuo representante de la raza de Caín, autor de “El vampiro” y las “Letanías de Satán”; poeta bohemio y proscrito.
Siguiendo los pasos de otro genio, E.A. Poe, Baudelaire terminará de separar la lírica del corazón, que hasta entonces había imperado en la poesía romántica: “the intoxication of the heart”; decía Poe; “la capacidad de sentir del corazón no conviene a las tareas poéticas”, dirá Baudelaire. Por eso opondrá al ‘corazón’, la ‘fantasía’, una fantasía creadora capaz de transformar la realidad y trascenderla. En una frase escrita en 1859, pero de increíble actualidad –no sólo para la literatura, piénsese en la pintura: en 1859 Picasso ni siquiera había nacido- dice: “la fantasía descompone toda la creación; y con los materiales recogidos y dispuestos según leyes cuyo origen sólo puede encontrarse en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo”.
Junto con la fantasía, Baudelaire propondrá al ‘sueño’, pero no al sueño idealizado del burgués, sino un sueño deformador, transformador de la realidad que lleve la creación poética hacia lo satánico, lo tenebroso, lo miserable; es decir, hacia todo lo que el burgués se niega a ver. En ese intento de buscar esa magia creadora del sueño, Baudelaire encontrará en las drogas y los estupefacientes un atajo ideal para conseguir los mismos resultados.
Es por esta razón que nos dice que hay que estar siempre ebrios para no ser esclavos del Tiempo, del tiempo burgués cabría agregar. La ebriedad entendida como la negación de una realidad conformista y autocomplaciente; estar ebrios nos permitiría evadirnos de esa realidad superficial y esquemática.
Frente a la conocida fábula de Esopo, aquella de “La hormiga y la cigarra”, Baudelaire parece optar por el ocio de la cigarra, pero no se trata de un ocio pasivo, sino más bien de un ocio creador. De un ocio que nos permita la reflexión profunda y el crecimiento espiritual que niegan la realidad burguesa. Esta embriaguez, además, nos permitiría un acercamiento más hondo con la naturaleza y el mundo que nos rodea, acercamiento que habríamos perdido con toda la tecnología moderna, de ahí que escriba: “el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj” nos dirán “¡Es hora de embriagarse!”.
El escritor Jean Cocteau, dijo alguna vez sobre Baudelaire: “Detrás de sus muecas, dirige lentamente su mirada hacia nosotros como la luz de las estrellas”.
Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca
Nunca será suficientemente reconocido el genio de Charles Baudelaire, padre de la lírica moderna y uno de los pilares sobre los que se sostiene la poesía tal como la entendemos hoy. “El mejor ejemplo de poesía moderna en cualquier idioma” dijo de él el poeta inglés T. S. Eliot.
Ante el avance imparable de la modernidad burguesa, con su espíritu consumista, su tecnología, su falsa seguridad y fe en el futuro, Baudelaire se convertirá en el poeta maldito, en el renegado antisocial que no temerá manifestar su asco ante esa realidad.
Así deambulará por las calles parisinas el más conspicuo representante de la raza de Caín, autor de “El vampiro” y las “Letanías de Satán”; poeta bohemio y proscrito.
Siguiendo los pasos de otro genio, E.A. Poe, Baudelaire terminará de separar la lírica del corazón, que hasta entonces había imperado en la poesía romántica: “the intoxication of the heart”; decía Poe; “la capacidad de sentir del corazón no conviene a las tareas poéticas”, dirá Baudelaire. Por eso opondrá al ‘corazón’, la ‘fantasía’, una fantasía creadora capaz de transformar la realidad y trascenderla. En una frase escrita en 1859, pero de increíble actualidad –no sólo para la literatura, piénsese en la pintura: en 1859 Picasso ni siquiera había nacido- dice: “la fantasía descompone toda la creación; y con los materiales recogidos y dispuestos según leyes cuyo origen sólo puede encontrarse en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo”.
Junto con la fantasía, Baudelaire propondrá al ‘sueño’, pero no al sueño idealizado del burgués, sino un sueño deformador, transformador de la realidad que lleve la creación poética hacia lo satánico, lo tenebroso, lo miserable; es decir, hacia todo lo que el burgués se niega a ver. En ese intento de buscar esa magia creadora del sueño, Baudelaire encontrará en las drogas y los estupefacientes un atajo ideal para conseguir los mismos resultados.
Es por esta razón que nos dice que hay que estar siempre ebrios para no ser esclavos del Tiempo, del tiempo burgués cabría agregar. La ebriedad entendida como la negación de una realidad conformista y autocomplaciente; estar ebrios nos permitiría evadirnos de esa realidad superficial y esquemática.
Frente a la conocida fábula de Esopo, aquella de “La hormiga y la cigarra”, Baudelaire parece optar por el ocio de la cigarra, pero no se trata de un ocio pasivo, sino más bien de un ocio creador. De un ocio que nos permita la reflexión profunda y el crecimiento espiritual que niegan la realidad burguesa. Esta embriaguez, además, nos permitiría un acercamiento más hondo con la naturaleza y el mundo que nos rodea, acercamiento que habríamos perdido con toda la tecnología moderna, de ahí que escriba: “el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj” nos dirán “¡Es hora de embriagarse!”.
El escritor Jean Cocteau, dijo alguna vez sobre Baudelaire: “Detrás de sus muecas, dirige lentamente su mirada hacia nosotros como la luz de las estrellas”.
Publicado originalmente en: "Casa Tomada". Huancayo, octubre de 2008.
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