EspergesiaYo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
“¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: ‘¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!?’”. Con estas palabras se da inicio al famoso pasaje de “La gaya ciencia” en que el filósofo alemán Frederich Nietzsche anuncia que “Dios ha muerto”. Era el año 1882, y faltaban todavía diez para que nazca, en Santiago de Chuco, el gran poeta peruano César Vallejo.
Varios años después, cuando en 1919 Vallejo publicó “Los heraldos negros”, la crítica no tardó en reconocer en él la influencia de Nietzsche. Había en ese libro de versos chirriantes -que marcaban distancia del modernismo- una desesperanza y un sentimiento trágico que le crearía al poeta una imagen de poeta sufriente, de hombre torturado por dolores más metafísicos que reales.
Quizás porque en “Los heraldos negros” Vallejo todavía no da rienda suelta a su más revolucionario lenguaje, éste sea el libro más conocido de nuestro poeta mayor, y el poema que da título al libro, su texto más celebrado. Dentro de este conjunto, destaca también el poema que cierra el libro: “Espergesia”, y su famoso verso: “yo nací un día que Dios estuvo enfermo”.
Contrariamente a lo que había dicho Nietzsche, Vallejo no afirma que Dios haya muerto, sino que estuvo enfermo. Imagen que es más angustiante todavía. Nietzsche anunciaba la muerte de la cosmovisión divina del mundo como totalidad -y la fe en el lenguaje como su sustento- para dar lugar al surgimiento de la razón como principio ordenador. Vallejo, en cambio, plantea una pura negación: al enfermarse, Dios muestra su lado débil, falible, y el hombre -creado a su imagen y semejanza- sin la seguridad que le daba la fe en la totalidad infalible, queda sumido en la nada, en el vacío: “Hay un vacío / en mi aire metafísico / que nadie ha de palpar”.
Poema bastante sombrío pero que destila hondísima humanidad, a pesar de su desesperanza, de esa falta total de fe en todo y de su pesimismo, pesimismo que nos recuerda la culpa que impregna todo el poema, una culpa ajena al yo poético, condenado desde su nacimiento: “Todos saben que vivo, / que soy malo; y no saben / del diciembre de ese enero. Pues yo nací un día / que Dios estuvo enfermo”
Adelantado a su tiempo, Vallejo fue un incomprendido toda su vida, bien podría haber hecho suyas aquellas palabras que pronunciara el personaje de Nietzsche que anunciaba la muerte de Dios: “Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos”.
Varios años después, cuando en 1919 Vallejo publicó “Los heraldos negros”, la crítica no tardó en reconocer en él la influencia de Nietzsche. Había en ese libro de versos chirriantes -que marcaban distancia del modernismo- una desesperanza y un sentimiento trágico que le crearía al poeta una imagen de poeta sufriente, de hombre torturado por dolores más metafísicos que reales.
Quizás porque en “Los heraldos negros” Vallejo todavía no da rienda suelta a su más revolucionario lenguaje, éste sea el libro más conocido de nuestro poeta mayor, y el poema que da título al libro, su texto más celebrado. Dentro de este conjunto, destaca también el poema que cierra el libro: “Espergesia”, y su famoso verso: “yo nací un día que Dios estuvo enfermo”.
Contrariamente a lo que había dicho Nietzsche, Vallejo no afirma que Dios haya muerto, sino que estuvo enfermo. Imagen que es más angustiante todavía. Nietzsche anunciaba la muerte de la cosmovisión divina del mundo como totalidad -y la fe en el lenguaje como su sustento- para dar lugar al surgimiento de la razón como principio ordenador. Vallejo, en cambio, plantea una pura negación: al enfermarse, Dios muestra su lado débil, falible, y el hombre -creado a su imagen y semejanza- sin la seguridad que le daba la fe en la totalidad infalible, queda sumido en la nada, en el vacío: “Hay un vacío / en mi aire metafísico / que nadie ha de palpar”.
Poema bastante sombrío pero que destila hondísima humanidad, a pesar de su desesperanza, de esa falta total de fe en todo y de su pesimismo, pesimismo que nos recuerda la culpa que impregna todo el poema, una culpa ajena al yo poético, condenado desde su nacimiento: “Todos saben que vivo, / que soy malo; y no saben / del diciembre de ese enero. Pues yo nací un día / que Dios estuvo enfermo”
Adelantado a su tiempo, Vallejo fue un incomprendido toda su vida, bien podría haber hecho suyas aquellas palabras que pronunciara el personaje de Nietzsche que anunciaba la muerte de Dios: “Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos”.
* Publicado originalmente en: "Casa Tomada". Huancayo, octubre de 2008.
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