sábado, 31 de mayo de 2008

PARA QUE NO ME OLVIDES (Rodrigo Arauco Segoviano)


Para entender mejor la historia de Antígona, deberíamos comenzar por recordar a Layo, desgraciado rey de Tebas que, temeroso de los negros vaticinios que pesaban sobre su hijo recién nacido decide deshacerse de él, sin saber que lo único que conseguirá con esto es que, muchos años después, el joven arrogante con el que discute en un cruce de caminos, no sepa que el anciano que acaba de matar es su padre. Visto en perspectiva el terrible sino de los Labdácidas, estirpe de Layo, tal vez sea él quien llevó la mejor parte en esta trágica historia.
El joven asesino de su propio padre llegará a Tebas y, tras resolver el enigma de la Esfinge, obtendrá como recompensa el trono y contraerá matrimonio con la viuda del rey, Yocasta, cumpliendo así los oráculos que vaticinaban que Layo sería muerto a manos de su hijo y que éste luego se casaría con su propia madre. Fruto de esta aciaga unión, nacerán cuatro hijos: Eteocles, Polinice, Ismene y Antígona; con los que Edipo y Yocasta vivirán algunos años de felicidad en la ignorancia.
Será el vidente Tiresias el que llevará a Edipo a descubrir la verdad y este, en medio de su desesperación, se arrancará los ojos. Con Edipo ciego y Yocasta muerta (se suicida al enterarse de que se ha casado con su hijo), sus hijos varones deben ocupar el trono de Tebas. Sin saberlo, repetirán la misma historia de su padre y su abuelo que, pretendiendo huir de sus respectivos destinos, no hicieron más que dirigirse desesperadamente hacia él: alertados sobre las terribles consecuencias de ocupar el trono de Tebas y temerosos de la maldición que su padre les echara encima, deciden alternarse en el poder cada año. Pero hace falta ser muy fuerte para resistir las tentaciones del poder. Así el primero en ocupar el trono, Eteocles, le negará a su hermano el derecho al trono al cabo de un año.
Polinice, desterrado por su hermano, llegará hasta Argos, en donde contraerá matrimonio con Argiva, hija de Adrasto, rey de los argivos, que lo convencerá de regresar a Tebas a luchar por lo que es suyo, y con su ayuda, Polinice comandará un ejército que intentará invadir la ciudad de Tebas y quitarle el trono a su hermano.
Eteocles, enterado de la situación, ubicará en cada una de las siete puertas de la ciudad a sus mejeros generales, eligiéndolos de acuerdo a las cualidades de los generales enemigos. En la séptima puerta se pondrá él mismo, pues sabe que por esa puerta vendrá Polinice: “Yo iré contra él, príncipe contra príncipe, hermano contra hermano, enemigo contra enemigo”. Tal como lo había anunciado Edipo, los dos hermanos se darán mutua muerte.
Tras la dura pelea los generales de Eteocles saldrán victoriosos, obligando a los argivos a retirarse dejando el cuerpo de Polinice en el campo de batalla. Muertos los dos hermanos, el trono queda en manos de Creonte, hermano de Yocasta, su primer edicto será anunciar que Eteocles recibirá un rito funerario adecuado para quien murió defendiendo la patria, pero Polinice, no sólo no recibirá ningún rito sino que permanecerá sin enterrar, a merced de los perros y aves de rapiña, dado que ha muerto atentando contra su propia ciudad. Y anuncia que aquel que desobedezca este edicto será condenado a muerte.
Es aquí donde empieza el drama de Antígona, que no soportará la idea de dejar el cuerpo de su hermano a merced de su propia descomposición y decidirá desobedecer a Creonte y dará humildísima sepultura a su hermano, enterrándolo con sus propias manos. Cuando es descubierta por los soldados de Creonte, ella afrontará las consecuencias de su acto con valentía, al ser confrontada con su rey, lo enfrentará y no dará señas de arrepentimiento, al contrario, reinvindicará su acto ante el tirano. Creonte la condenará a ser sepultada viva en una caverna.
Cuando, advertido por Tiresias, Creonte de marcha atrás y, tras enterrar a Polinice, busque a Antígona para liberarla personalmente, será ya muy tarde, la maldición de los Labdácidas habrá caído también sobre él: en la caverna en la que había mandado encerrar a Antígona, la encuentra a ésta colgada con su propio lazo y a los pies del cadáver de la muchacha, Hemón, hijo de Creonte, llora desconsolado por la muerte de su amada. Al ver a su padre, Hemón tomará su espada e intentará matarlo, al fallar en su intento, se suicidará ante los ojos estupefactos de su padre, que lo contempla impotente. Al enterarse del suicidio de su hijo, Eurídice, esposa de Creonte, no soportará el dolor y seguirá sus pasos, suicidándose en palacio. Al final de la tragedia, Sófocles le hace decir a Creonte: “Se ha perdido todo lo que en mis manos tenía y, de otro lado, sobre mi cabeza se ha echado un sino difícil de soportar”.
La historia de Antígona ha inspirado ríos de tinta, según el crítico francés George Steiner, se trata de la pieza más representada y con más versiones de la historia (en el caso peruano contamos con la versión libre que hiciera el desaparecido poeta José Watanabe). Entre las interpretaciones de la obra, estas van de Hegel a Heidegger, Kierkegaard y el Seminario 7 del psicoanalista francés Jacques Lacan, titulado “La ética del psicoanálisis”.
Para el psicoanálisis lacaniano, la historia de Antígona representa el limbo de estar “entre dos muertes”: la física y la simbólica. En este sentido, tendría cierto parecido a “Hamlet” de Shakespeare, en ambas historias, los muertos no pueden descansar en paz por ritos funerarios impropios. En el caso de “Hamlet” el muerto regresa para pedirle a su hijo que salde una cuenta pendiente, sólo así el muerto podrá descansar.
Según el teórico esloveno Slavoj Zizek, a la pregunta de “¿por qué vuelven los muertos?”. La respuesta de Lacan es: “porque no están adecuadamente enterrados, es decir, porque en sus exequias hubo algo erróneo”. Esto se entiende mejor si recordamos la noción de “trabajo de duelo”, que empleara Sigmund Freud para referirse al proceso de transformación del objeto amado que hemos perdido y del que debemos despedirnos para siempre. En ausencia de tal proceso, la sombra del objeto se cierne sobre el “yo”, pudiéndolo arrastrar consigo. Es esto precisamente lo que le sucede a Antígona, ella necesita realizar este “trabajo de duelo”, que le permita darle a su hermano exequias adecuadas, cumpliendo con los ritos funerarios prescritos por los mismos dioses. Según Zizek: “el rito funerario le da al muerto su inscripción en la tradición simbólica, se le asegura que, a pesar de la muerte, ‘seguirá vivo’ en la memoria de la comunidad, implica una reconciliación, una aceptación de la pérdida”
Si los ritos funerarios no se cumplen, el muerto retorna (como en “Hamlet”) y el retorno del muerto significa que no puede encontrar un lugar propio en el texto de la tradición. Zizek considera que los dos grandes acontecimientos traumáticos del Holocausto y el Gulag son casos ejemplares del retorno de los muertos en el siglo XX.
Huelga decir que en el caso peruano, el gran acontecimiento traumático del que todavía no logramos liberarnos fue la terrible guerra interna que padecimos desde los años ochentas y que dejó al país una secuela de muerte y destrucción. En ese sentido, el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación fue un importantísimo paso que dimos como sociedad, dirigido a darles un entierro digno a los innumerables muertos que nos dejó la violencia terrorista. Pero esto no ha sido suficiente aún, todavía tenemos muertos que no descansan en paz, como las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos.
Es importante recordar que la violencia no se produjo únicamente por parte de los movimientos terroristas, si bien estos son los principales responsables, es necesario puntualizar que la violencia también se ejerció de parte del estado, y se hizo de manera institucionalizada, por lo que los responsables deben ser llevados ante la justicia. Por esta razón, debemos estar atentos al juicio del ex presidente, hoy que el procesado Fujimori pretender apelar a la lástima aduciendo enfermedades, no debemos olvidar que las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos, esperan todavía por un adecuado entierro.

No dejemos solos a sus familiares que, cual Antígonas contemporáneas, vienen luchando desde aquél lejano día en que vieron con espanto cómo las llaves encontradas junto a un montón de huesos calcinados abrían las cerraduras que dejaron sus hermanos, hijos, esposos. Vienen luchando desde ese día por justicia para sus muertos (que son nuestros muertos) y nosotros estamos obligados a luchar con ellos. De lo contrario “sus sombras continuarán persiguiéndonos como ‘muertos vivos’ hasta que les demos un entierro decente, hasta que integremos el trauma de su muerte en nuestra memoria histórica”. Sólo así, con los responsables tras las rejas, podremos decir, como la Antígona de Watanabe: “Recuerda mi nombre porque algún día todos dirán que fui la hermana que no le faltó al hermano”.

CORRIENDO DE MADRUGADA (Rodrigo Arauco Segoviano)


Creo que un día la vi, no estoy seguro. Era muy temprano, como las seis de la mañana, y hacía mucho frío. El bus que me traía de regreso a Huancayo salía del puente “Breña” y empezaba a ascender la empinada cumbre del “Caminito de Huancayo” cuando logré distinguir por la ventanilla una figura menuda que corría al lado del bus.
Hacía tanto frío que corría con la cabeza cubierta por una gruesa capucha, por lo que, por más que me esforcé, no pude verle el rostro. Por eso digo que creo, que quiero, haberla visto un día. En todo caso, no importa mucho si era ella. No importa porque así me la imagino, así me la he imaginado siempre: corriendo.
Me la imaginaba corriendo mientras yo escribía, hace algunos años, su breve biografía y la publicaba en un portal de Internet (fue lo primero que publiqué en mi vida), me la imaginaba corriendo con sus zapatillas de tela (que su mamá sacó de su propia tienda) cuando me faltaban las fuerzas o las ganas o las fuerzas y las ganas de seguir viviendo, de seguir escribiendo. Y me la imagino ahora, mientras escribo esto, como aquella madrugada, corriendo sola, cuesta arriba, a pesar del frío, del cansancio, de la falta de apoyo; queriéndose salvar, salvándose, de la mediocridad, del desánimo, la apatía, la adversidad.
Aunque ella no lo sepa, ella corre por mucho más que ella misma. Porque ella es ya un mito, un mito que, a decir de Rollo May, mantiene vivas nuestras almas con el fin de que nos aporten nuevos significados en un mundo difícil y a veces sin sentido.
Mientras ella siga corriendo, yo (y muchos como yo) seguiremos resistiendo, escribiendo, buscando. Porque ella es como ese personaje de Javier Cercas, ese soldado solo que en un desierto interminable y ardiente avanza llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida, joven, desarrapado, polvoriento y anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, caminando hacia delante bajo el sol, sin saber muy bien hacia dónde va ni con quien va ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante…

LA TRAGEDIA DE LA MÚSICA LÍRICA (Rodrigo Arauco Segoviano)


Los fanáticos de los “Simpson” no tendrán problemas en recordar este episodio: el señor Burns desea comprarse un auto nuevo que reemplace a la vieja carcocha con la que se moviliza por las calles de Springfield, y no tiene mejor idea que enviar a toda la familia Simpson hasta Italia, en busca de un Ferrari de última generación. Una vez en Italia y, luego de arruinar el auto en una serie de peripecias, Homero y su familia dan con Bob Patiño (peligroso malhechor obsesionado con asesinar a Bart Simpson).
En medio de una hilarante persecución, los Simpson llegan hasta los camerinos de un teatro en el que se está presentando “I Pagliacci” (“Los payasos”, ópera de Ruggero Leoncavallo), una vez ahí, son socorridos por Krusty, el payaso, que hará el papel de “Canio” en la obra.
Krusty disfraza a los Simpson de extras y los sube al escenario. Pero cuando inicia su interpretación, Krusty lo hace de manera tan lamentable que Bob Patiño abandona la persecución y decide reemplazar a Krusty. Una vez en el escenario Bob canta: “Vesti la giubba…” y al llegar al tan conocido pasaje: “Ridi, Pagliaccio, sul taro amore infranto! Ridi del duol che t'avvelena il cor!” (“¡Ríe, payaso, de tu amor destrozado! ¡Ríe del dolor que envenena tu corazón!”) Homero no resiste más y empieza a llorar de emoción, Marge, sorprendida, le recrimina: “¡Homero, es Bob Patiño!”. Mientras se limpia una lágrima, Homero dice contundente: “Lo sé, pero es hermoso” (Sería oportuno recordar que el aria que hace llorar a Homero, es la misma que hace llorar a Al Capone [Robert de Niro] en la magistral “Los Intocables” de Brian de Palma).
Recuerdo esto porque, no hace mucho, durante la última temporada de ópera en Lima, un amigo mío respondía así a mi invitación: “no me gusta la ópera porque es muy elitista. Prefiero a Pavarotti, el cantante del pueblo”. Me impresionó mucho que una persona, que yo creía inteligente, fuera capaz de reproducir ese prejuicio tan burdo que, no obstante, ha hecho que la música lírica todavía esté peleada con las mayorías.
Tal vez debí decirle que la orquesta sería dirigida por su paisano, el hijo del antiguo organista de la Catedral, el maestro huancaíno Óscar Vadillo, o que Luciano Pavarotti no es considerado uno de los más grandes tenores de los últimos tiempos por haber compartido escenario con Eros Ramazotti o Michael Jackson. Ya que el tenor hacía ese tipo de eventos benéficos (“Pavarotti y sus amigos”) precisamente porque su virtuosismo vocal (no por nada era conocido como “el rey del do de pecho”) estaba más que comprobado, desde su lejano y auspicioso debut en los años sesenta con “La Boheme” del compositor italiano Giacomo Puccini. Fue esa fama bien ganada la que le permitió tener esos “amigos” e iniciar su labor filantrópica.
Un poco de historia
El autor y crítico musical Roger Alier rastrea el origen de la ópera hasta la Grecia antigua, en la que, según él, la música gozaba de tal importancia que no había campo literario en el que no interviniese, acompañando a la poesía e incluso al teatro.
Las obras teatrales de los dramaturgos Esquilo, Sófocles o Eurípides, y las de los cómicos Aristófanes y Menandro llevaban siempre música consigo y los actores no declamaban, sino que solían cantar en el teatro. Lamentablemente, si bien conservamos los textos de los dramas y comedias, no tenemos mayor registro de la parte musical.
Por esta razón, durante el Renacimiento, se hicieron múltiples intentos de establecer cómo habrían sido las representaciones del teatro griego, del que se sabía que se cantaba en su totalidad, aunque no polifónicamente sino por medio de la monodía (melodía acompañada).
Cerca de 1597 el amateur musical Jacopo Corsi, con ayuda de Jacopo Peri y el poeta Rinuccini, presentaron un proyecto que titularon “Dafne” (hoy perdida), en el que presentaban una obra teatral cantada, el éxito que recibió su iniciativa los llevó a preparar otro proyecto, “Eurídice”, que se puso en escena en la corte de los Medici. La llamada “ópera in musica” (literalmente “ópera en música”) daba sus primeros pasos. Hará falta que, diez años después, aparezca el genio de Claudio Monteverdi, con su “Favola d’Orfeo”, estrenada en Mantua el 24 de febrero de 1607, para darle el impuslo final a esta nueva iniciativa. La búsqueda de fidelidad en la representación del teatro griego antiguo había llevado al nacimiento de un nuevo y complejo arte que, con inmensos cambios y evoluciones ha llegado hasta nosotros con toda su espectacular belleza.
Algunos consejos
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la “ópera” es una “obra teatral cuyo texto se canta, total o parcialmente, con acompañamiento de orquesta”. Dado que la ópera se canta en lenguas extranjeras (italiano, francés o alemán generalmente) el tenor peruano Luís Alva (fundador de la Asociación Prolírica del Perú) recomienda que el público vaya al teatro luego de haber leído el libreto de la ópera a la que desea asistir, así le será más fácil poder disfrutar de toda la belleza y la profunda complejidad del espectáculo.
La música lírica no es fácil de escuchar, es un tipo de arte que requiere dedicación, un poco de tiempo, detenerse por un momento y sentarse a oir –y a disfrutar- no sólo de los maravillosos registros vocálicos de los artistas o la belleza de la música, sino también de la poesía en los versos que van cantando, el simbolismo tan hondo de algunos pasajes: Cómo no emocionarse cuando madame Buttefly se niega a aceptar que Mr. Pinkerton la ha abandonado, y empieza ese hermoso canto de esperanza que es “Un bel di vedremo”, o cómo no aplaudir de pie y con un nudo en la garganta al final de “Figlia… Mio padre”, aria en que Rigoletto le cuenta a su hija Gilda la terrible soledad en la que ha transcurrido toda su existencia.
Y esto sólo para mencionar dos de las óperas más conocidas “Madame Butterfly” de Giacomo Puccini, y “Rigoletto” de Giuseppe Verdi. De hecho, esta última es tan popular que una conocida marca de fideos usa de fondo musical, para sus comerciales televisivos, una pieza de su repertorio (¿de qué elitismo hablamos?).
Probablemente, la razón por la que muchas personas mantienen cierto recelo hacia la música lírica, sea el difícil acceso a estos espectáculos o a sus respectivas grabaciones. Si bien en sus orígenes la ópera estuvo dirigida a las minorías más pudientes, esto ha dejado de ser así hace mucho, la ópera se ha extendido tanto que es un despropósito seguir sosteniendo su “elitismo”.
En el Perú, de un tiempo a esta parte, se están haciendo esfuerzos para acabar con estas trabas. En ese sentido, es de aplaudir el que un conocido diario limeño esté sacando una colección titulada “Los clásicos de la ópera”, 15 volúmenes imperdibles: a la ópera completa en dos discos compactos, se agrega una edición impecable del libreto en su idioma original y en español, y artículos críticos sobre la música lírica que enriquecerán nuestro conocimiento de este arte. Recordemos también que hace poco, nuestro tenor Juan Diego Florez (considerado uno de los mejores tenores de toda la historia según una encuesta realizada por la revista BBC Music Magazine) debutó en el papel del “duque de Mantua” en la ópera Rigoletto en el teatro Municipal del Callao (una lástima que tan esperado evento haya sido opacado por la ridícula cobertura que recibió su boda en la Catedral de Lima).
Los seguidores de los “Simpson” han hecho notar que Homero parece volverse más estúpido en cada temporada, y si él, con toda su estupidez a cuestas, logró disfrutar hasta las lágrimas del canto de un tenor que, segundos antes, quería matar a su hijo, no creo que haya forma de que alguien, que no se sienta más estúpido que Homero, sostenga aún el prejuicio del elitismo de la música lírica. No hay pretexto, pues, para no disfrutar de una de las más hermosas y completas manifestaciones culturales que nos ha heredado Europa.

NOS HABÍAMOS CHOLEADO TANTO (Rodrigo Arauco Segoviano)


Psicoanalista de profesión, Jorge Bruce, nos entrega un libro que lo llevó a sostener una interesante polémica con el sociólogo del IEP Martín Tanaka. Si bien gran parte de las desavenencias entre estos dos intelectuales se debió al modo de abordar el problema, cada no desde su propia perspectiva: el señor Tanaka prestando especial atención a los cambios sociales y los procesos políticos que se han producido a lo largo de la historia del Perú y el señor Bruce desde la óptica que le da su experiencia en el consultorio como psicoanalista y el trato directo con los pacientes discriminados o discriminadores. Esto, claro está, resumiendo sus respectivas posiciones de manera burda.
Bruce inicia su libro explicando el título, considera -nos dice- que el peruanismo “cholear” es “una metáfora que funciona como la cifra que condensa todas nuestras discriminaciones raciales”, y la paráfrasis a la película de Ettore Scola “Nos habíamos amado tanto”, alude “a los componentes afectivos del vínculo social peruano que se encuentran subsumidos en el neologismo cholear”.
El primer capítulo, “Una alteridad perturbada”, es quizás el que pesó más en la polémica con Tanaka, aquí Bruce repasa la historia del Perú y plantea la continuidad de la discriminación racial desde la época colonial. Un panorama (discutible, diría Tanaka) en el que se plantean algunos de los conceptos que se desarrollarán más adelante, como el de “resentimiento” y el de “remordimiento” de discriminados y discriminadores.
El segundo capítulo “Racismo y psicoanálisis (ya era hora)” es más interesante, Bruce comienza lamentando el vacío existente en la teoría psicoanalítica con respecto al racismo que, salvo algunos acercamientos dispersos, no se ha abordado de manera frontal (ni siquiera Freud lo habría hecho). Esto lleva a Bruce a “crearse” un marco teórico que le sirva para enfrentar el análisis del caso peruano, pues los esfuerzos teóricos realizados por los psicoanalistas, en relación al racismo, son todos europeizantes. Capítulo lleno de estimulantes disquisiciones teóricas, que lo llevan a hablar de la idea del “mapeo” de Donald Moss o de “Un modelo matemático para cholear” de Walter Twanama.
El capítulo tercero “La racialización de las cuestión estética” aborda el tema, bastante obvio para todos, del racismo de las agencias de publicidad, un racismo que se mantiene de espaldas a la realidad, escudándose en lo que los publicistas llaman “el modelo aspiracional”. Lo interesante de este capítulo es el esbozo de las consecuencias que esta manera de hacer publicidad tendrían en la intersubjetividad de los receptores.
El capítulo denominado “El afecto racial” es probablemente el más interesante del libro. Partiendo de casos particulares de su experiencia como psicoanalista, Bruce nos muestra cómo afecta, individualmente, el racismo y la discriminación a determinadas personas. Es este el capítulo que esgrimiríamos los que optamos por la posición de Bruce en su polémica con Tanaka. Valioso no sólo por lo mencionado más arriba, sino por ser un modelo estupendo del trabajo de un analista.
El libro termina con el capítulo titulado “Una inquietante neutralidad” en donde se plantea la necesidad de abandonar la pasividad (que muchas veces requiere de actividad) para poder acabar con esta tara social. Finalmente, y tal como lo había anunciado en la introducción, el libro termina con un “Glosario de términos psicoanalíticos” y una “Caja de herramientas”, útiles anexos para quienes no estén familiarizados con el psicoanálisis y sus herramientas conceptuales.
En resumen, un libro altamente recomendable.

domingo, 11 de mayo de 2008

LA VIRGEN MORENA Y LA HISTORIA (Rodrigo Arauco Segoviano)



La historia comienza hace casi 500 años en el virreinato de la Nueva España, la mañana del 9 de diciembre de 1531 en que un indio azteca de 57 años cruzaba la colina del Tepeyac con dirección a Tlatelolco, en donde recibiría su lección de catecismo. Ese día, mientras el indio converso caminaba, habría oído una voz que lo llamaba: “¡Juan! ¡Juan Diego! ¡Juanito!”.
Según se narra en el “Nican Mopohua” (el relato más antiguo de lo que le aconteció a Juan Diego), la voz era de una niña de aproximadamente 14 años, que se presenta como “la siempre Virgen María”, “Madre de Dios” y de todos los hombres. Y, en perfecto nahuatl (lengua de Juan Diego), le pide al indio que vaya a la ciudad de México, y le comunique al obispo su deseo de que se le construya una iglesia en esa colina. El indio obedece sin dilación.
Con ayuda de un intérprete, el obispo franciscano Juan de Zumárrga oye, condescendiente, el mensaje del indio, y sin tomarlo en serio se deshace de él rápidamente. Humillado (y ofendido) el indio vuelve donde la niña y le dice que lo mejor sería que ella elija otro mensajero, algún principal de la ciudad, pues a él nadie lo toma en serio. La niña le responde que ella podría haber elegido a cualquiera, pero lo ha elegido a él, el más pequeño de sus hijos.Juan Diego vuelve donde Zumárraga y este, sorprendido por el pronto regreso del indio, le pide una prueba de lo que dice. Al llevar a la niña la respuesta del obispo, ésta lo cita para el día siguiente. Pero es aquí que el tío del indio cae gravemente enfermo y debe quedarse a cuidarlo. Así, el 12 de diciembre, ante lo que parece una muerte inminente, Juan Diego debe ir a la ciudad a conseguir un sacerdote para su tío. Temeroso por no haber regresado donde la niña, el indio decide dar un rodeo, a pesar de lo cual, ella se le vuelve a aparecer. Juan Diego se apresura a contarle de su tío y la niña le dice: “¿Cuix amo nican nica nimonatzin? ¿Cuiz amo nehuatl in nimopaccayeliz? (¿Qué no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?)”, le anuncia que su tío acaba de recuperar su salud y que él sólo debe cumplir con su misión; la niña le entrega la prueba solicitada por Zumárraga: unas flores que sólo debe ver el obispo.Ese día, mientras el indio Juan Diego pugnaba por llegar hasta Zumárraga, forcejeando con los sirvientes del obispo que no le permitían la entrada, no sabía (no podía saber) las descomunales consecuencias que habría de tener lo que estaba a punto de hacer.

Al principio, la niña de rasgos indígenas que se veía en el ayate del indio, fue identificada con la diosa Tonatzin (que los aztecas adoraban precisamente en el Tepeyac) y el obispo Zumárraga, acusado de fomentar la idolatría. Poco después, la iglesia española se daría cuenta de que miles de indios se convertían al cristianismo gracias al ayate del indio, que se exhibía en la capilla que Zumárraga había mandado construir en el Tepeyac, y cambiaría su actitud hacia ésta, tolerándola primero, aceptándola después y, finalmente, en 1746, declarando a “Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona del Renio de Nueva España”.Por una ironía de la historia, sólo medio siglo más tarde, esa imagen, que había sido usada por los españoles para someter al pueblo mexicano, era enarbolada por el párroco de la ciudad de Dolores el 15 de septiembre de 1810 y, tras convocar a las masas en el centro de la ciudad, los instaba a luchar por su independencia con un emotivo discurso que terminó con el grito de: “¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno!”. Ese párroco es hoy recordado como el “cura Hidalgo” y ese día, como el día que se dio “El grito de Dolores”, inicio de la guerra de independencia mexicana (posteriormente, el dictador Porfirio Díaz, cambiaría la fecha del 15 al 14 de septiembre, para hacer coincidir la celebración del “Grito de Dolores” con su cumpleaños).Sólo tres años después, durante la “Declaración de la Independencia Mexicana”, el caudillo José María Morelos nombraba a “María Santísima de Guadalupe patrona de nuestra libertad” y declaraba su fiesta (el 12 de diciembre), fiesta nacional. A partir de ese momento, la historia de México y la de la Guadalupana serán inseparables: la misma imagen que acompañara a Emiliano Zapata y a su ejército de campesinos en su entrada triunfal a la ciudad de México tras su victoria sobre Victoriano Huerta durante la revolución mexicana, será la misma que, casi cien años después (el 2006), llevarán los cientos de miles de migrantes mexicanos que, junto con migrantes de todo el mundo, sorprenderían al mundo al paralizar las calles de EE.UU. cuando salieron cantando: “Aquí estamos y no nos vamos, y si nos echan, nos regresamos”.Con el tiempo, el culto a la Guadalupana se extendería por todas partes y su influencia se haría sentir desde la Teología de la Liberación hasta el Concilio Vaticano II; desde sor Juana Inés de la Cruz hasta Alfonso Reyes, desde Alex Lora al costarricense Martín Valverde.Más allá de toda duda o escepticismo ante la autenticidad de la imagen, no se puede negar que es, como bien señala el historiador David Brading: “la principal imagen Mariana dentro de la iglesia, por su significado teológico y su alcance geográfico [en 1999 el papa Juan Pablo II la declaró ‘Patrona de las Américas’]”. Habría que agregar a esto, su permanente presencia en la historia. Hoy, que festejamos el día de la madre, recordemos también a la niña que le dijo a Juan Diego ser “la madre de todos los hombres”.

¿POR QUÉ LEER FILOSOFÍA HOY? (Emilio Toparpa Juscamayta)


Aunque la presentación oficial del libro fue el pasado jueves 24 de abril en el Auditorio de Humanidades de la Universidad Católica, el libro “¿Por qué leer filosofía hoy?” (editado por Miguel Giusti y Elvis Mejía, y publicado por el Fondo Editorial de la Pontifica Universidad Católica del Perú) ya circulaba varias semanas antes en las principales librerías de la capital.
El libro recopila una serie de conferencias que dieran 14 profesores de la PUCP en un ciclo organizado por el Centro de Estudios Filosóficos de esa casa de estudios y que, según dicen los editores, habría tenido tan gran acogida, que los habría llevado a pensar en editar este volumen. Feliz idea que se agradece.
En un primer momento, un lector incauto (como el que escribe estas líneas) podría creer que se trata de un libro que, efectivamente, intentará responder la ambiciosa (“ingenua”, a decir del propio Miguel Giusti) pregunta del título: ¿Por qué leer filosofía hoy? Que, como señala Federico Camino, implica una respuesta afirmativa a la pregunta previa de si se debe o no leer filosofía hoy. El libro, en realidad, no responde a la pregunta, al menos no de la manera tan general que se plantea en el título (salvo la desenfadada primera línea de Pepi Patrón: ¿y por qué no?).
Luego de un breve (y prescindible) prólogo, cada uno de los autores convocados responde a la pregunta específica de por qué leer a tal o cual filósofo hoy. Estos filósofos van desde clásicos de la filosofía antigua como Platón y Aristóteles, hasta nombres imprescindibles en la filosofía contemporánea como Martin Heidegger o Donal Davidson (fallecido el 2003), pasando, por supuesto, por René Descartes, Inmanuel Kant, Karl Marx o Frederich Nietzsche, entre otros.
El libro resuma filosofía, en su acepción etimológica, es decir: amor por la sabiduría. En contra de la tendencia reinante a la superficialidad, este volumen no pretende ser un manual de cultura general, o un compendio de frases célebres para impresionar en las reuniones. Es más bien todo lo contrario: una invitación a la lectura profunda de cada uno de los filósofos estudiados.
Imposible no correr a las librerías en busca de algún libro de Ludwig Wittgenstein luego de leer el estupendo texto de Víctor Krebs, o no desempolvar de nuestra biblioteca “El Capital”, tras la estimulante respuesta de Pepi Patrón a la pregunta de por qué leer a Karl Marx hoy.La altísima calidad de los autores convocados para reunir este volumen, entre los que están el ex presidente de la comisión de la Verdad y Reconciliación: el filósofo Salomón Lerner Febres, además de Fidel Tubino, Kathia Hanza, Cecilia Monteagudo, Raúl Gutiérrez, Dante Dávila, Luis Bacigalupo, Francois Vallaeys, Miguel Giusti, Pepi Patrón, Rosemary Rizo Patrón, Victor Krebs y Pablo Quintanilla (todos profesores de la Universidad Católica), son garantía de una lectura provechosísima, que quiere ser sólo el primer paso, para quienes deseen bucear en el mundo de la filosofía