sábado, 25 de octubre de 2008

SE PROHÍBE ESTAR TRISTE (Rodrigo Arauco Segoviano)

Para el legendario Héctor
Zakuma Arévalo.


Cuando uno piensa en la llamada “Época de Oro” del cine mexicano (1936-1957) inmediatamente se vienen a la memoria nombres como María Félix, Pedro Infante, Dolores del Río, Tin Tan y por supuesto, el del barítono que revolucionó el corrido mexicano, cuyas interpretaciones al lado de Amanda del Llano deben estar entre lo más hermoso que nos dejó esa época: Jorge Negrete.
Recordemos que durante esos años, el cine de comedia también tuvo su auge, no sólo con Tin Tan sino también con Cantinflas, a quien en más de una ocasión se lo ha querido comparar con Charles Chaplin (¡!), injusta comparación. La genialidad de Chaplin (actor, director, escritor y compositor) se manifiesta en la perfección formal de sus películas, en la profunda humanidad que destilan cada uno de sus personajes -desde el ‘Charlot’ de sus primeros cortos hasta el ‘Calvero’ de la formidable “Limelight”- pero sobretodo, en el exigente trabajo intelectual y cinematográfico detrás de cada uno de sus films.
La genialidad de Cantinflas, por otro lado, radica en su increíble capacidad de improvisación y su perfecta encarnación del ‘pelado’ mexicano. A diferencia de Chaplin, Cantinflas no era ni director, ni escritor, ni mucho menos compositor, y muchas de sus películas tenían los guiones peor escritos del cine mexicano, pero se sostienen hasta hoy gracias a él, a su carisma, su simpatía, sus pantalones medio caídos y su gabardina. Es ese talento nato el que le hizo decir al propio Chaplin que Cantinflas era el mejor comediante del mundo.
Quizás por esa forma de improvisar y de jugar con el lenguaje, Cantinflas esté más cerca de los hermanos Marx que de Chaplin. Las películas de Chico, Groucho, Harpo y Zeppo Marx, al igual que las de Cantinflas, se caracterizan por la improvisación, los juegos de palabras intraducibles y los malentendidos que ponen en escena los cuatro hermanos. Seguramente por esta razón los hermanos Marx no son tan populares entre nosotros como Chaplin, pues les pasó lo mismo que le sucedió a Cantinflas: aunque recibió reconocimientos en EE.UU. y hasta llegó a filmar dos películas en inglés, no fue tan admirado y querido por los angloparlantes como por los hispanoamericanos. De hecho, cuando los Beatles diseñaban la cubierta de su revolucionario disco “Sgt. Pepper and Lonely Club Hearts Band” fue a Tin Tan -y no a Cantinflas- a quien invitaron para aparecer en dicha portada, en medio de Edgar Allan Poe y Richard Merkin (lugar que quedó vacío debido a que Tin Tan canceló a último momento).
El hecho de que estos dos gigantes, Cantinflas y Tin Tan, compartieran algunos años de gloria, ha llevado a cierta parte de sus seguidores a hacer ridículas comparaciones y, aún hoy, hay quienes se inclinan por uno en desmedro del otro. Habría que ser justos y reconocer el talento de cada uno en lo suyo, pues se trata de dos tipos diferentes de hacer humor, empezando por los personajes que los hicieron famosos: el ‘pachuco’ de Tin Tan frente al ‘pelado’ de Cantinflas.
A diferencia de Mario Moreno, la gracia de Germán Valdez “Tin Tan” se sostenía en un guión mucho más elaborado y en el acabado más cuidadoso de sus películas. De hecho, Tin Tan era, además de un gran cómico, un buen cantante y un eximio bailarín (¿alguien podría olvidar a Tin Tan improvisando junto a Vitola el aria “Sempre libera” de “La Traviata”?). Se explica así que el éxito de Tin Tan se haya prolongado muchos años más que el de Cantinflas, pues mientras el “pelado” se repetía una y otra vez y sus personajes se volvían cansados, predecibles y declarativos, Tin Tan se adaptaba mejor al paso del tiempo y continuaría haciéndonos reír por muchos años más, hasta aquella aciaga mañana en que se despertó dando gritos de dolor y rogándole a su familia que le pasase sus medicamentos: el cáncer al estómago que padecía, empezaba a ganarle la batalla y terminaría arrebatándonoslo el 29 de junio de 1973.
Aunque Cantinflas y Tin Tan continuaron filmado hasta mucho después de 1957, se considera que la “época de oro” del cine mexicano culmina ese año. Recordemos que el 5 de diciembre de 1957 fallecía en Los Ángeles el inigualable Jorge Negrete, México se declaraba en duelo nacional y miles se reunían en el aeropuerto del D.F. para recibir su féretro. Mientras trasladaban sus restos, seguramente muchos recordaron, como si de un presagio se tratara, el estribillo de una de las canciones que lo hicieran famoso: “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí. Que me entierren en la sierra, al pie de los magueyales y que me cubra esta tierra, que es cuna de hombres cabales”.
Es 1957, pues, cuando termina la “época de oro” del cine mexicano y este termina por perder terreno frente al empuje imparable de Hollywood que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, acaba aplastando cualquier atisbo del cine áureo mexicano. Por esos años, y tal vez extrañando la gloria perdida y el estar en el centro de la atención mundial, México se preguntaba: ¿Quién podrá salvarnos?
Ante esa invocación aparecerá en escena un ingeniero que, casi por azar, terminaría trabajando como guionista de comerciales, luego como escritor de programas cómicos y finalmente como actor. A casi 20 años del fin de su época de oro, México ya contaba con un nuevo y genial comediante, un actor que había asimilado lo mejor de Tin Tan y Cantinflas, un comediante que además de actor era escritor, director, guionista y compositor, un gigante de 1.60m. de estatura, que le devolverá a México la atención mundial que había perdido tras el fin de la “edad de oro” que atravesó su cine. Pero este genio no hará películas -o en todo caso, sus pocas películas no son la razón de su enorme trascendencia- más bien escribirá, dirigirá y protagonizará programas de televisión que muy pronto lo convertirían en un ídolo para varias generaciones de todo el mundo y uno de los personajes más queridos por el público de todas las edades.
En el año 2008 este ingeniero, ya octogenario, con sus programas traducidos a casi todas los idiomas, con millones de seguidores en todo el mundo, con varias generaciones de fanáticos capaces de recitar de memoria diálogos completos de sus mejores capítulos, y con una obra teatral que se había mantenido durante 7 años ininterrumpidos en México, decide despedirse de los escenarios con una gira por Sudamérica. La suerte quiso que uno de los primeros países que visitara fuera el Perú.
Los que tuvimos la oportunidad de cumplir un sueño de la infancia y verlo personalmente cuando presentó su obra teatral supimos, mientras lo aplaudíamos de pie -agradecidos, conmovidos hasta las lágrimas en medio de una ovación que había esperado toda una vida para estallar ese día- que conocer a esa leyenda viviente (digno heredero de una tradición tan pródiga en leyendas) era uno de esos momentos que atesoraríamos para el resto de nuestras vidas, uno de esos momentos que recordaríamos una y otra vez, modificándolos, tergiversándolos, enriqueciéndolos, pero siempre disfrutándolos cada vez que encontremos a alguien dispuesto a escucharnos.

BAJO LA CLARA SOMBRA DE OCTAVIO PAZ (Rodrigo Arauco Segoviano)*

Piedra de Sol (fragmento)
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito, nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida –pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos-,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,

“El goce está prohibido para el ser hablante como tal” nos dice el psicoanalista francés Jacques Lacan. Quiere decir con esto que el lenguaje, al duplicar la realidad, nos aleja de ella: vivimos sumidos en un mundo simbólico -hecho de signos- que, al alejarnos de la realidad, nos priva del goce verdadero.
El abismo que media entre el lenguaje y la realidad ya había sido señalado por el filósofo alemán Frederich Nietzsche, y a esta discusión no fue ajeno el poeta Octavio Paz quien, sin embargo, manifiesta una fe en el lenguaje, pero no en el lenguaje coloquial, sino en el lenguaje poético, nos dice, por ejemplo: “Gracias a la poesía el lenguaje reconquista su estado original”.
Debemos subrayar que Paz creía que el trabajo crítico era inseparable del trabajo poético, por esta razón, para entender este fragmento de “Piedra de sol”, debemos retrotraernos a su trabajo crítico (especialmente al ensayo dedicado al lenguaje en su libro “El arco y la lira”) y a una de sus influencias más marcadas: el Romanticismo y, más específicamente, a los resabios platónicos de este movimiento.
Recordemos que para Platón existían dos tipos de realidades, la realidad que nosotros percibimos, la de las apariencias, y otra realidad más trascendente, la de las ideas o formas perfectas, de la que la realidad que nosotros percibimos sólo sería un reflejo. Los poetas románticos comparten esta idea y sostienen que el lenguaje poético es un mediador entre estas dos realidades: la realidad del hombre, imperfecta, y la realidad de las ideas, perfecta y absoluta.
Pero sostendrán también que la poesía no es la única forma de acercarse a esta realidad perfecta. Existe otra, tal vez más accesible: “el amor”, el instante de la culminación amorosa que nos extrae de la realidad de las apariencias (de los signos) y nos acerca al absoluto, en donde se pierde la identidad individual para ingresar a la totalidad del cosmos.
A pesar de ser un poeta eminentemente vanguardista, Paz heredará esta visión romántica del lenguaje poético y del amor. Pero partirá del presupuesto de la soledad. Dirá, por ejemplo: “La soledad es el fondo último de la condición humana. El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro”. Sin embargo, en la soledad no somos “sino vértigo y vacío, / muecas en el espejo, horror y vómito”; de ahí que sea necesario buscar al otro para encontrar la armonía
Sólo así se entiende el extenso poema “Piedra de sol” que es la búsqueda del otro (de la amada) para poder ser, ser de manera plena. Por eso dice: “salir de mí, buscarme entre los otros, / los otros que no son si yo no existo, / los otros que me dan plena existencia”.
El amor y la poesía, dos formas de alcanzar una vida más verdadera, más plena, y que sólo puede ser interrumpida por la aparición de la muerte, pero ese –la aparición de la muerte- ya es otro tema.

*Publicado originalmente en: "Casa Tomada" Huancayo, octubre de 2008.

EL POEMA XV Y EL AMOR CORTÉS (Emilio Santibáñez López)*


Poema XV
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza :
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Como convención literaria el amor cortés surge en el sur de Francia durante la Edad Media y de ahí se extiende por Europa. Quizás el caso más conocido que haya llegado hasta nosotros sea el amor puro y noble que mantuvo don Quijote de la Mancha hacia Dulcinea del Toboso.
El ejemplo no podría ser más claro: don Quijote jamás mantiene algún tipo de contacto con Dulcinea, de hecho, Aldonza Lorenzo -la labriega rebautizada como ‘Dulcinea del Toboso’- es apenas un recuerdo vago en la confundida mente del héroe manchego. A partir de ese recuerdo vago don Quijote se construirá la imagen de una mujer tan perfecta que valdría la pena dejar la vida en el campo de batalla por ella.
Todos recordaremos ese hermoso pasaje, ya casi al final del libro, en que nuestro héroe pierde el duelo con el “Caballero de la Blanca Luna” y tiene que elegir entre aceptar que Dulcinea del Toboso no es la mujer más hermosa del mundo o morir a manos del caballero vencedor. Tirado en el suelo y con la lanza enemiga blandiéndose sobre su cuello, don Quijote dice con una entereza conmovedora: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra”.
Sin duda, don Quijote no tenía otra opción más que aceptar la muerte antes que decir que Dulcinea no es la mujer más hermosa del mundo, pues Dulcinea es una fantasía creada por él mismo, fantasía que fue posible gracias a la ausencia de Aldonza Lorenzo. Por definición, el amor cortés no puede llegar a concretarse, es indispensable la distancia, la ausencia.
Es el mismo mecanismo que pone en acción el yo poético en el “Poema XV”: necesita del silencio de la amada para poder idealizarla a su propia medida, esta es la razón por la que dice: “emerges de las cosas, llena del alma mía”, porque ante el silencio de la amada el poeta proyecta sobre ella su propia alma, ya que ella parece no tenerla: “Distante y dolorosa como si hubieras muerto”, el silencio de la amada es tal que llega a parecer un silencio de muerte, entonces: “una palabra” o “una sonrisa bastan”, apenas lo suficiente para confirmar que la amada no está muerta, para que el poeta tenga la seguridad de que se trata de un ser vivo, existente, y poder así continuar con su juego de idealización.
“La Mujer no existe”, nos dice el psicoanalista francés Jacques Lacan. Nos quiere decir con esto que “la Mujer” perfecta, capaz de completar al varón de manera armoniosa no existe, por esta razón apareció el amor cortés, una forma de postergar siempre el encuentro con la amada para que éste nunca se produzca y el trovador viva con la esperanza de su idealización. Este es el tópico del que parte el yo poético del “Poema XV”; pidiéndole a la amada, tácitamente, que guarde silencio y lo deje soñar con Dulcineas del Toboso.

*Publicado originalmente en: "Casa Tomada". Huancayo, octubre de 2008.

LA AGONÍA DE DIOS (Ricardina Arteaga Cabrera)*

Espergesia
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

“¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: ‘¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!?’”. Con estas palabras se da inicio al famoso pasaje de “La gaya ciencia” en que el filósofo alemán Frederich Nietzsche anuncia que “Dios ha muerto”. Era el año 1882, y faltaban todavía diez para que nazca, en Santiago de Chuco, el gran poeta peruano César Vallejo.
Varios años después, cuando en 1919 Vallejo publicó “Los heraldos negros”, la crítica no tardó en reconocer en él la influencia de Nietzsche. Había en ese libro de versos chirriantes -que marcaban distancia del modernismo- una desesperanza y un sentimiento trágico que le crearía al poeta una imagen de poeta sufriente, de hombre torturado por dolores más metafísicos que reales.
Quizás porque en “Los heraldos negros” Vallejo todavía no da rienda suelta a su más revolucionario lenguaje, éste sea el libro más conocido de nuestro poeta mayor, y el poema que da título al libro, su texto más celebrado. Dentro de este conjunto, destaca también el poema que cierra el libro: “Espergesia”, y su famoso verso: “yo nací un día que Dios estuvo enfermo”.
Contrariamente a lo que había dicho Nietzsche, Vallejo no afirma que Dios haya muerto, sino que estuvo enfermo. Imagen que es más angustiante todavía. Nietzsche anunciaba la muerte de la cosmovisión divina del mundo como totalidad -y la fe en el lenguaje como su sustento- para dar lugar al surgimiento de la razón como principio ordenador. Vallejo, en cambio, plantea una pura negación: al enfermarse, Dios muestra su lado débil, falible, y el hombre -creado a su imagen y semejanza- sin la seguridad que le daba la fe en la totalidad infalible, queda sumido en la nada, en el vacío: “Hay un vacío / en mi aire metafísico / que nadie ha de palpar”.
Poema bastante sombrío pero que destila hondísima humanidad, a pesar de su desesperanza, de esa falta total de fe en todo y de su pesimismo, pesimismo que nos recuerda la culpa que impregna todo el poema, una culpa ajena al yo poético, condenado desde su nacimiento: “Todos saben que vivo, / que soy malo; y no saben / del diciembre de ese enero. Pues yo nací un día / que Dios estuvo enfermo”
Adelantado a su tiempo, Vallejo fue un incomprendido toda su vida, bien podría haber hecho suyas aquellas palabras que pronunciara el personaje de Nietzsche que anunciaba la muerte de Dios: “Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos”.

* Publicado originalmente en: "Casa Tomada". Huancayo, octubre de 2008.

BAUDELAIRE, POETA DE PARAÍSOS ARTIFICIALES (Simón Vovito Toparpa)*

EMBRIÁGUENSE
Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca


Nunca será suficientemente reconocido el genio de Charles Baudelaire, padre de la lírica moderna y uno de los pilares sobre los que se sostiene la poesía tal como la entendemos hoy. “El mejor ejemplo de poesía moderna en cualquier idioma” dijo de él el poeta inglés T. S. Eliot.
Ante el avance imparable de la modernidad burguesa, con su espíritu consumista, su tecnología, su falsa seguridad y fe en el futuro, Baudelaire se convertirá en el poeta maldito, en el renegado antisocial que no temerá manifestar su asco ante esa realidad.
Así deambulará por las calles parisinas el más conspicuo representante de la raza de Caín, autor de “El vampiro” y las “Letanías de Satán”; poeta bohemio y proscrito.
Siguiendo los pasos de otro genio, E.A. Poe, Baudelaire terminará de separar la lírica del corazón, que hasta entonces había imperado en la poesía romántica: “the intoxication of the heart”; decía Poe; “la capacidad de sentir del corazón no conviene a las tareas poéticas”, dirá Baudelaire. Por eso opondrá al ‘corazón’, la ‘fantasía’, una fantasía creadora capaz de transformar la realidad y trascenderla. En una frase escrita en 1859, pero de increíble actualidad –no sólo para la literatura, piénsese en la pintura: en 1859 Picasso ni siquiera había nacido- dice: “la fantasía descompone toda la creación; y con los materiales recogidos y dispuestos según leyes cuyo origen sólo puede encontrarse en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo”.
Junto con la fantasía, Baudelaire propondrá al ‘sueño’, pero no al sueño idealizado del burgués, sino un sueño deformador, transformador de la realidad que lleve la creación poética hacia lo satánico, lo tenebroso, lo miserable; es decir, hacia todo lo que el burgués se niega a ver. En ese intento de buscar esa magia creadora del sueño, Baudelaire encontrará en las drogas y los estupefacientes un atajo ideal para conseguir los mismos resultados.
Es por esta razón que nos dice que hay que estar siempre ebrios para no ser esclavos del Tiempo, del tiempo burgués cabría agregar. La ebriedad entendida como la negación de una realidad conformista y autocomplaciente; estar ebrios nos permitiría evadirnos de esa realidad superficial y esquemática.
Frente a la conocida fábula de Esopo, aquella de “La hormiga y la cigarra”, Baudelaire parece optar por el ocio de la cigarra, pero no se trata de un ocio pasivo, sino más bien de un ocio creador. De un ocio que nos permita la reflexión profunda y el crecimiento espiritual que niegan la realidad burguesa. Esta embriaguez, además, nos permitiría un acercamiento más hondo con la naturaleza y el mundo que nos rodea, acercamiento que habríamos perdido con toda la tecnología moderna, de ahí que escriba: “el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj” nos dirán “¡Es hora de embriagarse!”.
El escritor Jean Cocteau, dijo alguna vez sobre Baudelaire: “Detrás de sus muecas, dirige lentamente su mirada hacia nosotros como la luz de las estrellas”.

Publicado originalmente en: "Casa Tomada". Huancayo, octubre de 2008.

¿POR QUÉ LLORAN LOS HOMBRES? (Ricardina Arteaga Cabrera)

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la ‘dicrología’ es la rama de la medicina encargada de estudiar la secreción lacrimal (podría decirse, el llanto), con este fin la divide en tres tipos: basales, reflejas y emocionales; la dos primeras tienen que ver con procesos físicos relativamente fáciles de explicar, la tercera es más compleja. De hecho, hay quienes, como el profesor Tom Lutz –autor de “El llanto.Historia cultural de las lágrimas”- cuestionan la pertinencia de la medicina para estudiar este tipo de lágrimas: ''la comprensión de las lágrimas no proviene de las ciencias médica y sicológica, sino de innumerables representaciones poéticas, narrativas, dramáticas y cinematográficas de la proclividad humana al llanto", nos dice en su libro.
Como toda manifestación humana, el llanto también tiene una historia, es decir, los motivos que nos llevan al llanto han sufrido cambios a lo largo del tiempo, cambios que implican influencias de la cultura en el que se producen. Desarrollo este punto en una tesis mucho más extensa, por lo que ahora sólo quiero mostrar dos tipos de llanto en dos interesantes novelas, a modo de ejemplo (quisiera advertir que me ocupo únicamente del llanto masculino, el femenino merece un estudio aparte).
El primero de ellos es el de Raskólnikov ante Sonia, al final de “Crimen y castigo” de Fedor Dostoievsky, el narrador nos dice: “Cómo fue aquello ni ellos mismos lo sabían; pero de pronto algo pareció cogerlo a él y echarlo a los pies de ella. Lloraba y abrazaba sus rodillas… Quisieron hablar, pero no les fue posible. Lágrimas había en sus ojos. Ambos estaban pálidos y flacos; pero en aquellos rostros enfermizos y pálidos refulgía ya la aurora de un renovado porvenir, de una plena resurrección a una nueva vida”.
Este llanto de Raskólnikov es la culminación de todas sus peripecias, el término de sus torturas metafísicas, llora porque al fin lo comprende todo, porque comprende que ama a Sonia con todas sus fuerzas y porque a los dos, pese a todo “los resucitaba el amor, el corazón del uno encerraba infinitas fuentes de vida para el corazón del otro”. A Raskólnikov le quedan todavía siente años de prisión en Siberia, pero el amor le hace decir a Sonia: “¡Siete años, sólo siete años!”.
La novela termina, pues, con la típica luz al final del túnel, y la esperanza para la joven pareja, que no será gratuita, claro está, les costará muchos sufrimientos a ambos, pero el camino se les hará más llevadero por el amor y la esperanza. Al fin y al cabo, es posible aspirar a algo mejor, es posible para Raskólnikov redimirse de sus culpas y vivir ‘feliz’.
El otro tipo de llanto sobre el que quisiera llamar la atención es también un llanto producto de una epifanía, y es el de José en “El evangelio según Jesucristo” de José Saramago: al no poder salvarle la vida a un muchacho, José cae de rodillas y estalla en llanto, el narrador nos dice: “se le soltaron de una vez todas las lágrimas que desde hacía trece años venía acumulando, a la espera del día en que pudiera perdonarse a sí mismo o tuviera que enfrentarse con su definitiva condena. Dios no perdona los pecados que manda cometer”. Más adelante agrega: “José estaba llorando sus últimas lágrimas naturales, las del dolor de la vida”.
Estas lágrimas de José no son de esperanza, son más bien de una desgarradora desesperanza por una culpa que no es suya, una culpa que le fue impuesta por Dios y que José nunca pudo rechazar; a diferencia de Raskólnikov, a él la culpa no le viene por algo que haya hecho de manera conciente y libre, la culpa es algo que le ha sido impuesta de manera arbitraria. Y por eso no podrá redimirse nunca, para él no hay esperanza.
Demás está subrayar el brutal contraste entre estos dos llantos. Tal vez cabría apenas mencionar que el de Raskólnikov es todavía un llanto moderno, de fe en la humanidad y en sus posibilidades de salvación por medio de la voluntad y la razón. El de José en cambio, es un llanto que podríamos llamar posmoderno, el llanto de una humanidad que ha perdido la fe en el futuro y no sabe a dónde va, ni mucho menos por qué va.

sábado, 27 de septiembre de 2008

HEREJÍAS ARTÍSTICAS (José "El embustero" Oregón Tapia)*

Allá por el año 1862, el poeta francés Stephane Mallarmé publicaba un texto titulado “Herejías artísticas”, una diatriba contra la vulgarización de la literatura. En su texto, el vate sostenía que las letras debían ser exclusividad de un selecto grupo de personas, una especie de aristocracia espiritual que tenía como primera obligación estar alejado de las masas que lo vulgarizaban todo. Mallarmé se oponía, incluso, a la enseñanza de literatura en los colegios.
Hoy, a casi siglo y medio de ese escrito, muy difícilmente se encontrará a alguien que suscriba las palabras del oscuro Mallarmé, el tiempo no le dio la razón. De hecho, la misma existencia de suplementos culturales como éste lo contradice cada sábado difundiendo cultura a todos los estratos de nuestra sociedad.
Varios años después de Mallarmé, el más conocido de nuestros poetas escribía: “Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él”. Verso tantas veces citado y tan mal comprendido, tan maltratado y sacado de contexto que se ha convertido en un lugar común, retórico y vacío. Personalmente, discrepo con aquellos que toman este verso como una máxima de validez universal, ignorando que este verso es parte de un extenso poema titulado “Himno a los voluntarios de la República” y que este poema -a su vez- es parte de un todo orgánico, el poemario póstumo “España, aparta de mí este cáliz”.
Este verso ha servido a muchos, durante mucho tiempo, para justificar todo tipo de barbaridades. Tal vez la más reciente sea la publicación de supuestos “poemas” en muchos suplementos culturales que francamente lo dejan a uno “encebollado y turbio” (para seguir vallejianos). Al parecer, muchos se han tomado muy a pecho aquello de “poesía no dice nada: / poesía se está, callada, / escuchando su propia voz” porque francamente sus poemas no dicen nada, absolutamente nada. Pero lo que en Martín Adán era el final de su “Travesía de extramares”, en nuestros pretendidos bardos se vuelve el inicio de una antología que podría titularse “Tonterías de estos lares”.
No niego el derecho que cada uno tiene de escribir poesía y publicarla, pero considero que lo que debe primar es el respeto al lector y a la poesía misma. No escribo este texto con la misma indignación de Mallarmé, ni quiero compararme con alguien tan grande como él. Pero tengo bastante claro que no soy poeta y por eso, y por respeto a los lectores, no publicaría una declaración amorosa en alguna sección de creación literaria. En todo caso -y hago extensivo este consejo a muchos de nuestros “poetas”- si realmente quieren empalagar a alguien pues hay más de una radio romántica que estará gustosa de transmitir sus recaditos o saluditos al aire, sean estos en versos o en prosa.
Creo que la responsabilidad no es sólo de los espontáneos seguidores de esa máxima atribuida a Platón que dice que “al contacto con el amor todos se vuelven poetas”, sino también de los promotores culturales, que deberían ser más exigentes con lo que publican, hace tiempo que pedimos -a gritos- un control de calidad más estricto, pues el bajo nivel no sólo se manifiesta en algunos “poemas”, también en uno que otro artículo lleno de inexactitudes y escrito sin ninguna rigurosidad. Tal es el caso del artículo “La poesía como orientación hacia su propia verdad” (SIC). Considero que el señor Víctor Van Amadeus, autor del artículo, es uno de los pocos (poquísimos) poetas que merecen ese título, pero ser poeta no es suficiente para escribir un artículo que resulta bastante confuso y fallido.
Quise comenzar este breve texto recordando a Mallarmé, en primer lugar porque en estos tiempos en que todos son “poetas” creí conveniente recordar a un gigante de versos tan exquisitos y cargados de sentido, fruto de un intenso trabajo intelectual que no sacrifica la sensibilidad artística. Y en segundo lugar porque quise marcar diferencias con este genio: yo no creo que la literatura deba ser privilegio de una aristocracia espiritual, pero sí considero que publicar es una responsabilidad que debe asumirse de manera más seria.

*Publicado originalmente en: Suplemento Cultural "Solo 4". Huancayo, 27 de setiembre de 2008.

lunes, 22 de septiembre de 2008

EL ARTE, LA GLOBALIZACIÓN Y UNA ENCRUCIJADA (José Oregón Tapia)*

Si a la proliferación de pandillas que tomaron las calles al son de la tinya los pasados días le sumamos el hecho de que un canal de señal abierta transmita, en horario estelar, una miniserie cuyos protagonistas son danzqs, podríamos creer que nuestra identidad andina goza de buena salud y que el tan ansiado Perú “de todas las sangres” está a punto de ser una realidad. En mi opinión, para llegar a eso, antes debemos atravesar una encrucijada que nos exige una inmediata decisión.
Si nos ponemos a analizar lo que hay detrás de estos dos hechos que acabo de mencionar, nos encontramos con que, de lo que se trata, es de una reproducción casi mecánica de un rito vaciado de contenido, en un caso, y de una “domesticación” de la danza de las tijeras para un escenario globalizado con el objetivo de que no sea políticamente incorrecto.
¿Domesticación? Según el teórico esloveno Slavoj Žižek, “el multiculturalismo liberal tolera al otro en la medida en que no es el otro ‘real’, sino el otro aséptico de la sabiduría ecológica premoderna, de los ritos fascinantes, pero en la medida en que aparece el otro ‘real’, la tolerancia se detiene”. Es decir, en la era de “la fantasía fundamental del capital”, se tolera todo, menos lo que cuestione el marco general del orden existente: el orden capitalista. Frente a esto ¿qué podemos hacer nosotros? ¿tolerarlo absolutamente todo? ¿incluso lo que atente contra nuestras creencias occidentales básicas como el derecho de las mujeres a ser danzaq? ¿y qué hay del espectáculo de un cóndor comiéndose a un toro vivo?.
Para Žižek, la solución a este problema es adoptar una posición deliberante, pues es la única forma de ser realmente universales. Intentar adoptar una posición tolerante, supuestamente neutral, es aceptar el orden de cosas existente. Recordemos lo que nos dice Víctor Vich en su artículo “Las políticas culturales en debate”, para el crítico del IEP, la interculturalidad en el Perú debe partir del reconocimiento de tres puntos importantes: la dominación histórica de una cultura sobre las otras, la autoproclamación de un lugar de enunciación como epistemológicamente superior y la imposición de una economía de mercado como el único sistema posible. Se deduce pues, que la pretendida ‘neutralidad’ no existe en estas condiciones.
En otras palabras, y volviendo a lo que decía al inicio, los artistas que nos dedicamos a la difusión cultural nos encontramos ante una encrucijada: ¿debemos aplaudir el que los danzaq sean protagonistas de una miniserie en señal abierta, aún si esta miniserie los estereotipa y “domestica” para adecuarlos a un público globalizado (un público, blanco, europeo, diría Žižek), o debemos oponernos a estas reducciones y luchar porque se respete la tradición, la historia y todo lo de particular que tiene nuestro folclor? Y esta cuestión nos lleva a otra aún más importante: nosotros, los difusores de estas artes ¿debemos limitarnos a transmitir el aspecto técnico, coreográfico, “aséptico” de estas danzas, haciéndolas políticamente correctas? ¿es este nuestro futuro en un mundo globalizado o debemos ser fieles a nuestra tradición y mantenernos conservadores, luchando por transmitir todo lo que implican, aún si fuera políticamente incorrecto? ¿se trata de una lucha perdida de antemano?
No faltará quien proponga un punto medio, neutral, tolerante, universal, pero ya lo dijo Žižek: “los verdaderos universalistas no son quienes predican la tolerancia global de las diferencias y una unidad omnímoda, sino quienes participan en una lucha apasionada por la afirmación de la verdad”. No pretendo dar respuestas, sino plantear un debate que nos lleve a ellas.

*Publicado originalmente en: Suplemento Cultural "Solo 4". Huancayo, 9 de agosto de 2008.

MACHADO, BUEN AMIGO (José Oregón Tapia)*

El 22 de febrero de 1939, nos dejaba el poeta español Antonio Machado, el hombre que hizo del camino el símbolo central de su poesía.
A caballo entre el modernismo y la generación del 98 (lo que se refleja claramente en “Soledades, Galerías, Otros poemas” y “Campos de Castilla”, respectivamente) la poesía de Machado se caracteriza por la marcada influencia del simbolismo. El crítico español Emilio Orozco escribió de él “después de la poesía de san Juan de la Cruz ningún otro lírico ha logrado en nuestra lengua ese encuentro de la expresión clara y cálida con un sentido alegórico y simbólico”.
Recordemos que el simbolismo rechaza el arte por el arte, tiene una posición trascendentalista, considera que la poesía no es sólo emoción, en sus imágenes va implícita una metafísica, un elemento que debe llevar a otra cosa. De ahí que la admiración que Machado sintiera por Rubén Darío, no impidió que discrepara con él en algunos aspectos. Machado, en clara influencia simbolista, nos dice que mirando hacia dentro, el hombre podría “vislumbrar los universales del sentimiento”.
De ahí que en “Soledades” (1903) Machado busque arquetipos, imágenes primordiales que le den unidad a su libro. El camino, será el primer gran símbolo que encuentre el poeta: “Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas / doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas!.../ ¿Adónde el camino irá?”. Otro símbolo importante será el paisaje, que en Machado es un estado de animo: “Fue una clara tarde, triste y soñolienta / tarde de verano. La hiedra asomaba / al muro del parque, negra y polvorienta…” La crítica ha señalado que “Soledades” es un poemario que puede leerse en desorden, basta con encontrar los arquetipos, los símbolos, ya que cada uno de estos símbolos remite a otro, en clara alusión al funcionamiento de nuestra conciencia.
Esta poesía como un reflejo de la conciencia dejará de ser la poética de Machado en su siguiente libro “Campos de Castilla” (1912), más cercano a la estética de la llamada “generación del 98” (especie de ‘indigenismo’ español), en este libro el poeta buscará un modo de operar sobre el mundo, recogerá lo esencial humano para él y para España: “y pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas”. La elaboración de una geografía sentimental de Castilla y, más específicamente, la de Soria, será la tarea que emprenda el poeta en este libro. Como lo ha indicado la crítica, para Machado el centro de España era Castilla, y el de Castilla, Soria. De ahí que reflexionar sorbe Soria, sea reflexionar sobre España. Convendría insistir para leer este poemario: el paisaje en Machado es un estado de ánimo.
Finalmente, debemos mencionar, brevemente, los poetas apócrifos que creó Machado: “Abelardo Martín” y “Juan de Mairena”, a través de los cuales destruye los fundamentos metafísicos de la filosofía y la hace poesía. El discurso filosófico se vuelve discurso retórico: “No sabía / si era un limón amarillo / lo que tu mano tenía, / o el hilo de un claro día”. Nos dice en interesante reflexión acerca la naturaleza del tiempo.
Llegué a la poesía de Antonio Machado gracias a la temprana afición a la música de Joan Manuel Serrat que heredé de mi padre, y no quiero terminar este breve recuento de su obra sin citar los versos más conocidos del poeta (que falleció en Francia, a donde llegó huyendo de la Guerra Civil): “Murió el poeta lejos del hogar. / Le cubre el polvo de un país vecino. / Al alejarse le vieron llorar. / Caminante no hay camino, / se hace camino al andar…”.

*Publicado originalmente en: Suplemento Cultural "Solo 4". Huancayo, 23 de febrero de 2008

CARTA PARA APOLINARIO (José Oregón Tapia)*

Señores del suplemento cultural Mixtura:
Les escribo la presente carta con motivo de la reciente aparición de la antología “Literatura de Junín. Siglo XX” del profesor Apolinario Mayta Inga. Me gustaría que mi carta fuese publicada porque considero que las observaciones que intento hacer a partir de dicha antología podrían aplicarse también a muchas otras publicadas o por publicar:

Desde que me enteré de la inminente aparición de una nueva y ambiciosa antología de la literatura de Junín, realizada por el reconocido profesor don Apolinario Mayta Inga, esperaba con mucha expectativa el libro, sin embargo, cuando al fin lo tuve en mis manos, la sorpresa fue un tanto desagradable.
No cabe duda de que una antología como “Literatura de Junín. Siglo XX” hay que agradecerla, y más si el antologador es el profesor Apolinario Mayta . Nadie discute el aporte de este libro a la difusión de nuestra literatura, ni el arduo trabajo que debe haber significado para el profesor Mayta seleccionar a los 154 autores que incluye en su libro. Sin embargo, creo pertinente hacer algunas críticas de tipo formal al libro, en miras a una segunda edición del mismo.
Aunque en la contratapa del libro, el poeta y literato lambayecano César Toro Montalvo sostiene (en un malabarismo lingüístico que haría sonrojar a Cantinflas) que con “modestia y humildad” y “modestia aparte” Apolinario Mayta se declara un “apasionado lector de los creadores de su departamento” por lo que no es ni un historiador literario, ni un crítico especializado. Esto no justifica la falta de rigurosidad formal del libro, que, desde mi punto de vista, le resta mucho valor.
Para empezar, el profesor Mayta apenas incluye un “Semáforo de 7 luces o advertencia…” en el que antes que presentar un panorama del periodo antologado o exponer los criterios sobre los que se basó para hacer su antología, se dedica a curarse en salud, sosteniendo que: “Toda Antología (sic) es una selección. Es decir, una exclusión” (Como ya dije, mis críticas son simplemente de carácter formal, aunque debo decir que discrepo con el profesor Mayta cuando dice que en su antología “están los que debieran estar”).
El profesor Mayta cita al doctor Ricardo González Vigil pero parece no haber revisado su monumental “Antología del cuento peruano” en varios tomos, en cada uno de los cuales el doctor González Vigil incluye extensos prólogos en los que contextualiza la época antologada y explica los criterios de su selección.
Y, ya que hablamos de citas, debemos hacer notar que el profesor Mayta jamás indica la referencia de las citas que incluye en su texto, y a veces da la impresión de citar autores totalmente fuera de contexto. Es el caso de las citas que incluye en el acápite que él denomina “Generación del 99”. Entre otros, cita a los doctores Luis Jaime Cisneros y –otra vez- González Vigil, para esbozar una definición de generación escandalosamente simplista. Que ni siquiera explica por qué eligió el año de 1999 como representativo de la generación de escritores que agrupa bajo ese rótulo.
Pero el descuido mayor de esta antología es que el profesor Mayta no señala la fuente de la que extrae los distintos cuentos, poemas o fragmentos que incluye en su libro. Se limita a escribir una informal nota informativa y encomiástica (a veces chauvinista) de cada uno de los autores para luego incluir los títulos publicados por cada autor, la bibliografía en la que se basa y luego un fragmento de alguna obra sin ninguna referencia al libro del que proviene, ni por qué razón incluye ese texto y no otro.
Por cuestiones de espacio, estos son sólo algunos de los descuidos que he podido encontrar en una primera revisión del libro. Espero que el profesor Mayta pueda acoger algunas de estas sugerencias en una segunda edición de su libro. Para que esta antología sirva no sólo al gran público, sino también a los estudiosos más exigentes que quieran conocer lo que se está escribiendo en esta parte del Perú.

*Publicada originalmente en: Suplemento Cultural "Mixtura". Huancayo, 29 de diciembre de 2007.

viernes, 27 de junio de 2008

EL ORGULLO DE SER DIFERENE (Rodrigo Arauco Segoviano)

Hay quienes quieren creer que fue en el preciso instante en que los concurrentes se encontraban coreando la canción más popular de Judy Garland: “somewhere over the rainbow skies are blue, and the dreams that you dare to dream really do come true…” cuando ingresó la policía.
Lo que cuenta la historia –que en varios puntos se confunde con la leyenda- es que durante la madrugada del 28 de junio de 1969, un grupo de policías neoyorquinos irrumpió en el concurrido bar “Stonewall Inn” de Nueva York, en el que un numeroso grupo de homosexuales se encontraba reunido recordando a la cantante y actriz Judy Garland, ícono de la comunidad gay estadounidense, fallecida unos días antes.
Este tipo de intervenciones eran comunes en los Estados Unidos de los años sesentas, los homosexuales –y otros grupos minoritarios- eran continuamente hostigados y vejados por las fuerzas del orden; sufrían impotentes las humillaciones y maltratos hasta esa madrugada, en que decidieron cambiar las cosas.
Los periódicos que informaron del hecho, atribuyeron a la reciente muerte de Garland la inspiración y el coraje con el que ese grupo de homosexuales –al que se fueron sumando otros- decidió luchar por sus derechos enfrentándose a la policía durante tres días que pasarían a la historia.
El saldo de ese enfrentamiento: un número indeterminado de heridos y detenidos (hay quienes dicen que hubo muertos, las versiones son contradictorias), el nacimiento de la lucha por los derechos civiles de los homosexuales en Estados Unidos y, algunos años después, en 1985, la institución del 28 de junio como el día del “Gay pride” u “Orgullo gay”.
Hoy, a una semana de haberse recordado los sucesos de “Stonewall Inn” y luego de que la Corte Suprema de California declarara inconstitucional la ley que impedía que dos personas del mismo sexo contrajeran matrimonio, la comunidad gay tiene más de un motivo para festejar. Sin embargo, el tema ha puesto sobre el tapete, una vez más, la intolerancia de ciertos grupos que creen ser dueños de La Verdad en pleno siglo XXI. Sorprende la actitud de estos grupos que parecen vivir de espaldas a la realidad y a los avances del pensamiento occidental en relación a esa supuesta “Verdad”. Hagamos memoria.
Así habló Nietzsche
Según la Dra. Esther Díaz, con el filósofo alemán Frederich Nietzsche cristalizó un proyecto filosófico que había estado presente en la obra de filósofos tan antiguos como Heráclito, los sofistas o los cínicos: la teorización de la diferencia.
Recordemos que, en la antigüedad, la filosofía que terminó imponiéndose en occidente fue la esencialista, es decir, la filosofía que planteaba la existencia de una esencia de las cosas, una esencia que acababa eliminando las diferencias. Para Platón, por ejemplo, las diferencias visibles de los objetos sensibles serían sólo “desviaciones” de un arquetipo original y perfecto que residiría en el “mundo de las ideas”, así, no importarían las diferencias existentes entre, por dar un ejemplo, la enorme variedad de especies que agrupamos bajo la denominación “perro” porque todas serían copias, con algunas variaciones, de un “perro ideal” que residiría en el “mundo de las ideas”, que es la auténtica realidad.
Habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX, para que Nietzsche acabe con la hegemonía esencialista. De ahí que la filósofa Marcela Zerpa considere que la imagen que mejor define la labor de Nietzsche sea la del “filósofo del martillo” ya que, según ella, Nietzsche la emprende “a martillazos” contra la tradición metafísica, contra todo intento de establecer certezas o dogmas y, sobretodo, contra esa quimera que llamamos “La Verdad”.
Para Nietzsche, algo es “verdadero” porque creemos en ello y no al revés, porque “La Verdad” es una invención de los hombres ante el caos y la falta absoluta de sentido que, a no ser por esta invención, nos llevaría a un abismo de angustia. Así, los hombres nos habríamos creado un mundo a nuestra medida, un “mundo verdadero”, armónico, exento de contradicciones, cognoscible y regido por leyes lógicas que podríamos entender usando sólo la razón; todo esto, sin embargo, es una ilusión, pues “La Verdad”, entendida como algo trascendente y anterior al lenguaje, no existe: “La Verdad” es una invención validada socialmente, impuesta desde el poder, producto de ese “ejército de metáforas” que es el lenguaje. Así, no hay nada parecido a un “perro ideal”, sino que somos nosotros los que creamos la esencia de algo llamado “perro” al designar, con esta palabra, un grupo arbitrario de animales; esta idea será llevada al extremo por Jorge Luis Borges en su conocido cuento “Funes el memorioso”: “No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico ‘perro’ abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”.
Tras las huellas de Nietzsche
Con “La Verdad” acribillada a martillazos, Nietzsche abrió el camino por el que circularía buena parte del pensamiento del siglo XX, uno a uno, los dogmas y las certezas irían mostrando su precariedad, su arbitrariedad, su dependencia de ese “ejército de metáforas” que es el lenguaje.
En un mundo intrascendente y sin sentido esencial, pensadores como el francés Michael Foucault mostrarán los mecanismos por los que, lo que nosotros creemos verdades de sentido común, son, en realidad, creencias impuestas por lo que él llama “discursos”: sistemas codificados y normativos de enunciación, creados para que las personas los incorporen, repitan y se anulen a sí mismas como productoras de alternativas. Resulta interesante, por ejemplo, la manera en que Foucault pone en evidencia la manera en la que el “sexo”, tal como lo entendemos ahora, fue creado por “prácticas discursivas” (médicos, moralistas, psicólogos, la iglesia, etc.) durante el siglo XIX. Entre otras cosas, Foucault plantea en su “Historia de la sexualidad” que si bien el homosexualismo había sido estigmatizado mucho antes del siglo XIX, fue recién en ese siglo cuando se dejó de hablar de “prácticas homosexuales” para hablar de “identidades homosexuales”; en otras palabras, los griegos no eran homosexuales, sino que eran hombres –o mujeres- que tenían prácticas homosexuales; pero para el siglo XIX las personas que tenían prácticas homosexuales ya no eran hombres o mujeres, eran homosexuales; en este siglo nace el homosexualismo como una nueva especie. Otorgándole al sexo la esencia de la identidad del individuo.
Siguiendo los pasos de Foucault, la filósofa Judith Butler, en su libro “Cuerpos que importan”, nos dice: “En contra de quienes han sostenido que el sexo es una sencilla cuestión de anatomía, Lacan argumentaba que el sexo es una posición simbólica que uno adopta bajo la amenaza de castigo, es decir, una posición que uno está obligado a asumir, pues se trata de imposiciones que operan en la estructura misma del lenguaje y, por consiguiente, en las relaciones constitutivas de la vida cultural”. Butler desarrollará esta idea y hablará del “sexo” no como algo dado, sino como algo que se construye a través de la “performatividad”: “El ‘sexo’ siempre se produce como una reiteración de normas hegemónicas. La performatividad discursiva parece producir lo que nombra, hacer realidad su propio referente, nombrar y hacer, nombrar y producir”. La “performatividad”, de la que habla Butler se produce ya en el mismo nacimiento: es obvio que los juguetes, la ropa, el color de las paredes y hasta la forma de hablarle al recién nacido dependerán de si es que se trata de un niño o de una niña; este tipo de actos se repetirán a lo largo de la vida del individuo (el cabello corto o largo, falda o pantalón, etc.) “produciendo” la heterosexualidad, de ahí que Butler sostenga: “la heterosexualidad hegemónica misma es un esfuerzo constante y repetido de imitar sus propias idealizaciones. El hecho de que deba repetir esta imitación, que establezca qué prácticas son patológicas y que normalice las ciencias para poder producir y consagrar su propia pretensión de originalidad y propiedad, sugiere que la performatividad heterosexual está acosada por una ansiedad que nunca puede superar plenamente”. Esta ansiedad, se debe a la falta de algo parecido a una “esencia” heterosexual.
Lo mejor de este país
En una sociedad como la nuestra (en mi caso por adopción, soy mexicano), en que la discriminación, la intolerancia, la desigualdad y el racismo son parte de nuestra rutina diaria, debemos no sólo respetar el derecho del “otro”, sino solidarizarnos con su lucha. Sólo con una adecuada integración del “otro” y el respeto de sus derechos tendremos una mejor sociedad, inclusiva y más justa, y ya no sonarán tan urgentes las palabras del subcomandante Marcos: “Las casas de los de arriba serán nuestras, tendremos trabajo digno y salario justo; hospitales con medicinas y contarán con doctores. Habrá educación para todos, laica y gratuita… trabajadores y trabajadoras sexuales, homosexuales, lesbianas, transgéneros, niños de la calle, comerciantes informales y de mercado, pueblos indios, campesinos sin tierra o en proceso de perderla, obreros, estudiantes, maestros y ancianos. Los feos, los apestosos. Estamos lo mejor de este país y esto es lo que vamos a hacer, compañeros”.

sábado, 31 de mayo de 2008

PARA QUE NO ME OLVIDES (Rodrigo Arauco Segoviano)


Para entender mejor la historia de Antígona, deberíamos comenzar por recordar a Layo, desgraciado rey de Tebas que, temeroso de los negros vaticinios que pesaban sobre su hijo recién nacido decide deshacerse de él, sin saber que lo único que conseguirá con esto es que, muchos años después, el joven arrogante con el que discute en un cruce de caminos, no sepa que el anciano que acaba de matar es su padre. Visto en perspectiva el terrible sino de los Labdácidas, estirpe de Layo, tal vez sea él quien llevó la mejor parte en esta trágica historia.
El joven asesino de su propio padre llegará a Tebas y, tras resolver el enigma de la Esfinge, obtendrá como recompensa el trono y contraerá matrimonio con la viuda del rey, Yocasta, cumpliendo así los oráculos que vaticinaban que Layo sería muerto a manos de su hijo y que éste luego se casaría con su propia madre. Fruto de esta aciaga unión, nacerán cuatro hijos: Eteocles, Polinice, Ismene y Antígona; con los que Edipo y Yocasta vivirán algunos años de felicidad en la ignorancia.
Será el vidente Tiresias el que llevará a Edipo a descubrir la verdad y este, en medio de su desesperación, se arrancará los ojos. Con Edipo ciego y Yocasta muerta (se suicida al enterarse de que se ha casado con su hijo), sus hijos varones deben ocupar el trono de Tebas. Sin saberlo, repetirán la misma historia de su padre y su abuelo que, pretendiendo huir de sus respectivos destinos, no hicieron más que dirigirse desesperadamente hacia él: alertados sobre las terribles consecuencias de ocupar el trono de Tebas y temerosos de la maldición que su padre les echara encima, deciden alternarse en el poder cada año. Pero hace falta ser muy fuerte para resistir las tentaciones del poder. Así el primero en ocupar el trono, Eteocles, le negará a su hermano el derecho al trono al cabo de un año.
Polinice, desterrado por su hermano, llegará hasta Argos, en donde contraerá matrimonio con Argiva, hija de Adrasto, rey de los argivos, que lo convencerá de regresar a Tebas a luchar por lo que es suyo, y con su ayuda, Polinice comandará un ejército que intentará invadir la ciudad de Tebas y quitarle el trono a su hermano.
Eteocles, enterado de la situación, ubicará en cada una de las siete puertas de la ciudad a sus mejeros generales, eligiéndolos de acuerdo a las cualidades de los generales enemigos. En la séptima puerta se pondrá él mismo, pues sabe que por esa puerta vendrá Polinice: “Yo iré contra él, príncipe contra príncipe, hermano contra hermano, enemigo contra enemigo”. Tal como lo había anunciado Edipo, los dos hermanos se darán mutua muerte.
Tras la dura pelea los generales de Eteocles saldrán victoriosos, obligando a los argivos a retirarse dejando el cuerpo de Polinice en el campo de batalla. Muertos los dos hermanos, el trono queda en manos de Creonte, hermano de Yocasta, su primer edicto será anunciar que Eteocles recibirá un rito funerario adecuado para quien murió defendiendo la patria, pero Polinice, no sólo no recibirá ningún rito sino que permanecerá sin enterrar, a merced de los perros y aves de rapiña, dado que ha muerto atentando contra su propia ciudad. Y anuncia que aquel que desobedezca este edicto será condenado a muerte.
Es aquí donde empieza el drama de Antígona, que no soportará la idea de dejar el cuerpo de su hermano a merced de su propia descomposición y decidirá desobedecer a Creonte y dará humildísima sepultura a su hermano, enterrándolo con sus propias manos. Cuando es descubierta por los soldados de Creonte, ella afrontará las consecuencias de su acto con valentía, al ser confrontada con su rey, lo enfrentará y no dará señas de arrepentimiento, al contrario, reinvindicará su acto ante el tirano. Creonte la condenará a ser sepultada viva en una caverna.
Cuando, advertido por Tiresias, Creonte de marcha atrás y, tras enterrar a Polinice, busque a Antígona para liberarla personalmente, será ya muy tarde, la maldición de los Labdácidas habrá caído también sobre él: en la caverna en la que había mandado encerrar a Antígona, la encuentra a ésta colgada con su propio lazo y a los pies del cadáver de la muchacha, Hemón, hijo de Creonte, llora desconsolado por la muerte de su amada. Al ver a su padre, Hemón tomará su espada e intentará matarlo, al fallar en su intento, se suicidará ante los ojos estupefactos de su padre, que lo contempla impotente. Al enterarse del suicidio de su hijo, Eurídice, esposa de Creonte, no soportará el dolor y seguirá sus pasos, suicidándose en palacio. Al final de la tragedia, Sófocles le hace decir a Creonte: “Se ha perdido todo lo que en mis manos tenía y, de otro lado, sobre mi cabeza se ha echado un sino difícil de soportar”.
La historia de Antígona ha inspirado ríos de tinta, según el crítico francés George Steiner, se trata de la pieza más representada y con más versiones de la historia (en el caso peruano contamos con la versión libre que hiciera el desaparecido poeta José Watanabe). Entre las interpretaciones de la obra, estas van de Hegel a Heidegger, Kierkegaard y el Seminario 7 del psicoanalista francés Jacques Lacan, titulado “La ética del psicoanálisis”.
Para el psicoanálisis lacaniano, la historia de Antígona representa el limbo de estar “entre dos muertes”: la física y la simbólica. En este sentido, tendría cierto parecido a “Hamlet” de Shakespeare, en ambas historias, los muertos no pueden descansar en paz por ritos funerarios impropios. En el caso de “Hamlet” el muerto regresa para pedirle a su hijo que salde una cuenta pendiente, sólo así el muerto podrá descansar.
Según el teórico esloveno Slavoj Zizek, a la pregunta de “¿por qué vuelven los muertos?”. La respuesta de Lacan es: “porque no están adecuadamente enterrados, es decir, porque en sus exequias hubo algo erróneo”. Esto se entiende mejor si recordamos la noción de “trabajo de duelo”, que empleara Sigmund Freud para referirse al proceso de transformación del objeto amado que hemos perdido y del que debemos despedirnos para siempre. En ausencia de tal proceso, la sombra del objeto se cierne sobre el “yo”, pudiéndolo arrastrar consigo. Es esto precisamente lo que le sucede a Antígona, ella necesita realizar este “trabajo de duelo”, que le permita darle a su hermano exequias adecuadas, cumpliendo con los ritos funerarios prescritos por los mismos dioses. Según Zizek: “el rito funerario le da al muerto su inscripción en la tradición simbólica, se le asegura que, a pesar de la muerte, ‘seguirá vivo’ en la memoria de la comunidad, implica una reconciliación, una aceptación de la pérdida”
Si los ritos funerarios no se cumplen, el muerto retorna (como en “Hamlet”) y el retorno del muerto significa que no puede encontrar un lugar propio en el texto de la tradición. Zizek considera que los dos grandes acontecimientos traumáticos del Holocausto y el Gulag son casos ejemplares del retorno de los muertos en el siglo XX.
Huelga decir que en el caso peruano, el gran acontecimiento traumático del que todavía no logramos liberarnos fue la terrible guerra interna que padecimos desde los años ochentas y que dejó al país una secuela de muerte y destrucción. En ese sentido, el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación fue un importantísimo paso que dimos como sociedad, dirigido a darles un entierro digno a los innumerables muertos que nos dejó la violencia terrorista. Pero esto no ha sido suficiente aún, todavía tenemos muertos que no descansan en paz, como las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos.
Es importante recordar que la violencia no se produjo únicamente por parte de los movimientos terroristas, si bien estos son los principales responsables, es necesario puntualizar que la violencia también se ejerció de parte del estado, y se hizo de manera institucionalizada, por lo que los responsables deben ser llevados ante la justicia. Por esta razón, debemos estar atentos al juicio del ex presidente, hoy que el procesado Fujimori pretender apelar a la lástima aduciendo enfermedades, no debemos olvidar que las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos, esperan todavía por un adecuado entierro.

No dejemos solos a sus familiares que, cual Antígonas contemporáneas, vienen luchando desde aquél lejano día en que vieron con espanto cómo las llaves encontradas junto a un montón de huesos calcinados abrían las cerraduras que dejaron sus hermanos, hijos, esposos. Vienen luchando desde ese día por justicia para sus muertos (que son nuestros muertos) y nosotros estamos obligados a luchar con ellos. De lo contrario “sus sombras continuarán persiguiéndonos como ‘muertos vivos’ hasta que les demos un entierro decente, hasta que integremos el trauma de su muerte en nuestra memoria histórica”. Sólo así, con los responsables tras las rejas, podremos decir, como la Antígona de Watanabe: “Recuerda mi nombre porque algún día todos dirán que fui la hermana que no le faltó al hermano”.

CORRIENDO DE MADRUGADA (Rodrigo Arauco Segoviano)


Creo que un día la vi, no estoy seguro. Era muy temprano, como las seis de la mañana, y hacía mucho frío. El bus que me traía de regreso a Huancayo salía del puente “Breña” y empezaba a ascender la empinada cumbre del “Caminito de Huancayo” cuando logré distinguir por la ventanilla una figura menuda que corría al lado del bus.
Hacía tanto frío que corría con la cabeza cubierta por una gruesa capucha, por lo que, por más que me esforcé, no pude verle el rostro. Por eso digo que creo, que quiero, haberla visto un día. En todo caso, no importa mucho si era ella. No importa porque así me la imagino, así me la he imaginado siempre: corriendo.
Me la imaginaba corriendo mientras yo escribía, hace algunos años, su breve biografía y la publicaba en un portal de Internet (fue lo primero que publiqué en mi vida), me la imaginaba corriendo con sus zapatillas de tela (que su mamá sacó de su propia tienda) cuando me faltaban las fuerzas o las ganas o las fuerzas y las ganas de seguir viviendo, de seguir escribiendo. Y me la imagino ahora, mientras escribo esto, como aquella madrugada, corriendo sola, cuesta arriba, a pesar del frío, del cansancio, de la falta de apoyo; queriéndose salvar, salvándose, de la mediocridad, del desánimo, la apatía, la adversidad.
Aunque ella no lo sepa, ella corre por mucho más que ella misma. Porque ella es ya un mito, un mito que, a decir de Rollo May, mantiene vivas nuestras almas con el fin de que nos aporten nuevos significados en un mundo difícil y a veces sin sentido.
Mientras ella siga corriendo, yo (y muchos como yo) seguiremos resistiendo, escribiendo, buscando. Porque ella es como ese personaje de Javier Cercas, ese soldado solo que en un desierto interminable y ardiente avanza llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida, joven, desarrapado, polvoriento y anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, caminando hacia delante bajo el sol, sin saber muy bien hacia dónde va ni con quien va ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante…

LA TRAGEDIA DE LA MÚSICA LÍRICA (Rodrigo Arauco Segoviano)


Los fanáticos de los “Simpson” no tendrán problemas en recordar este episodio: el señor Burns desea comprarse un auto nuevo que reemplace a la vieja carcocha con la que se moviliza por las calles de Springfield, y no tiene mejor idea que enviar a toda la familia Simpson hasta Italia, en busca de un Ferrari de última generación. Una vez en Italia y, luego de arruinar el auto en una serie de peripecias, Homero y su familia dan con Bob Patiño (peligroso malhechor obsesionado con asesinar a Bart Simpson).
En medio de una hilarante persecución, los Simpson llegan hasta los camerinos de un teatro en el que se está presentando “I Pagliacci” (“Los payasos”, ópera de Ruggero Leoncavallo), una vez ahí, son socorridos por Krusty, el payaso, que hará el papel de “Canio” en la obra.
Krusty disfraza a los Simpson de extras y los sube al escenario. Pero cuando inicia su interpretación, Krusty lo hace de manera tan lamentable que Bob Patiño abandona la persecución y decide reemplazar a Krusty. Una vez en el escenario Bob canta: “Vesti la giubba…” y al llegar al tan conocido pasaje: “Ridi, Pagliaccio, sul taro amore infranto! Ridi del duol che t'avvelena il cor!” (“¡Ríe, payaso, de tu amor destrozado! ¡Ríe del dolor que envenena tu corazón!”) Homero no resiste más y empieza a llorar de emoción, Marge, sorprendida, le recrimina: “¡Homero, es Bob Patiño!”. Mientras se limpia una lágrima, Homero dice contundente: “Lo sé, pero es hermoso” (Sería oportuno recordar que el aria que hace llorar a Homero, es la misma que hace llorar a Al Capone [Robert de Niro] en la magistral “Los Intocables” de Brian de Palma).
Recuerdo esto porque, no hace mucho, durante la última temporada de ópera en Lima, un amigo mío respondía así a mi invitación: “no me gusta la ópera porque es muy elitista. Prefiero a Pavarotti, el cantante del pueblo”. Me impresionó mucho que una persona, que yo creía inteligente, fuera capaz de reproducir ese prejuicio tan burdo que, no obstante, ha hecho que la música lírica todavía esté peleada con las mayorías.
Tal vez debí decirle que la orquesta sería dirigida por su paisano, el hijo del antiguo organista de la Catedral, el maestro huancaíno Óscar Vadillo, o que Luciano Pavarotti no es considerado uno de los más grandes tenores de los últimos tiempos por haber compartido escenario con Eros Ramazotti o Michael Jackson. Ya que el tenor hacía ese tipo de eventos benéficos (“Pavarotti y sus amigos”) precisamente porque su virtuosismo vocal (no por nada era conocido como “el rey del do de pecho”) estaba más que comprobado, desde su lejano y auspicioso debut en los años sesenta con “La Boheme” del compositor italiano Giacomo Puccini. Fue esa fama bien ganada la que le permitió tener esos “amigos” e iniciar su labor filantrópica.
Un poco de historia
El autor y crítico musical Roger Alier rastrea el origen de la ópera hasta la Grecia antigua, en la que, según él, la música gozaba de tal importancia que no había campo literario en el que no interviniese, acompañando a la poesía e incluso al teatro.
Las obras teatrales de los dramaturgos Esquilo, Sófocles o Eurípides, y las de los cómicos Aristófanes y Menandro llevaban siempre música consigo y los actores no declamaban, sino que solían cantar en el teatro. Lamentablemente, si bien conservamos los textos de los dramas y comedias, no tenemos mayor registro de la parte musical.
Por esta razón, durante el Renacimiento, se hicieron múltiples intentos de establecer cómo habrían sido las representaciones del teatro griego, del que se sabía que se cantaba en su totalidad, aunque no polifónicamente sino por medio de la monodía (melodía acompañada).
Cerca de 1597 el amateur musical Jacopo Corsi, con ayuda de Jacopo Peri y el poeta Rinuccini, presentaron un proyecto que titularon “Dafne” (hoy perdida), en el que presentaban una obra teatral cantada, el éxito que recibió su iniciativa los llevó a preparar otro proyecto, “Eurídice”, que se puso en escena en la corte de los Medici. La llamada “ópera in musica” (literalmente “ópera en música”) daba sus primeros pasos. Hará falta que, diez años después, aparezca el genio de Claudio Monteverdi, con su “Favola d’Orfeo”, estrenada en Mantua el 24 de febrero de 1607, para darle el impuslo final a esta nueva iniciativa. La búsqueda de fidelidad en la representación del teatro griego antiguo había llevado al nacimiento de un nuevo y complejo arte que, con inmensos cambios y evoluciones ha llegado hasta nosotros con toda su espectacular belleza.
Algunos consejos
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la “ópera” es una “obra teatral cuyo texto se canta, total o parcialmente, con acompañamiento de orquesta”. Dado que la ópera se canta en lenguas extranjeras (italiano, francés o alemán generalmente) el tenor peruano Luís Alva (fundador de la Asociación Prolírica del Perú) recomienda que el público vaya al teatro luego de haber leído el libreto de la ópera a la que desea asistir, así le será más fácil poder disfrutar de toda la belleza y la profunda complejidad del espectáculo.
La música lírica no es fácil de escuchar, es un tipo de arte que requiere dedicación, un poco de tiempo, detenerse por un momento y sentarse a oir –y a disfrutar- no sólo de los maravillosos registros vocálicos de los artistas o la belleza de la música, sino también de la poesía en los versos que van cantando, el simbolismo tan hondo de algunos pasajes: Cómo no emocionarse cuando madame Buttefly se niega a aceptar que Mr. Pinkerton la ha abandonado, y empieza ese hermoso canto de esperanza que es “Un bel di vedremo”, o cómo no aplaudir de pie y con un nudo en la garganta al final de “Figlia… Mio padre”, aria en que Rigoletto le cuenta a su hija Gilda la terrible soledad en la que ha transcurrido toda su existencia.
Y esto sólo para mencionar dos de las óperas más conocidas “Madame Butterfly” de Giacomo Puccini, y “Rigoletto” de Giuseppe Verdi. De hecho, esta última es tan popular que una conocida marca de fideos usa de fondo musical, para sus comerciales televisivos, una pieza de su repertorio (¿de qué elitismo hablamos?).
Probablemente, la razón por la que muchas personas mantienen cierto recelo hacia la música lírica, sea el difícil acceso a estos espectáculos o a sus respectivas grabaciones. Si bien en sus orígenes la ópera estuvo dirigida a las minorías más pudientes, esto ha dejado de ser así hace mucho, la ópera se ha extendido tanto que es un despropósito seguir sosteniendo su “elitismo”.
En el Perú, de un tiempo a esta parte, se están haciendo esfuerzos para acabar con estas trabas. En ese sentido, es de aplaudir el que un conocido diario limeño esté sacando una colección titulada “Los clásicos de la ópera”, 15 volúmenes imperdibles: a la ópera completa en dos discos compactos, se agrega una edición impecable del libreto en su idioma original y en español, y artículos críticos sobre la música lírica que enriquecerán nuestro conocimiento de este arte. Recordemos también que hace poco, nuestro tenor Juan Diego Florez (considerado uno de los mejores tenores de toda la historia según una encuesta realizada por la revista BBC Music Magazine) debutó en el papel del “duque de Mantua” en la ópera Rigoletto en el teatro Municipal del Callao (una lástima que tan esperado evento haya sido opacado por la ridícula cobertura que recibió su boda en la Catedral de Lima).
Los seguidores de los “Simpson” han hecho notar que Homero parece volverse más estúpido en cada temporada, y si él, con toda su estupidez a cuestas, logró disfrutar hasta las lágrimas del canto de un tenor que, segundos antes, quería matar a su hijo, no creo que haya forma de que alguien, que no se sienta más estúpido que Homero, sostenga aún el prejuicio del elitismo de la música lírica. No hay pretexto, pues, para no disfrutar de una de las más hermosas y completas manifestaciones culturales que nos ha heredado Europa.

NOS HABÍAMOS CHOLEADO TANTO (Rodrigo Arauco Segoviano)


Psicoanalista de profesión, Jorge Bruce, nos entrega un libro que lo llevó a sostener una interesante polémica con el sociólogo del IEP Martín Tanaka. Si bien gran parte de las desavenencias entre estos dos intelectuales se debió al modo de abordar el problema, cada no desde su propia perspectiva: el señor Tanaka prestando especial atención a los cambios sociales y los procesos políticos que se han producido a lo largo de la historia del Perú y el señor Bruce desde la óptica que le da su experiencia en el consultorio como psicoanalista y el trato directo con los pacientes discriminados o discriminadores. Esto, claro está, resumiendo sus respectivas posiciones de manera burda.
Bruce inicia su libro explicando el título, considera -nos dice- que el peruanismo “cholear” es “una metáfora que funciona como la cifra que condensa todas nuestras discriminaciones raciales”, y la paráfrasis a la película de Ettore Scola “Nos habíamos amado tanto”, alude “a los componentes afectivos del vínculo social peruano que se encuentran subsumidos en el neologismo cholear”.
El primer capítulo, “Una alteridad perturbada”, es quizás el que pesó más en la polémica con Tanaka, aquí Bruce repasa la historia del Perú y plantea la continuidad de la discriminación racial desde la época colonial. Un panorama (discutible, diría Tanaka) en el que se plantean algunos de los conceptos que se desarrollarán más adelante, como el de “resentimiento” y el de “remordimiento” de discriminados y discriminadores.
El segundo capítulo “Racismo y psicoanálisis (ya era hora)” es más interesante, Bruce comienza lamentando el vacío existente en la teoría psicoanalítica con respecto al racismo que, salvo algunos acercamientos dispersos, no se ha abordado de manera frontal (ni siquiera Freud lo habría hecho). Esto lleva a Bruce a “crearse” un marco teórico que le sirva para enfrentar el análisis del caso peruano, pues los esfuerzos teóricos realizados por los psicoanalistas, en relación al racismo, son todos europeizantes. Capítulo lleno de estimulantes disquisiciones teóricas, que lo llevan a hablar de la idea del “mapeo” de Donald Moss o de “Un modelo matemático para cholear” de Walter Twanama.
El capítulo tercero “La racialización de las cuestión estética” aborda el tema, bastante obvio para todos, del racismo de las agencias de publicidad, un racismo que se mantiene de espaldas a la realidad, escudándose en lo que los publicistas llaman “el modelo aspiracional”. Lo interesante de este capítulo es el esbozo de las consecuencias que esta manera de hacer publicidad tendrían en la intersubjetividad de los receptores.
El capítulo denominado “El afecto racial” es probablemente el más interesante del libro. Partiendo de casos particulares de su experiencia como psicoanalista, Bruce nos muestra cómo afecta, individualmente, el racismo y la discriminación a determinadas personas. Es este el capítulo que esgrimiríamos los que optamos por la posición de Bruce en su polémica con Tanaka. Valioso no sólo por lo mencionado más arriba, sino por ser un modelo estupendo del trabajo de un analista.
El libro termina con el capítulo titulado “Una inquietante neutralidad” en donde se plantea la necesidad de abandonar la pasividad (que muchas veces requiere de actividad) para poder acabar con esta tara social. Finalmente, y tal como lo había anunciado en la introducción, el libro termina con un “Glosario de términos psicoanalíticos” y una “Caja de herramientas”, útiles anexos para quienes no estén familiarizados con el psicoanálisis y sus herramientas conceptuales.
En resumen, un libro altamente recomendable.

domingo, 11 de mayo de 2008

LA VIRGEN MORENA Y LA HISTORIA (Rodrigo Arauco Segoviano)



La historia comienza hace casi 500 años en el virreinato de la Nueva España, la mañana del 9 de diciembre de 1531 en que un indio azteca de 57 años cruzaba la colina del Tepeyac con dirección a Tlatelolco, en donde recibiría su lección de catecismo. Ese día, mientras el indio converso caminaba, habría oído una voz que lo llamaba: “¡Juan! ¡Juan Diego! ¡Juanito!”.
Según se narra en el “Nican Mopohua” (el relato más antiguo de lo que le aconteció a Juan Diego), la voz era de una niña de aproximadamente 14 años, que se presenta como “la siempre Virgen María”, “Madre de Dios” y de todos los hombres. Y, en perfecto nahuatl (lengua de Juan Diego), le pide al indio que vaya a la ciudad de México, y le comunique al obispo su deseo de que se le construya una iglesia en esa colina. El indio obedece sin dilación.
Con ayuda de un intérprete, el obispo franciscano Juan de Zumárrga oye, condescendiente, el mensaje del indio, y sin tomarlo en serio se deshace de él rápidamente. Humillado (y ofendido) el indio vuelve donde la niña y le dice que lo mejor sería que ella elija otro mensajero, algún principal de la ciudad, pues a él nadie lo toma en serio. La niña le responde que ella podría haber elegido a cualquiera, pero lo ha elegido a él, el más pequeño de sus hijos.Juan Diego vuelve donde Zumárraga y este, sorprendido por el pronto regreso del indio, le pide una prueba de lo que dice. Al llevar a la niña la respuesta del obispo, ésta lo cita para el día siguiente. Pero es aquí que el tío del indio cae gravemente enfermo y debe quedarse a cuidarlo. Así, el 12 de diciembre, ante lo que parece una muerte inminente, Juan Diego debe ir a la ciudad a conseguir un sacerdote para su tío. Temeroso por no haber regresado donde la niña, el indio decide dar un rodeo, a pesar de lo cual, ella se le vuelve a aparecer. Juan Diego se apresura a contarle de su tío y la niña le dice: “¿Cuix amo nican nica nimonatzin? ¿Cuiz amo nehuatl in nimopaccayeliz? (¿Qué no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?)”, le anuncia que su tío acaba de recuperar su salud y que él sólo debe cumplir con su misión; la niña le entrega la prueba solicitada por Zumárraga: unas flores que sólo debe ver el obispo.Ese día, mientras el indio Juan Diego pugnaba por llegar hasta Zumárraga, forcejeando con los sirvientes del obispo que no le permitían la entrada, no sabía (no podía saber) las descomunales consecuencias que habría de tener lo que estaba a punto de hacer.

Al principio, la niña de rasgos indígenas que se veía en el ayate del indio, fue identificada con la diosa Tonatzin (que los aztecas adoraban precisamente en el Tepeyac) y el obispo Zumárraga, acusado de fomentar la idolatría. Poco después, la iglesia española se daría cuenta de que miles de indios se convertían al cristianismo gracias al ayate del indio, que se exhibía en la capilla que Zumárraga había mandado construir en el Tepeyac, y cambiaría su actitud hacia ésta, tolerándola primero, aceptándola después y, finalmente, en 1746, declarando a “Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona del Renio de Nueva España”.Por una ironía de la historia, sólo medio siglo más tarde, esa imagen, que había sido usada por los españoles para someter al pueblo mexicano, era enarbolada por el párroco de la ciudad de Dolores el 15 de septiembre de 1810 y, tras convocar a las masas en el centro de la ciudad, los instaba a luchar por su independencia con un emotivo discurso que terminó con el grito de: “¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno!”. Ese párroco es hoy recordado como el “cura Hidalgo” y ese día, como el día que se dio “El grito de Dolores”, inicio de la guerra de independencia mexicana (posteriormente, el dictador Porfirio Díaz, cambiaría la fecha del 15 al 14 de septiembre, para hacer coincidir la celebración del “Grito de Dolores” con su cumpleaños).Sólo tres años después, durante la “Declaración de la Independencia Mexicana”, el caudillo José María Morelos nombraba a “María Santísima de Guadalupe patrona de nuestra libertad” y declaraba su fiesta (el 12 de diciembre), fiesta nacional. A partir de ese momento, la historia de México y la de la Guadalupana serán inseparables: la misma imagen que acompañara a Emiliano Zapata y a su ejército de campesinos en su entrada triunfal a la ciudad de México tras su victoria sobre Victoriano Huerta durante la revolución mexicana, será la misma que, casi cien años después (el 2006), llevarán los cientos de miles de migrantes mexicanos que, junto con migrantes de todo el mundo, sorprenderían al mundo al paralizar las calles de EE.UU. cuando salieron cantando: “Aquí estamos y no nos vamos, y si nos echan, nos regresamos”.Con el tiempo, el culto a la Guadalupana se extendería por todas partes y su influencia se haría sentir desde la Teología de la Liberación hasta el Concilio Vaticano II; desde sor Juana Inés de la Cruz hasta Alfonso Reyes, desde Alex Lora al costarricense Martín Valverde.Más allá de toda duda o escepticismo ante la autenticidad de la imagen, no se puede negar que es, como bien señala el historiador David Brading: “la principal imagen Mariana dentro de la iglesia, por su significado teológico y su alcance geográfico [en 1999 el papa Juan Pablo II la declaró ‘Patrona de las Américas’]”. Habría que agregar a esto, su permanente presencia en la historia. Hoy, que festejamos el día de la madre, recordemos también a la niña que le dijo a Juan Diego ser “la madre de todos los hombres”.

¿POR QUÉ LEER FILOSOFÍA HOY? (Emilio Toparpa Juscamayta)


Aunque la presentación oficial del libro fue el pasado jueves 24 de abril en el Auditorio de Humanidades de la Universidad Católica, el libro “¿Por qué leer filosofía hoy?” (editado por Miguel Giusti y Elvis Mejía, y publicado por el Fondo Editorial de la Pontifica Universidad Católica del Perú) ya circulaba varias semanas antes en las principales librerías de la capital.
El libro recopila una serie de conferencias que dieran 14 profesores de la PUCP en un ciclo organizado por el Centro de Estudios Filosóficos de esa casa de estudios y que, según dicen los editores, habría tenido tan gran acogida, que los habría llevado a pensar en editar este volumen. Feliz idea que se agradece.
En un primer momento, un lector incauto (como el que escribe estas líneas) podría creer que se trata de un libro que, efectivamente, intentará responder la ambiciosa (“ingenua”, a decir del propio Miguel Giusti) pregunta del título: ¿Por qué leer filosofía hoy? Que, como señala Federico Camino, implica una respuesta afirmativa a la pregunta previa de si se debe o no leer filosofía hoy. El libro, en realidad, no responde a la pregunta, al menos no de la manera tan general que se plantea en el título (salvo la desenfadada primera línea de Pepi Patrón: ¿y por qué no?).
Luego de un breve (y prescindible) prólogo, cada uno de los autores convocados responde a la pregunta específica de por qué leer a tal o cual filósofo hoy. Estos filósofos van desde clásicos de la filosofía antigua como Platón y Aristóteles, hasta nombres imprescindibles en la filosofía contemporánea como Martin Heidegger o Donal Davidson (fallecido el 2003), pasando, por supuesto, por René Descartes, Inmanuel Kant, Karl Marx o Frederich Nietzsche, entre otros.
El libro resuma filosofía, en su acepción etimológica, es decir: amor por la sabiduría. En contra de la tendencia reinante a la superficialidad, este volumen no pretende ser un manual de cultura general, o un compendio de frases célebres para impresionar en las reuniones. Es más bien todo lo contrario: una invitación a la lectura profunda de cada uno de los filósofos estudiados.
Imposible no correr a las librerías en busca de algún libro de Ludwig Wittgenstein luego de leer el estupendo texto de Víctor Krebs, o no desempolvar de nuestra biblioteca “El Capital”, tras la estimulante respuesta de Pepi Patrón a la pregunta de por qué leer a Karl Marx hoy.La altísima calidad de los autores convocados para reunir este volumen, entre los que están el ex presidente de la comisión de la Verdad y Reconciliación: el filósofo Salomón Lerner Febres, además de Fidel Tubino, Kathia Hanza, Cecilia Monteagudo, Raúl Gutiérrez, Dante Dávila, Luis Bacigalupo, Francois Vallaeys, Miguel Giusti, Pepi Patrón, Rosemary Rizo Patrón, Victor Krebs y Pablo Quintanilla (todos profesores de la Universidad Católica), son garantía de una lectura provechosísima, que quiere ser sólo el primer paso, para quienes deseen bucear en el mundo de la filosofía

lunes, 21 de abril de 2008

PENDEJADA A LA HUANCAINA (Rodrigo Arauco Segoviano)


Hace ya varias semanas, luego de cumplir con su amenaza de dejar a la ciudad del Cusco fuera de la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico), más de un político huancaíno con mucha ingenuidad (vamos a asumir que fue ingenuidad y no calculado cinismo), pretendía que fuese Huancayo la nueva sede de la cumbre. Imaginamos que sinceras y efusivas debieron haber sido las carcajadas de los organizadores al oír semejante noticia.
Lo único que consiguió tan delirante propuesta fue poner de manifiesto las enormes carencias de nuestra ciudad (no tenemos aeropuerto, ni hoteles o restaurantes de primer orden, etc.). A todas ellas debemos agregar una, quizá la más inverosímil: Huancayo es una ciudad sin cines.
Vivimos sin cines (a excepción de los cines para adultos, que se mantienen gracias a la envidiable fidelidad de sus seguidores) desde hace algunos años. Y esto se debe a muchas razones, que exceden en mucho el breve espacio de este texto, por lo que en esta oportunidad nos ocuparemos de una de ellas, la que hemos dado en llamar “pendejada”.
Según el teórico cultural Juan Carlos Ubillúz “el ejemplo proverbial de la pendejada es el chofer de combi que se introduce abruptamente en el camino de otra combi y luego frena para recoger a un pasajero a la mitad de un cuadra, sin importarle el poner en riesgo la vida de los pasajeros de ambos vehículos” (en su libro “Nuevos súbditos”). Para diferenciarla de la llamada “criollada”, Ubillúz propone algunas discrepancias entre éstas. Una de las características que diferenciarían la criollada de la pendejada es que esta última se hace desde “la posición del amo”, a diferencia de la criollada, que se haría desde “la posición del esclavo astuto”.
Claros Ejemplos
¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra ciudad sin cines? Pues mucho. Para poner un claro ejemplo: de un tiempo a esta parte más de un canal de señal UHF transmite en nuestra ciudad material pirata.
Si bien el mismo Juan Carlos Ubillúz señala que “si se eliminase la piratería y la informalidad en general, el sistema formal no podría acoger a los ex informales y el país se vería atravesado por una gran convulsión social”. Debemos hacer aquí una salvedad conceptual (con el perdón del señor Ubillúz): dividamos en dos a los piratas, de un lado están los piratas que se ven obligados a robar propiedad intelectual para poder sobrevivir en un mundo globalizado y neoliberal que no les deja otra opción (lo que podría encajar en la llamada “criollada”, en la medida en que es una actitud del “esclavo astuto”) y de otro lado están los piratas que han hecho del robo intelectual una forma de vida que va más allá de la simple supervivencia, que tiene que ver más bien con la ambición desmedida de personas inescrupulosas y su deseo de ascender socialmente a costa del trabajo de otros.
Es importante recordar que este tipo de actitud ha estado presente a lo largo de casi toda la historia del Perú, y la respuesta a la pregunta que se hiciera Zavalita en “Conversación en La Catedral”: “¿En qué momento se jodió el Perú?” podría ser más desalentadora de lo que muchos imaginamos. De hecho, esta pregunta hizo que, hace varios años, el editor Carlos Milla Batres (que en paz descanse) entrevistara a un destacado grupo de intelectuales para que la respondieran en un libro compilado por él mismo, que titula: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Resulta interesante recordar la respuesta que diera el arqueólogo Luis Guillermo Lumbreras. Según sostiene él, el Perú se habría jodido durante la colonia, cuando se intenta imponer una razón colonial (su texto se titula precisamente “Esbozo de una crítica de la razón colonial”) al incanato, una razón que partía del rey de España y que estaba en total desconexión con la realidad del mundo andino. Surgió entonces la famosa frase “la ley se acata pero no se cumple”. Las disposiciones reales estaban tan fuera de lugar que las autoridades locales las acataban pero no las ponían en práctica (muchas veces era inviable llevarlas a cabo). Lo que llevaba a las autoridades (y esto repercutía en la población en general) a vivir al margen de la ley o por encima de esta (a semejante conclusión llega el científico político Julio Cotler en su libro “Clases, Estado y nación”). De ahí que Lumbreras concluya que “Podría decirse que en el siglo XVI comenzó a descomponerse el Perú. Pero esta fecha es sólo el inicio de una cadena que llega hasta nuestros días”.
¿Qué actitud tomar frente a esta realidad? Según Juan Carlos Ubillúz, podríamos optar por el cinismo y seguir con las cosas como están o podríamos intentar salir del círculo que divide a la gente entre “pendejos” y “lornas” y tratar de retomar la senda perdida de la justicia y la legalidad.
No permitamos que la piratería televisada sea un eslabón más en la cadena de ilegalidad y corrupción. No sólo porque estamos alentando la “pendejada”, el robo, el atropello de los derechos (que podrían ser los nuestros) sino que, para colmo de males, la piratería que se transmite es de bajísima calidad. Este tipo de piratería no sólo atenta contra la propiedad intelectual, sino también contra el mismo cine y lo que tiene de artístico. Destroza las películas y las vuelve simples productos informativos, de entretenimiento vano, despojándolas de todo atisbo artístico. ¿Cómo vamos a volver a tener cines si se acostumbra a las nuevas generaciones a ver escombros de películas, mutiladas y dobladas a un español peninsular insoportable? ¿Cómo crear una cultura cinematográfica en estas condiciones?
Desde aquí invoco a todos los cinéfilos (¡cinéfilos de Huancayo, uníos!) a rechazar la piratería televisada (para empezar) y a proseguir con esa importante labor iniciada por algunas instituciones, que permanentemente organizan cine forums o talleres de apreciación cinematográfica. Apoyemos este tipo de eventos, son el primer paso de un camino hacia una ciudad con cines, pero también con orden, justicia y legalidad.